Sofia Gallego
Psicóloga y Pedagoga
Febrero 2022
Foto: Pixabay
Resulta habitual al pasear por barrios donde la población es de edad avanzada ver, frente a las oficinas de las entidades bancarias, colas de personas todas ellas algo mayores que esperan pacientemente ser atendidas. La normativa actual que no permite las aglomeraciones en los espacios cerrados hace que las personas mayores tengan que esperar en la calle, tanto si llueve como si hace frío. Este hecho lleva al observador a realizar algunas reflexiones.
La tecnificación ha llegado a tal grado que puede dejar socialmente obsoletas a muchas personas. Hagamos un rápido vistazo a las situaciones más comunes y podremos deducir hasta qué punto se está volviendo difícil vivir de espaldas a la tecnología. Hechos que han venido impuestos de forma solapada y muchas veces con el argumento de que la coyuntura actual ha hecho aconsejable reducir al máximo el contacto social para evitar el posible contagio del temido COVID 19.
Se ha hablado mucho de las consecuencias que para los más jóvenes han tenido las actuales circunstancias, pero poco de las que han tenido para las personas mayores. En un primer momento fueron las más perjudicadas por los contagios de la enfermedad con las consiguientes defunciones de las personas con patologías previas, pero este no es el tema que nos ocupa.
La población envejecida, como la actual, tiene más necesidad de utilizar los servicios sanitarios y cada vez más, para acceder al médico, hay que llamar y esperar mucho tiempo para acabar hablando con una máquina y que a menudo solo admite una única respuesta y es incapaz de decodificar mensajes no estandarizados. Si a esto le añadimos las más que probables dificultades auditivas, pedir hora al médico se convierte en una carrera de obstáculos que a veces cuesta superar, incrementando así la angustia al confluir el trastorno por el que solicita ayuda y la dificultad para poder acceder a ella.
Otra situación que se ha vuelto dificultosa es obtener efectivo en las oficinas bancarias. Antes, los ancianos peregrinaban cada mes al banco a buscar el dinero que necesitaban para pasar el mes y podían tener, si lo deseaban, algún intercambio de opiniones con la persona que le atendía que a menudo se convertía en una especie de consultor económico por el simple hecho de tener una escucha empática. Ahora, el dinero hay que pedirlo a una máquina que nos va dando instrucciones que a menudo no se adaptan a la lógica de la persona usuaria. Si esta solicita ayuda puede encontrarse que no se le pueda dar porque para operar es necesario un número secreto que el empleado no puede saber, por ética profesional.
Todo ello por no hablar de si es necesario realizar una reclamación o aclaración de un recibo de los diversos servicios del hogar, como luz, agua, gas o cualquier otra cuestión. De hecho hoy parece que para poder subsistir necesitamos tener en casa acceso a Internet con el consiguiente gasto económico y de exigencia de aparatos capaces de facilitar este acceso, esto sin contar con la necesidad de tener algunas habilidades informáticas básicas.
Esta es solo una pequeña muestra, eso sí, significativa, de las dificultades que la tecnificación ha comportado para un sector de la población que ya se encontraba con algunas dificultades antes y que ahora ha visto incrementadas. Por todo esto parece que en estos momentos tengamos que hablar de obsolescencia social.
Hace algún tiempo se empezó a hablar de la obsolescencia programada. Podemos encontrar varias opciones de obsolescencia, desde un aparato que deja de estar operativo porque la tecnología le ha superado o bien la programación de la vida útil de un producto para que con un período determinado de tiempo se estropee y no merezca la pena arreglarlo.
Así pues en estos momentos parece que la obsolescencia también ha llegado a las personas porque a menudo la tecnología les supera. Pero estas personas siguen teniendo los mismos derechos y habría que, antes de implementar las nuevas tecnologías, tener en cuenta las necesidades de las personas más vulnerables, en este caso las personas mayores. Técnica sí, pero al alcance de todos y que no deje a personas en la cuneta.