Por: Sofía Gallego
Psicóloga y pedagoga
Barcelona, junio 2020
Foto: Assumpta Sendra
Hay circunstancias sociales como las actuales que abocamos a la reflexión aunque no se quiera. El contenido de la reflexión varía según el estado de ánimo de cada uno y los inputs que llegan del exterior. Sin embargo, hay cuestiones que siempre están presentes, tales como pensar en la soledad: ver calles vacías de vida, percibir un silencio profundo o echar de menos ver a los tuyos, pueden ser algunas de las vivencias más frecuentes. Pero de manera muy especial me golpea la soledad de las personas que sufren situaciones objetivamente extremas o que viven su soledad de manera punzante. Como ya apuntaba más arriba se puede sentir la soledad de dos maneras diferentes: una cosa es sentirse solo (sufrimiento) y una la otra es estar solo (gozo). Ambos aspectos son sentimientos que vienen determinados por diferentes momentos. Cada persona las puede vivir de diferente manera según sea la circunstancia en la que se encuentre y por supuesto su idiosincrasia.
Estar solo puede considerarse un sentimiento no deseado, una situación que nos lleva tristeza, que nos hace sentir mal. La persona se siente olvidada, abandonada, no encuentra nadie o nada a su alrededor a qué aferrarse. El silencio que le rodea se vuelve más penetrante, es un sentimiento tan intenso que a veces no se mitiga teniendo alguien al lado. Sentirse solo se sufre. Este sentimiento impide reformular positivamente el propio lenguaje emocional con el que nos comunicamos entre nosotros. Y este lenguaje interior puede elaborar mensajes que pueden ser negativos. Sentirse solo nos hace sentir vulnerables, nos empequeñece y hace sentirnos menospreciados por los demás. Hay que saber pedir y ofrecer ayuda compartiendo con los demás la situación y los sentimientos, verbalizándolos, si se puede.
Las soledades se transforman en sombras que se intercalan en nuestros retos cotidianos, pero que se pueden desvanecer cuando se manifiestan en una sana relación afectiva tanto a nivel intrapersonal como interpersonal. A veces no hay que compartir un mismo espacio físico, ni vínculo familiar. Y no es necesario porque todos compartimos una misma esencia humana y un vínculo de necesidad de dar y recibir una afectividad compartida. Las personas tenemos una tendencia a la agrupación, la voluntad de unirnos a otros para querer y sentirnos queridos pudiendo experimentar el compartir.
Estar solo se puede considerar que es una situación que se disfruta, es una experiencia para crecer personalmente. De hecho es la única opción que nos permite dilucidar con nuestra intimidad más profunda estableciendo un diálogo con nosotros mismos. Pero aquí habría que hacer un llamamiento para diferenciar este gusto o necesidad de estar solo con las posibles dificultades de comunicación. Saber estar solo es una habilidad que para algunas personas es difícil de alcanzar.
Las ganas o necesidad de estar solo deben comprender desde la autonomía, la libertad y la conciencia de ser agente de cambio, es una responsabilidad propia.
La soledad es en sí misma uno de los estados naturales o condiciones de la vivencia de ciertas experiencias, como es la voluntad de superar un obstáculo o reto, atravesar el dolor emocional o la muerte. Es decir, la soledad se convierte inseparable de la propia existencia humana, pero resulta evidente que nos nutrimos de las influencias de los demás a todos los niveles: funcional, profesional, afectivo y social. Con el resto de personas compartimos espacios, conflictos, afecto, ilusiones e intereses.
Gozemos de la soledad, pero que nunca la tengamos que sufrir.