Por: Josep M. Forcada Casanovas
Barcelona, septiembre 2020
Foto: Pixabay
Desde el punto de vista de la física, sabemos que la resiliencia es una característica mecánica de algunos materiales, como por ejemplo los metales que tienen la capacidad de recuperar las condiciones o características iniciales después de estar sometidos a una alteración. Pero, desde el punto de vista humano, digamos psicológico, sin ejercer esta resiliencia la persona se rompe. Ciertamente, que siempre se ha llevado a la práctica sin nombrarlo de este modo. Es bueno subrayar esta actitud vital para hacerla consciente sin negar la espontaneidad que conlleva.
Propongo, desde el pensamiento realista existencial, algunas actitudes resilientes necesarias para superar los escollos, a menudo escondidos, que producen una fuerte desestabilización personal por el hecho de no tener bastante claro el concepto de la realidad y de la existencia que permitan seguir andando con más firmeza. Por ejemplo, cuando la persona se da cuenta que podría no haber existido. A muchos les molesta esta incertidumbre, ya que necesitan creerse necesarios e imprescindibles. Es una suerte descubrir que existir es lo mejor que nos ha podido pasar y darse cuenta que precisamente eres tú, tal como eres, con tus defectos y tus cualidades.
Las circunstancias del pasado de cada uno no siempre son las deseadas, incluso las de antes de nacer, pero forman parte de la propia historia y hay que admitirlas. Por eso es lo mejor que me podía pasar: si no hubiera sido así, quizás mis padres no se habrían conocido y yo no estaría aquí. Y de mi existencia, tengo que saber sacar el máximo provecho. Perdemos mucho tiempo hundiéndonos en preocupaciones: si las cosas hubieran sido diferentes, yo sería ahora de otro modo… No, no es así. Hay que darse cuenta que todo fue lo mejor que podía pasar, aunque haya habido obstáculos, tropiezos y dificultades.
Hay personas que quieren no ser y querrían no existir. Prefieren más estar enfadados y quejarse, discutir en su interior porque alguien los hizo nacer sin haberlo pedido. No tienen ganas de agradecer nada y hacen una protesta estéril ante un extraño infinito para esconder la realidad que, a pesar de todo, son existentes. Sería bueno pensar que hay la posibilidad de cambiar de actitud para poner en positivo lo que has vivido y que puedes repensar el porqué de tu vida, ya que hay muchas puertas que se abren si lees la vida en clave de gratitud.
Una de las realidades más complejas de la persona es entender la muerte, la propia muerte. Se ve como un callejón sin salida y como el gran defecto de la creación. A la gente le hace más gracia imaginarse como individuos eternos en el mundo. No hay otra salida resiliente que reconocer la muerte, aceptarla, abrazarla y, incluso, quererla. Darse cuenta que forma parte del pack de la propia vida. Evidentemente, la muerte cierra la etapa más maravillosa de la persona: haber existido. No querer saber que todo existente tiene en su programa de vida un final es un sueño pueril. Aceptar que quizás no será como querrías, plácida, tranquila, sin dolor, quizás es más difícil. Esta es la valentía resiliente que se pide a la madurez humana.
La incertidumbre de no saber si los padres, los hijos, los amigos están contentos y te aceptan, desestabiliza. ¿Eres alguien para ellos? ¿Están contentos de haberte engendrado a ti en concreto? ¿Y tú lo estás? ¿Estás contento de tus amigos? ¿Y ellos lo están? Cuánta frustración por no poder sentir un «sí» de la alegría de saber que merece la pena haber nacido, ser quién eres y poder reconocer el trayecto histórico de la vida que lleva al presente.
No se acostumbra a decir: «Tú eres lo mejor para mí»; esta es la más difícil prueba de reconocimiento de los otros. Entender que las personas amigas tienen un lugar importante en el presente, pero, también las que no lo son tanto, e incluso los enemigos. Está claro que estos ponen obstáculos en el camino, pero quizás nadie les ha dicho que los quiere o no lo han sabido sentir. Es una lástima que el «sí» se diga solo en momentos de amor o de un acto jurídico o de compromiso. Falta poder decir en libertad «sí» en otros muchos momentos y a muchas personas.
La pandemia vivida, las enfermedades, las dificultades… rompen proyectos de vida, porque a muchos quizás les parece que a ellos nunca les puede suceder. Hay que entenderlo y asumirlo, así como la desdicha, el fracaso, la guerra, el hambre, que son tan vitales y obstaculizan la capacidad de reaccionar positivamente, pero se tiene que poder responder con valentía. En cada una de las contrariedades hay que ver que de alguna manera eres protagonista. Por ejemplo el sufrimiento; está claro que la mayoría no lo busca ni lo quiere para nadie y que desearía que no existiera aquello que es negativo. Pero, la serenidad al buscar aquello que es, sirve para reafirmarse a uno mismo, con su capacidad de comprensión y de envalentonarse tanto como se pueda. Y en aquello que se puede hacer, por pequeño que sea, te tiene que hacer sentir más coherente y hacer salir del pozo del victimismo. Así puedes tratar de tú la enfermedad, los desengaños o las desgracias. Tenemos que saber que abrazar aquello que no nos gusta, sin masoquismo, nos ayudará a sentirnos con más paz.
La realidad adversa que se vive es la propia realidad. Esta adversidad solo se puede entender si te sabes hermanar con ella, porque tienes conciencia que, abrazándola, entenderás que tu razonable protagonismo era necesario para empezar a sentirse bien. El lenguaje resiliente, propio de adultos, se enmarca en la misteriosa fuerza de querer sentirse bien, de sentir que los propios recursos son los mejores para deshacer aquellos ovillos que se forman cuando la identidad se diluye, porque la fortaleza de reconocerse existente se desvanece en un extraño sueño de desaparecer. No se puede desaparecer de la maravillosa realidad de reconocerse como existente. Y este tesoro de la existencia, merece la pena mantenerlo vivo, tanto para uno mismo como para los otros.