Por: Sofía Gallego
Psicóloga y pedagoga
Barcelona, noviembre 2020
Foto: Jcomp
La tormenta que en los últimos meses está perjudicando a todo el mundo, ha puesto de manifiesto algunos de los principales rasgos de nuestra sociedad. Rasgos que siempre han existido, pero que en situaciones de estrés, como la actual, se sobredimensionan y pueden tomar otra significación o trascendencia. No puedo ni sé hacer un examen sociológico, pero sí que quiero poner de manifiesto algún hecho de los que se presentan a simple vista de cualquier observador mínimamente preocupado por la situación social, sanitaria y económica que nos rodea.
Las autoridades de cada país han dictado y dictan las medidas que consideran necesarias para combatir la pandemia ̶ palabra que no pensábamos en ningún momento que formaría parte de nuestro vocabulario ̶ . Si las autoridades dictan normas, lo hacen con la esperanza y el convencimiento de que los ciudadanos las seguirán punto por punto pero, a menudo, hacerlo puede conllevar entrar en conflicto o bien con los intereses particulares o con las costumbres más o menos instauradas. Es entonces cuando en los ciudadanos se genera una situación de frustración, entendida como la condición en que se encuentra una persona que se siente privada de una satisfacción a la que cree que tiene derecho.
La circunstancia anterior en ningún caso es irresoluble. Lo que hace falta saber es cómo manejar la situación, en definitiva saber superar la frustración y aprender a tolerarla, buscar posibles vías alternativas para poder salir con un mínimo éxito. Como muchas de las cosas de la vida esto se puede aprender, aunque en ocasiones puede tener un coste personal. Desde mi punto de vista, este aprendizaje debe iniciarse desde la infancia.
Actualmente, la vida tal como está planteada, con un nivel de exigencia profesional, laboral y consecuentemente personal, conjuntamente con la atención reclamada por la crianza de los hijos y otros deberes familiares como pueden ser el cuidado de las personas mayores o dependientes, lleva a los adultos a hacer un esfuerzo considerable para mantener actitudes firmes ante las exigencias infantiles. Y son estos momentos en que no sabemos mantener una actitud firme cuando no estamos educando para la frustración.
Educar para la frustración significa enseñar a encontrar alternativas a la negativa, no dejarse vencer en la primera dificultad. De alguna manera esto podría relacionarse con la llamada cultura del esfuerzo, saber encontrar satisfacción en el hecho de trabajar para poder conseguir un fin. A veces el fin deseado, a pesar de los esfuerzos, no se puede conseguir. Tener la fuerza para continuar es la manera de superar la frustración. Los lamentos no conducen a nada, salvo a incrementar la sensación de malestar.
Si el aprendizaje no se ha hecho desde la infancia resulta muy difícil para las personas adultas seguir las indicaciones dadas por las autoridades. No es de extrañar ver según qué situaciones de jóvenes y no tan jóvenes transgrediendo las normas que consideran que van en desacuerdo con sus gustos, anteponiendo las propias satisfacciones por encima del bien común y de la salud de todos. Parece que a algunas personas les cuesta postergar la satisfacción de las supuestas necesidades creadas en tiempos de bonanza.
Aunque parezca inverosímil debemos educar a los niños para la frustración en su justa medida, pero no con el ánimo de fastidiar a los niños y jóvenes sino para hacerlos fuertes ante la adversidad y que puedan convertirse en ciudadanos activos, críticos y socialmente responsables.