Por: Joan Romans
Físico
Barcelona, noviembre 2020
Foto: Pixabay
Durante estos últimos tiempos se ha hablado mucho de la incertidumbre que la pandemia ha comportado así cómo esta nos ha recordado que somos de condición frágil y, por tanto, vulnerable. ¡Un virus microscópico nos lo ha tenido que decir!
¿Tiene curación la debilidad, la fragilidad, la vulnerabilidad humana? ¿No será que estamos buscando remedio a la condición natural y contingente de la persona y que nos empeñamos en corregir aquello que por naturaleza no tiene solución? ¿No estaremos equivocando los objetivos cuando pretendemos blindarnos contra todo tipo de adversidades provocadas por nuestro propio comportamiento, a veces irresponsable o inconsciente, la de los demás o por la propia naturaleza? ¿Pretendemos vivir libres de todo mal y de cualquier adversidad como buscando un seguro de vida absoluta?
Es cierto que casi todo el mundo negaría creer esta inútil pretensión. Pero por otra parte, es fácil ver que nuestra rica sociedad occidental nos lleva, sin darnos cuenta de ello, hacia este camino de la total seguridad, ya sea en el ámbito de la salud, de la economía y del bienestar.
«Duerma tranquilo y disfrute de la vida, nosotros nos ocuparemos de todo». Este eslogan publicitario y otros similares buscan vender seguros metiéndonos el miedo en el cuerpo y a base de irlos repitiendo van penetrando nuestro subconsciente y acabamos creyéndolo o bien pensamos que somos imprudentes si no hacemos nada al respecto. Es cierto que la prudencia nos aconseja tomar algunas medidas para garantizarnos las condiciones básicas para llevar una vida con unos mínimos indispensables, teniendo siempre en cuenta la contingencia de nuestro ser. Pero pensar que podemos estar a salvo de cualquier maldad, enfermedad o desgracia es ser poco realista. El riesgo cero no existe, es una falacia. Hay muchos componentes del azar que nunca podremos tener previstos. Sin embargo, hay ideologías interesadas en querer ocultar la fragilidad y la vulnerabilidad humanas porque que la frágil condición humana no sirve para sus fines.
Y es cuando nos sobreviene algún mal que no se puede remediar que nos damos cuenta de que habíamos puesto la confianza en falsas seguridades y nos sentimos engañados, confundidos y decepcionados, y es fácil empezar a desconfiar de todo y de todos. Sabemos que recobrar la confianza no es un proceso fácil porque nos encierra en un círculo del que es difícil salir, curar heridas requiere un largo proceso.
Quizás es el momento de abandonar esta vana pretensión y poner la atención, las energías y las capacidades humanas en la búsqueda o profundización de objetivos realmente alcanzables por la condición humana. Si nos empeñamos en remediar lo que está fuera de nuestro alcance no conseguiremos nunca vivir en paz y eso, paradójicamente, no supone llevar una vida libre de dificultades y sufrimientos. Así nos lo han enseñado con su propia vida tantas personas que han vivido con mucha dignidad y gran entereza a pesar de circunstancias a menudo extremadamente adversas.
Es tarea y responsabilidad de cada uno buscar en qué valores o creencias pone la confianza. Es un trabajo de toda la vida y requiere la madurez que solo el paso de los años y la experiencia personal –cuando nos damos cuenta de que fallan las seguridades que teníamos– nos puede ayudar a discernir cuáles son los verdaderos valores dignos de confianza y qué personas nos pueden ayudar y acompañar en este camino.
Una gran certeza que todos podemos compartir es creer que caminar juntos, cultivando los verdaderos valores humanos, nos puede dar la confianza de creer que avanzamos por el único camino posible que es el de trabajar por el bien de todos. Eso implica respetar la vida de cada uno y de nuestra casa común que es el planeta. Y sin olvidar las milenarias espiritualidades de las diversas religiones del mundo que nos han dado suficientes elementos de búsqueda y caminos para alcanzar las certezas a las que puede aspirar la condición humana.