Miquel Bernardo Arroyo
Psiquiatra
Febrero 2022
Foto: Pixabay
El neurólogo portugués Antonio Damasio explica que, desde que era niño, siempre se le educó señalándole que las cosas de la vida se decidían con la «cabeza fría» y con las ideas claras. Él señala que hoy tiene una posición distinta sobre los consejos que recibió desde pequeño. Dice que este dualismo cartesiano donde se considera que las decisiones son producto de un frío razonamiento, es una afirmación que debe revisarse porque, en la actualidad, la ciencia plantea una necesaria armonía entre lo que son los sentimientos y el razonamiento. Lo que señala Damasio es que no puede haber una concepción cartesiana (él lo llama el error de Descartes) en el sentido de que exista una posición enfrentada respecto del cuerpo y el cerebro, del cuerpo y del alma, del cuerpo y de la actividad psíquica, de la razón y los sentimientos; como si fueran realidades independientes y funcionaran de forma separada.
Hoy en día, el planteamiento es radicalmente distinto: sabemos que la emoción y la razón se alojan en nuestro cerebro. Es evidente que toda la actividad psíquica reside en nuestro cerebro y posee dos parámetros centrales: la afectividad y el razonamiento. Además, una perspectiva de la genética y de la neurobiología apunta a que la afectividad está por delante del razonamiento. Es decir, que, antes de pensar, las personas sentimos y lo hacemos con todas las capacidades y cualidades de los sentimientos que, como especie animal, hemos ido generando a través de nuestra evolución.
Actualmente podemos «radiografiar» los sentimientos de las personas en su actividad cotidiana, con técnicas que ya están al alcance de casi todos los centros hospitalarios de media categoría en muchos lugares del mundo. Por ejemplo, hoy en día podemos obtener imágenes cerebrales de los cambios que los humanos experimentamos acompañando a la alegría y la tristeza. Esto tiene connotaciones muy importantes, tanto para la psicología normal como para el tratamiento de patologías psíquicas. Disponemos de medios para objetivar y cuantificar una situación de euforia y de alegría, para evaluarla y objetivarla con una técnica que permite demostrar que existe un incremento de la irrigación sanguínea en determinadas áreas del cerebro. Esto puede practicarse en personas sanas, así como en aquellas que pasan por situaciones anormales, como cuando alguien sufre fases maníacas.
Las patologías psiquiátricas alteran el procesamiento de la información que permite el reconocimiento emocional de las demás personas, y muy especialmente aquellas en las que esto es especialmente nuclear, como es el caso de la esquizofrenia, el trastorno bipolar o las depresiones endógenas.
Hoy en día sabemos que los sentimientos forman parte de la capacidad de reconocimiento y de adaptación del sujeto a su entorno. Los sentimientos son los sensores que nos permiten adaptarnos y calificar una situación u otra. Nadie parte de una situación neutra, sino que todo el procesamiento de la información externa que llega a nuestro sistema nervioso pasa por algún tipo de valoración afectiva.
En estos momentos, estudiar las emociones resulta básico para saber cómo funcionamos en condiciones de normalidad y así poder ayudar también a todas las personas que tienen alteraciones. La investigación en neurobiología respecto a las funciones psíquicas debe estar dirigida a las poblaciones clínicas, pero, al mismo tiempo, a las personas sanas.
Siempre hemos empezado estudiando las diversas patologías y a partir de ahí hemos determinado los parámetros de normalidad, ya que se requiere tener un patrón de referencia para establecer qué se considera patológico y qué no. Esto difícilmente puede definirse a priori y hay que tener claro que las fronteras sobre esta normalidad muchas veces son muy poco nítidas y definidas.
Desde la actual psiquiatría se sabe que las experiencias afectivas tienen tres grandes correlatos: las emociones, el humor o ánimo y el temperamento.
Por emociones entendemos los cambios que habitualmente duran poco tiempo, que son en su mayoría promovidos por influencias externas agudas y que provocan una actividad de alerta en nuestro organismo. Esto impulsa a alguna acción. Estos cambios se localizan en el «sistema límbico», parte de nuestro sistema nervioso central.
Así, el estado de ánimo es más estable, por lo general, y tiene menos que ver con los cambios hormonales. Las influencias externas son estacionales pero se tiende a la estabilidad. Un estado de ánimo puede durar días o meses. Las influencias externas pueden darse de forma gradual, sin que provoquen una hiperactividad autonómica o vegetativa. Este tipo de cambio se da en el campo de las cogniciones y tiene un sustrato neurobiológico al centrarse en el córtex del cerebro frontal.
El temperamento sería lo que forma parte de nuestra forma de ser, nuestra personalidad innata, heredada; lo que se complementaría con el carácter, que es nuestra personalidad aprendida y modulada con la experiencia y el aprendizaje. En el caso del temperamento, habría una estabilidad a lo largo de los años, que puede modificarse con la experiencia y el aprendizaje. Es una tendencia estable de nuestra personalidad y de la forma como procesamos nuestra información para operar en nuestro entorno. Cabe destacar que tiene un acondicionamiento genético y que impulsa a las interacciones cognitivo-afectivas y a las interacciones interpersonales. Los cambios se denotan en el sistema límbico y en el sistema cerebral prefrontal.
En definitiva, actualmente disponemos de una serie de progresos. La psiquiatría ha avanzado, pero todavía tiene retos muy importantes en la forma de afrontar a las patologías que afectan a buena parte de la población.
Extracto de la conferencia de las Jornadas organizadas por l’Àmbit Maria Corral en noviembre de 2005 sobre «Patologies dels Sentiments. Claus per a un benestar emocional»