Por: Pere Reixach
Especialista en Estudios del Pensamiento y Estudios Sociales y Culturales
Barcelona, diciembre 2020
Foto: Pixabay
Estamos inmersos en una sociedad competitiva que exige la perfección para tener éxito. Es la sociedad del rendimiento que valora la productividad y la excelencia, como requisitos de supervivencia.
«Si tú quieres, puedes» es la ficticia premisa que permite soñar y querer la pareja perfecta, el trabajo perfecto, la casa perfecta y la vida perfecta. Esta autoimpuesta exigencia conlleva un agotamiento psíquico de tal magnitud social que muy acertadamente el filósofo Byung-Chul Han nos dice que vivimos en «la sociedad del cansancio».
Sin embargo, no siempre es así. La voluntad de progresar es importante, pero no puede con todo. Cada persona es original, única, irrepetible, con virtudes y defectos, con genes heredados. Roderic Guigó, Premio Nacional de Investigación por sus descubrimientos sobre el genoma, dice: «Sobrevivimos porque somos genéticamente imperfectos».
También conviene afirmar que progresamos y hacemos progresar la humanidad, gracias a nuestros afanes de perfección, siempre que no caigamos en la tentación de convertirnos en unos perfeccionistas, antesala del narcisismo. Perfección, sí; perfeccionistas, ¡no!
El perfeccionismo, lo hemos de situar en el marco mental del aprendizaje que tiene que durar toda la vida, que se nutre, sea intuitivamente o racionalmente, en la paciente observación, prueba y error.
La satisfacción y alegría de la perfección no se encuentra tanto en su logro, siempre imperfecto, como en el gozo que comporta el camino para lograrla. Hemos que ser conscientes que siempre podemos mejorar, pero como dice el poema Itaca del poeta griego Kavafis: no hay un límite donde llegar, no fuerces la travesía, que seas viejo cuando fondees la isla, rico de todo lo que has ganado haciendo el camino.
Nuestro sentido de responsabilidad se expresa en los diferentes modelos de comportamiento o roles, que la gente espera de nosotros. Roles en el seno de la familia, de la empresa o de la vida social. Para desarrollarlos con eficacia y perfección, nos valemos de programas, planes, objetivos, hitos y controles que evaluarán el éxito obtenido.
Buena manera de sacar adelante proyectos, pero hay el peligro de vivir obsesionados, exclusivamente por los resultados antes fijados y que no valoremos bien nuestras capacidades, aptitudes e inteligencia necesaria para el fin que nos proponemos lograr. No sea que construimos la casa sobre la arena y se la lleve la primera ráfaga. Hay que construir sobre la roca que constituye nuestra propia realidad, intelectual, emotiva, física, económica y social.
Por esta razón conviene responder las preguntas: ¿Qué hago? ¿Por qué lo hago? ¿Y para quién lo hago? Esta pequeña o gran introspección sirve para dar sentido a lo que estamos haciendo en cada circunstancia que nos toca vivir.
El «qué» describe la responsabilidad, las tareas a realizar y la carga que nos presupone.
El «por qué» nos permite sintonizar con nuestros anhelos e inteligencias naturales. Martin Seligman, uno de los padres de la psicología positiva, en su libro La auténtica felicidad deja constancia de una investigación de las virtudes que conducen a la felicidad y, después de consultar las tradiciones filosóficas y religiosas, tanto de Occidente como de Oriente, se dio cuenta que todas confluían en el hecho de que cada persona, de una manera natural, sintoniza con una o varias de las seis virtudes comunes en todos los humanos: sabiduría y conocimiento; valor; amor y humanidad; justicia; templanza; espiritualidad y trascendencia. De estas virtudes se derivan veinticuatro fortalezas que, si sabemos conectar con algunas de ellas, nos resituarán de una manera natural en lo que se espera de nosotros. En el libro hay varios cuestionarios para hacer el examen aclaratorio de nuestras propias virtudes y fortalezas.
Y el «para quién» nos ayuda a aceptar nuestra realidad y da sentido a todo lo que estamos haciendo.
Volvamos: Perfección, sí; perfeccionistas, no. Aun así, si queréis profundizar más sobre la perfección, os recomiendo la lectura de la revista Valors del pasado mes de octubre, donde hay un monográfico que trata sobre el tema y de donde he tomado prestadas algunas ideas.