Jaume Sarramona
Pedagogo y catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona
Foto: Pixabay
Fecha publicación: 21 noviembre 2022
Días atrás conocimos una noticia, tristemente luctuosa, que creo debería ser motivo de profunda reflexión. Se trata de la muerte por avalancha de más de 150 jóvenes en una calle de Seúl, cuando estaban de fiesta pre-halloween, «celebrando el fin de la pandemia». Noticia lejana y tristísima, pero que nos permite hacer unas ciertas reflexiones sobre nuestros tiempos y la forma de vivirlos que tiene una gran parte de la juventud, y esto en todas partes, pues la vida escolar y familiar en Corea, al menos hasta hace poco, no se parecía demasiado a la nuestra.
Lo comento porque chicos y chicas coreanos de veinte años, por tanto, ya mayores de edad, tomaron la libre decisión de entrar en un callejón de cuatro metros de ancho y no muy largo –zona de bares– a pesar de estar lleno a rebosar. El resultado ya lo sabemos. Y después las familias culparon a las autoridades de no haber reducido el aforo de la zona. Y yo me pregunto si realmente deben ser las autoridades públicas las que prohíban lo que ya dice el sentido común: que si toda una zona está llenísima de gente es mejor no ir, que hay peligro potencial; la madurez mental debe hacerte tomar decisiones que te alejen del peligro. ¿Podría decir más?
Sí, podría añadir algo más, pero todo iría en la misma línea de no dejar ni esperar a que sean los gobiernos o equivalentes quienes sustituyan a las decisiones responsables de los ciudadanos. Otra cosa es el caso de no poder prever la desgracia con las informaciones o elementos disponibles. Así me parece bastante diferente el caso sucedido en la India aquellos mismos días, donde murieron más de cincuenta personas por el hundimiento de un puente colgante que se había restaurado recientemente. Aquí las autoridades, de entrada, han encarcelado a nueve personas vinculadas con las obras del puente en cuestión.
El hecho de los jóvenes de Seúl debería hacernos reflexionar sobre el tipo de juventud, bueno, de una parte de la juventud, que ha surgido en la sociedad de nuestros días. Dominan ampliamente todos los recursos tecnológicos, saben moverse por todas partes, pero parece que no encuentran la oportunidad de reflexionar un poco antes de tomar ciertas decisiones sobre qué hacer, dónde ir, qué decir. Gozar de la inmediatez parece la norma general, como si no hubiera un mañana. Y ahora seguro que alguien me dirá que no pueden pensar en un mañana que resulta incierto, que su futuro no está nada claro, que eso les angustia y que buscan las salidas rápidas, etc.
No negaré la verdad de los posibles comentarios anteriores, pero añadiría que el futuro también se construye sobre decisiones personales y colectivas, y que sería un error pensar que todas las generaciones anteriores lo han tenido más claro y más fácil. No, decididamente, tiempos pasados no siempre fueron mejores que los actuales, pero quizás una gran diferencia es que sabíamos que nadie nos daría nada, si no eran los padres y familiares, claro. Y que deberíamos abrirnos camino entre renuncias y decisiones personales. Quizás porque no disponíamos de muchos recursos, pero también porque no nos apoyábamos en paternalismos cuando cometíamos errores.
Toda generalización es siempre injusta, ciertamente, puesto que hay jóvenes diversos. Pero personalmente me llama la atención la distancia actual entre generaciones, hasta el punto de que sitios y horarios enteros se han convertido en patrimonio exclusivo de una franja de edad que no va más allá de los treinta años. Pensemos sino en las discotecas, en los llamados botellones, en un cierto tipo de fiestas y de música. Todo lejos de las vivencias que algunos tenemos de bailes, fiestas, celebraciones,… donde estaban los niños y los abuelos, pasando por todas las franjas de edades. Esta convivencia intergeneracional no excluía algunos pequeños espacios exclusivos, pero el contacto mutuo ayudaba a tomar decisiones sensatas, sin duda, pues eran repartidas y afectaban a todos.
La administración, el poder policial, no debería ser el único garante de la convivencia, el comportamiento cívico y el ejercicio de la responsabilidad. Culpar a políticos es muchas veces la expresión de la falta de responsabilidad personal. Yo prefiero que no me digan qué debo hacer, y que tomen las decisiones que me afectan pero que no están a mi alcance, que son muchas.
Por cierto, ¿se ha hablado de estos hechos en las familias y en las escuelas para sacar consecuencias?
Artículo autorizado por el autor, publicado en BellaterraDiari, 6 noviembre 2022