Ramon Santacana
Profesor de la Providence University (Taiwan)
Julio 2022
Foto: Pixabay
Al principio de la guerra, ante el avance de las tropas rusas, Los Horbonos, una familia ucraniana que vivía en el pequeño pueblo de Lukashivka, se fue a los campos a refugiarse. Una vez hubo pasado el ataque al pueblo, volvieron a su casa para encontrar que gran parte de la vivienda estaba en ruinas. El único lugar habitable, el subterraneo de la casa, lugar al abrigo de las bombas y que no había sido destruido.
La gran sorpresa fue que cuando entraron encontraron a cinco soldados rusos que se habían instalado allí a refugio de las bombas o disparos que, dado que estaban en el frente, podían venir desde cualquiera de los dos bandos. Los soldados se negaron a abandonar el refugio y la familia tuvo que convivir con ellos unas semanas en esa pequeña habitación. Los soldados no dejaban nunca sus fusiles y solo salían para lo imprescindible, a buscar algo de comida y cuando los llamaban sus superiores. La familia ucraniana tampoco salía mucho, solo lo imprescindible. Así estuvieron tres semanas.
Poco a poco la hostilidad y desconfianza inicial se fue desvaneciendo, empezaron a colaborar en pequeñas tareas y se fueron conociendo. Esos soldados tan fieros, –todos tenían madre, algunos esposa e hijos–, trataban de comunicarse con ellos, eran de zonas lejanas y más bien empobrecidas, sus familias sufrían…
Los habitantes de la casa que en un primer momento culpaban a los soldados de tanta destrucción y muerte, fueron viendo que detrás de esos fusiles y cascos, detras de esa piel curtida y llena de arañazos y heridas, tambien había un ser humano. Un ser que sufría por los suyos, un ser que no quería ir a un sitio tan lejano a sembrar destrucción y muerte. En muchos casos habían sido obligados, por el sistema, por la maquinaria de la guerra.
Unos y otros, aunque desde una posición muy desigual, de invasor e invadido, unos y otros descubrieron que no querían esa guerra, que no odiaban a sus vecinos, que no querían sembrar la muerte y, en definitiva, que esperaban y anhelaban poder vivir en paz y armonía unos con otros.
Los pueblos en general, la gente de a pie, no quiere hacer la guerra. Quieren tener un trabajo estable, progresar, casarse, tener hijos, tener amigos, preparar fiestas, hacer algunas vacaciones… ¿Quién en su sano juicio quiere ir a matar gente?, ¿a sembrar odio?
Son los gobiernos los que inician las guerras y los que buscan la manera de que la gente la haga. Si es necesario incluso por obligación. No solo en Rusia. Tengo amigos de Ucrania que no pueden salir del país porque son hombres. Mujeres, ancianos y niños pueden salir del país, pero los hombres lo tienen prohibido. Tienen que estar disponibles para cuando la nación los llame.
Dicen que la guerra va para largo. No me extraña. Hay países que no paran de enviar armas y dinero a Ucrania. Sin armas, dinero ni hombres no habría guerra. ¿Quién se beneficia de esta guerra?
Sabemos quienes son los perjudicados: el pueblo de Ucrania en primer lugar, con pérdidas de vidas, dolor y destrucción, pierde también el pueblo ruso cuyos hijos van muriendo en el frente y en la retaguardia la vida se hace dura y difícil. Pierden los pueblos de muchos otros países. Algunos afirman que las sanciones económicas perjudican más a Europa que a Rusia. También pierden los contribuyentes de EEUU cuyo dinero, a chorro, va a financiar esa carnicería. Pierden los países de África que pronto van a sufrir de hambruna al no poder importar el trigo y maiz bases de su dieta.
Hay que parar esta locura. Pero ello no será posible sin desenmascarar a los que, desde la sombra, y con intereses inconfesables, mueven los hilos. ¿Quién, quiénes, se benefician de esta guerra?
Fuente consultada:
https://www.theatlantic.com/ideas/archive/2022/05/putin-war-propaganda-russian-support/629714/