Joan Romans
Profesor
Foto: Pixabay
Fecha de publicación: 17 de enero de 2023
Recientemente un diario informaba del aumento de ventas de productos de lujo, a precios escandalosos, en algunos establecimientos de Barcelona, hasta un 50% más que antes de la pandemia. Los clientes compran –decía el informe– para uso propio o para revenderlos posteriormente.
Unos días antes había leído la noticia de que la FIFA (Fédération Internationale Fooball Association) estaba pensando crear el campeonato mundial de clubes de fútbol, (que no debe confundirse con el campeonato mundial de selecciones que se ha celebrado últimamente), además del campeonato de selecciones. ¿Objetivo? Más espectáculo, más publicidad, más merchandising, más derechos televisivos, en definitiva, riadas de millones de euros en juego.
Paralelamente, Cáritas, Arrels y tantas otras entidades que trabajan en bien de las personas necesitadas (sin trabajo, sin hogar, inmigrados indocumentados, refugiados, …), recuerdan, casi a diario, el aumento constante de casos que deben atender.
En un telediario de TV3 hace unas pocas semanas se mostraban unas imágenes del Papa Francisco llorando públicamente, en el transcurso de una plegaria, por las víctimas de la guerra en Ucrania y, unos minutos más tarde, en el mismo espacio informativo, veíamos al presidente Putin condecorando doscientos militares rusos por sus acciones en la guerra contra Ucrania.
Y, ante el drama de millones de personas que malviven por el mero hecho de haber nacido en una geografía y en un momento histórico que no les es propicio, observamos que, por un lado, existe un sector de la sociedad que parece que solo busca su bienestar, riqueza, diversión y espectáculo a expensas de lo que sea; otros que buscan satisfacer sus ansias de poder y megalomanía pisando no importa quién. Frivolidad, superficialidad, soberbia y ambiciones descabelladas son motores que mueven las acciones de muchos individuos que quieren ignorar todo lo ajeno a sus propósitos. El resto de personas no cuentan si no es para satisfacer sus despropósitos. Y si para ello es necesario disponer de las personas como si fueran simples objetos, estropear los recursos del planeta e ignorar los consejos que continuamente se dan a fin de frenar el cambio climático que tantas consecuencias nefastas tiene, pues no importa. Procuramos –piensan– nuestro bienestar hoy y aquí y los demás y quienes vendrán más tarde que se apañen con lo que se encontrarán.
Por otra parte, también hay un innumerable grupo de personas y entidades –con creencias religiosas o aparentemente sin ellas–, que se desviven para atender a aquellos que la fortuna ha olvidado y que además son víctimas de la indiferencia o explotación por parte de quienes viven en la abundancia de bienes y seguridades y que ignoran la suerte de los desfavorecidos.
Nada de eso es novedad, las sociedades humanas siempre han vivido entre estos dos polos tan opuestos que tensan la convivencia y son fuente de innumerables injusticias.
Lo que sí es más novedoso es que actualmente hay más conocimiento y conciencia de las enormes diferencias de riqueza y bienestar de los diferentes grupos humanos y que no faltan voces que alertan de este hecho. Los medios de comunicación actuales han ayudado a manifestarlo. También sabemos, según dicen los entendidos, que hay suficientes recursos en el planeta y que con una justa distribución de bienes se podrían cubrir las necesidades básicas de todos. Y también saben muy bien los historiadores y sociólogos que la carencia de justicia y la injusta distribución de las riquezas es la causa primera de los conflictos sociales. Y todavía podemos añadir que el sueño de un crecimiento económico ilimitado es una falacia. Los recursos del planeta, aun siendo enormes, son limitados.
Podemos pensar que intentar solucionar estas enfermedades de la humanidad es tarea y responsabilidad que corresponde a los estados, a las administraciones y a las grandes empresas que, en definitiva, dirigen el mundo y que cada persona en particular no puede hacer nada. No es así. Con nuestras actitudes cotidianas podemos ayudar a cambiar el camino sin futuro que a veces parece que toman quienes quieren gobernar el mundo –poderes políticos, económicos, ideológicos–. Un ejemplo fácil lo tenemos en la compra de artículos que necesitamos para vivir. Si creemos que no son adecuados –porque dañan nuestra salud, la del planeta, porque han sido fabricados con explotación de mano de obra barata, porque no ayudan en nada a la convivencia humana, etc.–, si este producto no se vende pronto dejará de fabricarse. Es fácil decirlo, difícil de hacerlo, pero es una medida que tenemos en nuestras manos.
Y no solo con la compra y venta de objetos materiales. La manera de vivir y convivir de las personas y también la actitud con la que encaramos todos los azares y circunstancias que la vida nos depara, acaba condicionando las actuaciones de quienes gobiernan.
Una vez más, la libertad responsable y corresponsable de cada ciudadano del mundo es el único medio que tenemos para alcanzar un planeta habitable para todos los vivientes –humanos y toda la naturaleza–, junto con la conciencia individual y colectiva de saber que no vivimos solos en el planeta, ni como individuos ni como grupos humanos cercanos por la cultura, la lengua o las creencias.
Hay voces que nos lo recuerdan a diario. Solo falta querer escucharlas, ser conscientes de ello y actuar en consecuencia.