Leticia Soberón Mainero
Psicóloga
Mayo 2022
Foto: Assumpta Sendra
Estudiar los sentimientos es algo muy importante y oportuno, sobre todo si se realiza desde varios puntos de vista de las ciencias. Pero, ¿a qué llamamos «patología de los sentimientos»? Entendemos que ‘patología’ es una disfunción, una enfermedad; mientras que ‘sentimiento’ es el aprecio, el movimiento o la modificación del ánimo. Asimismo, consideraremos que la ‘emoción’ es la impresión viva, la pasión, la intranquilidad interior.
Según Daniel Goleman, «la emoción es un sentimiento con sus pensamientos característicos. Es un estado psicológico y biológico que comporta una variedad de tendencias en la acción». Para quienes deseen ampliar su información al respecto, existe una interesante recopilación de las teorías de la emoción en la revista norteamericana Communication research trends. La número 24 está dedicada a los medios de comunicación y las emociones.
Existen innumerables enfoques para establecer una definición de patología de sentimientos. Por ejemplo:
– Si se toma como base la norma: es patológico el que no es mayoritario en la población.
– Si la referencia es el placer y el bienestar: es patológico lo que produce infelicidad.
– Si el referente es ecológico y evolutivo: es patológico lo que dificulta la adaptación al medio.
– Si el criterio es la homeostasis (el equilibrio): es patológico lo que produce desequilibrio.
Pero casi desde todos los ángulos y escuelas psicológicas suele afirmarse que la patología comporta –además de un tono emotivo triste, temeroso y desencantado– una disminución del sujeto, una cierta ‘in-firmeza’ que produce una reducción de la energía disponible para la vida diaria y un descenso de la capacidad para afrontar las frustraciones y dificultades cotidianas. Asimismo, la patología suele producir, aunque sea poca, una desintegración o desconexión interior entre los componentes de la vida psíquica: para el sujeto, las pulsiones corporales, percepciones, deseos, sentimientos, ideas y creencias, aparecen como divergentes o contradictorias entre ellas. Esta desarmonización comporta un malestar y una ansiedad que se intentan dominar a base de rutinas de acción rígidas y, en pocas ocasiones, eficaces. Entre estas rutinas se encuentran los pensamientos o las acciones autodestructivas, las formas deterioradas de relación interpersonal, las adicciones, los trastornos alimentarios, los tics nerviosos, las formas crónicas de evasión, entre otros síntomas. Correlativamente, un indicador de la salud mental es el de la integración o armonización de los diversos componentes de la vida psíquica, lo que estabiliza a la persona (le da una sensación interna de serenidad y plenitud, le permite desarrollar sus potencias, relacionarse con los demás y aportar algo a la sociedad, incluso en circunstancias difíciles). Una síntesis de la salud psíquica la dio el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud: «la persona sana es capaz de amar y trabajar».
Es materialmente imposible agotar la comprensión de la maravillosa complejidad de las personas. Para explicar las enfermedades de los sentimientos, se consulta a la química, la genética, la psicología cognitiva, la historia familiar, la situación social, la economía e, incluso, los medios de comunicación social. Nadie puede proponer una explicación total de tan complejo fenómeno. De ahí la importancia de la interdisciplinariedad.
Extracto de la ponencia presentada por la autora de este artículo en el Seminario «Patología de los sentimientos» organizado por el Àmbit Maria Corral en 2005. Seguirán dos extractos más.