Por: Pere Reixach
Especialista en Estudios de Pensamiento y Estudios Sociales y Culturales
Barcelona, febrero 2021
Foto: Pixabay
El Antiguo Testamento y la Torá nos hablan de las diez plagas o calamidades sobrenaturales con las que Dios castigó a los egipcios para que el faraón dejara partir a los hebreos de Egipto hacia la tierra prometida. El resultado macabro de estas plagas egipcias fue la pérdida de su ejército, sus cosechas, su ganado e, incluso, la de sus hijos primogénitos.
Ahora con la maldita Covid-19 estamos flagelados por una plaga universal que igualmente puede convertirse ruinosa para nuestra salud y nuestra economía. Sabemos, gracias a la ciencia, que no se trata de un castigo divino, sino que es consecuencia de la evolución dinámica de la naturaleza, agravada por errores, negligencias y ambiciones humanas.
Parece que los efectos de la pandemia sobre la salud los podemos combatir con la puesta en marcha de las ansiadas vacunas. Sin embargo me pregunto: ¿Qué pasará con los efectos devastadores que está produciendo sobre la economía? Cientos de miles de empresas, de establecimientos y pymes asfixiadas económicamente por el descenso de la demanda cerrarán con la consecuente pérdida de puestos de trabajo. ¿Cómo podrán subsistir?
Hay una palabra que se ha hecho viral y se ha convertido en un mantra, aparentemente liberador y desafiante para los que se quedan sin trabajo: reinventarse. Sin embargo reinventarse, romper las propias rutinas y hábitos, no se hace en un abrir y cerrar de ojos, no se improvisa. Reinventarse es un arte y, como todo arte, exige tiempo, disciplina, talento y corazón. El Dr. Mario Alonso, formado en la Universidad de Harvard, investigador de la inteligencia y el aprendizaje, concreta un poco más y dice que el triunfo en la vida depende en un 20% del talento y en un 80% del corazón que se ponga en lo que se está haciendo.
Tanto el talento como el corazón (atención, interés, entusiasmo) necesitan para ponerse en marcha encontrar sentido en lo que se está haciendo. Posiblemente ha sido el psiquiatra Viktor Frankl la persona que de una manera más clara nos ha hecho ver el papel que juega «tener un sentido en la vida», para la propia supervivencia. En su libro El hombre en busca de sentido nos cuenta sus experiencias en el campo de exterminio de Auschwitz y cómo observaba la actitud de los diferentes prisioneros en aquellas circunstancias de extrema supervivencia. Mientras unos conservaban su capacidad de sonreír otros quedaban abstraídos en su desgracia y acababan sucumbiendo al agotamiento y al sufrimiento. Frankl, haciendo uso del método científico, observó que los que sonreían se formulaban, consciente o inconscientemente, la pregunta: ¿Qué espera la vida de mí? En cambio, los que sucumbían a las circunstancias adversas se preguntaban: ¿Qué espero yo de la vida? Esta pequeña variación en la formulación de la pregunta ofrecía un cambio positivo en sus pensamientos y en su actitud vital.
En toda situación de crisis, buscamos caminos viables de salida. Uno de estos caminos puede ser el de «reinventarse», que responde a dejar correr la imaginación para formular conceptualmente un nuevo rol, una nueva profesión. Sin embargo, me inclino más a hacer una introspección para «reencontrarme» en los propios valores, las propias capacidades, los propios gustos, la propia vocación al servicio de la comunidad que me rodea.
El profesor de ESADE Josep M. Lozano, hablando de vocación, nos dice que: «… acontece cuando hay una intersección entre mis capacidades y mi formación por un lado, y una necesidad que hay en el mundo que se corresponde con una mejora de la vida humana, por otro. La vocación es la intersección entre lo que sabes hacer y te gusta, por un lado, y lo que el mundo necesita y espera, por el otro. Por ello, en la vocación se funden la llamada y el servicio…».
Nos ha tocado vivir en un mundo volátil, global, complejo y ambiguo donde para tener éxito es necesario reencontrarse en la propia vocación. «Elige un trabajo que ames y no tendrás que trabajar ni un día más» (proverbio chino)
Publicado en el Diari de Girona, 10/01/2021