Javier Bustamante
Poeta
Foto: Assumpta Sendra
Fecha publicación: 10 de mayo de 2023
Me vienen a la memoria unas palabras de un soneto de Alfredo Rubio de Castarlenas (Barcelona, 1919-1996): «cada uno tendrá su propia forma de morir». Desde hace un año he estado acompañando a un amigo de más de 80 años, fallecido recientemente, en su proceso de enfermedad terminal. Durante este tiempo han ido muriendo otras personas amigas de ambos, de diversas edades y por motivos también diversos. Es por ello que este verso de Alfred Rubio me parece tan contundente ahora mismo.
Es un misterio la muerte, como lo es el nacimiento e incluso el recorrido vital de cada persona. Cada uno y cada una tendremos nuestra forma de morir, pero también porque nuestra forma de vivir es única. Hay un dicho que dice: «murió tal y como vivió». Siento que no es del todo cierto, porque a veces morimos de una forma que no es congruente con la forma de haber vivido. En todo caso, se refiere a que el modo en que vivimos de alguna manera acaba afectando al modo en que irán siendo nuestros últimos días. Pero el momento final será siempre un misterio.
Misterio, no en el sentido tenebroso, sino de gran incógnita. La muerte no es la gran respuesta ni la conclusión final, más bien es la gran pregunta y con frecuencia el desencadenante de procesos nuevos, sobre todo dentro del continente humano que rodea a la persona que ‘marcha’.
La ausencia de una persona, sea a raíz de una muerte física o de cualquier ‘dejar de estar’, siempre desemboca en una nueva presencia. Aquel espacio y tiempo antes ocupados por la persona se llenan de todo lo que representa para nosotros y es así como se nos revela su esencia. Este itinerario que va de la ausencia a la nueva presencia y descubre la esencia, nos hace valorar la vida que está detrás de la muerte.
Dicho de otro modo, la muerte no es un momento final, sino todo un proceso que comienza desde el nacimiento, nos acompaña toda la vida y sigue más allá de nuestro estar aquí. Y podríamos decir más: empezamos, como posibilidad, desde antes de nacer y seguimos existiendo en la vida de otras personas de las que también hemos sido causa sin la que no existirían.
El mismo Alfredo Rubio escribió un artículo que se titulaba La muerte no es la, sino nos, donde decía que no podemos hablar de la muerte en términos abstractos y externos a la persona, sino en términos concretos e intrínsecos al existir. No es la muerte, sino mi muerte. Rubio, como vamos viendo, era un gran tanatólogo. Fue un gran formador de personas, de hecho, creó el realismo existencial, que más que una corriente de pensamiento es un estilo de vida. Y como gran vitalista, reflexionó mucho sobre la muerte.
En su último tramo de vida, Alfredo decía que incluso morir es una fiesta. La fiesta, otra de las dimensiones humanas que trató mucho. Para Rubio la fiesta es lo más opuesto a la guerra. Tienen mucho en común: son creativas, requiere energía y esfuerzo, unen a personas con un mismo fin… Pero son de signo tan radicalmente opuesto: una construye y otra destruye; una iguala a las personas y les da dignidad, la otra las jerarquiza y las degrada; una comunica vida, la otra siembra muerte.
Sin haber estudiado tanatología, él insistía en que debía darse un nuevo tratamiento al proceso del buen morir y del buen despedir a las personas y acompañarnos a los que quedamos. Incluso con despedidas de serenidad festiva, de agradecimiento, de alegría expresada debidamente cuando sea posible. Tenemos derecho a ser recordados de la mejor forma una vez superados los momentos de dolor. Ahora los tanatorios comienzan a incluir un poco esta dimensión menos trágica y más agradecida, pero todavía nos encontramos con edificios fríos y con despedidas exprés y de tipo funcionario con cartas de servicios.
Para concluir esta reflexión-homenaje llevo aquí los versos de otro poema de Alfredo Rubio: «¡Qué hermoso /que aunque yo muera/ todo en el universo seguirá rodando/ como si tal cosa!». Aquí destila la humildad óntica de la que tanto hablaba él. «¡Pudiendo no existir, existimos!» Y, de esta forma, también un día dejaremos de existir. Al menos tal y como nos percibimos ahora.