Ramon Santacana
Profesor de la Providence University, Taiwán
Marzo 2022
Foto: Pixabay
Vivimos en la época del cambio continuo. Las nuevas tecnologías posibilitan hacer cosas que dos décadas antes ni siquiera habríamos soñado. El mundo está cada vez más interconectado y cambios en un lugar concreto afectan a las condiciones de vida en el resto del planeta. Estamos tan ocupados en hacer frente a las nuevas situaciones que nos llegan que apenas tenemos tiempo de mirar más allá del futuro cercano.
Es un hecho que las nuevas tecnologías imponen nuevas condiciones de vida. Es un proceso que no se puede parar. Es la evolución de la humanidad. Está claro que parar no se podrá, pero ¿acaso somos meras marionetas a merced de cambios imprevisibles que impone la tecnología? ¿O podemos ciertamente reconducir este proceso? La pregunta en definitiva es si el ser humano tiene la posibilidad, y acaso, la obligación, de ponerse al mando de la nave de la historia y reconducirla de modo que los cambios que están llegando crean el mayor bien posible para la mayoría de personas, que haya el menor número de perjudicados y que se salvaguarden los derechos humanos.
Esa es ni más ni menos la cuestión que mueve el quehacer de la ética. La ética, en su versión utilitarista, propone que al tomar una decisión optemos siempre por aquellas opciones que benefician más y al mayor número de personas. Hay otro sistema ético, la ética de principios que procura hacer una verificación de las opciones tomadas para ver si se respetan los derechos humanos y los principios básicos fundamentales como equidad, justicia, solidaridad, etc.
Proponemos como fundamental la cuestión ética porque toda ley necesita su tiempo para idearse, redactarse, establecerse y hacerse operativa. En las épocas de cambios, cuando nuevas tecnologías se generalizan rápidamente, pasa un lapso de tiempo entre el momento que cambia la situación y el momento que se establecen las regulaciones pertinentes. Es lo que ocurre en este momento con las criptomonedas. Este tiempo abre la puerta a todo tipo de excesos o injusticias, que no se pueden perseguir porque simplemente no están fuera de la ley.
Para poner un ejemplo, imaginemos que unos laboratorios experimentan con virus peligrosos, que en caso de que haya una brecha en los protocolos de seguridad, pueden extenderse a la sociedad y pueden llegar a dañar al estilo de vida humana en el planeta de un modo irreversible. Si en ese momento no había leyes apropiadas ni modos de hacerlas cumplir, no había manera de prevenir esos daños irreversibles. Si además la ética de los científicos que actúan y de los políticos que toman decisiones es débil, no habrá modo humano de evitar casos parecidos.
La revolución de las tecnologías de la información (IT por sus siglas en inglés) que hemos vivido no es el final del proceso de cambio, sino solamente el principio. Las IT están posibilitando una revolución en inteligencia artificial, en biotecnología y más concretamente en la conectividad del cerebro humano. Por medio de neuro implantes, dentro de muy pocos años será posible conectarse desde el cerebro directamente a la web sin necesidad de los llamados ‘smartphones’. El concepto de privacidad y con él el de identidad personal van a cambiar drásticamente.
¿Vamos a dejar que todos estos cambios nos pillen desprevenidos? El primer eslabón para evitarlo es reforzar la conciencia ética de las personas y de las entidades, investigar no solo en nuevas tecnologías sino investigar en la ética de las nuevas tecnologías, desarrollar currículos y sistemas de enseñanza para que los estudiantes entiendan la importancia de la ética en la toma de decisiones profesionales y que los nuevos investigadores y desarrolladores de productos (I+D) incorporen las disciplinas éticas como condición requerida en todas sus actividades.
Recordemos que la ley suele ir por detrás de los hechos, el único sistema que puede ir por delante de las nuevas situaciones, es una buena conciencia y fuerte disciplina ética en los políticos, los investigadores y desarrolladores de productos, en los consumidores y en la sociedad en general. Las universidades y otras instituciones de enseñanza deben jugar un papel crucial en este caso. Desde esta tribuna quisiera hacer un llamado para que en los centros de enseñanza media y superior se desarrollen e implemente cursos de ética profesional y destine una parte del presupuesto de investigación de cada departamento a investigar la ética de las nuevas tecnologías.