Por: Josep Corbella Duch
Abogado
Barcelona, noviembre 2020
Foto: Eugènia Sendra
Así respondía, unos días atrás, el saludo de una buena amiga que, a pesar de la mascarilla, me conoció cuando pasaba por la plaza de la Sal, mientras ella intentaba descubrir su identidad liberando la cara de la mascarilla que llevaba, tal como está mandado a todo el mundo.
Y es que, escondidas las facciones personales por imperativos de salud pública, hay que estar atentos y utilizar otras referencias para identificar a los demás, como la voz, la manera de andar, los gestos, las formas de vestir, el peinado y otras características físicas de cada persona.
En este tiempo de caras tapadas, por poco observador que se sea, yendo por la calle se dará cuenta que mucha gente, por no decir la mayoría, fuerza la mirada intentando identificar y posar nombre a las personas que tiene alrededor y con las que se cruza. Por eso diría que, colectivamente, estamos desarrollando nuevas formas para identificar y relacionarnos con los demás.
Puestos ante caras tapadas, que se acontecen inexpresivas, no nos queda otro remedio que traspasar a la vista, a la visión de la mirada, y a las expresiones corporales de manos, brazos, piernas y cuerpo, el lenguaje visual que acumulamos en la cara. Dejarlo en suspense durante el tiempo en que reina la mascarilla y traspasarlo a otras partes del cuerpo.
Y así, en correspondencia, tenemos que esforzar el sentido de la vista, encontrar y adquirir nuevas habilidades expresivas y de identificación, como también la adquisición de conocimiento para poder mantener la identidad social de la persona y no perder la capacidad de relación.
El establecimiento obligatorio del uso de la mascarilla sanitaria, tapando nariz, boca y buena parte de la cara, nos ha abierto a nuevas formas de expresión y de relación social que, tarde o temprano, se convertirán en usuales y permanentes, marcando así por siempre un antes y un después desde la declaración oficial de la pandemia originada por el COVID-19.
Estoy seguro que diremos, muchas veces, te he conocido por la voz, porque ninguna mascarilla nos priva de la voz, ni de su timbre y tonalidad. Cada uno de nosotros tiene su propia voz, única, personal e irrepetible, que muy bien conoce la gente de nuestro entorno, especialmente las madres. Y ahora, más que nunca, tenemos que escuchar las voces con atención y, así descubrir si detrás de aquella tela que, descolorida, sin ninguna gracia, esconde la cara de una persona, tenemos un amigo, un pariente, un conocido. O quizás hay alguien que, desde un pozo de angustia, nos pide ayuda.
Y, llegados a este punto, como que uno mismo no se puede sacar la etiqueta de jurista, hay que añadir una inflexión y señalar que, con todo lo que hemos dicho, llegamos a la conclusión que la voz es uno de los datos personales más importantes por su singularidad, y que, como tal, merece la máxima protección y respeto, dado que identifica a la persona en cualquier lugar y situación. Por lo tanto, merece el máximo nivel de protección, y no puede ser objeto de manipulación, ni de modificación o distorsión.
Esta obligación va más allá del imperativo legal derivado de las disposiciones del Reglamento de la UE 2016/679, sobre protección de datos personales, y se impone también por una obligación natural de respecto de la identidad de la persona humana.