Jaume Sarramona
Pedagogo y catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona
Foto: Gerd Altmann, en Pixabay
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Una de las características de los tiempos actuales es la aceleración de los cambios en todos los órdenes y, especialmente, en el desarrollo tecnológico. Quienes ya tenemos cierta edad lo hemos podido vivir de primera mano, y no hace falta poner ejemplos, que son obvios para todos. Sin embargo, en los últimos meses ha centrado la atención el grado de desarrollo y las consiguientes aplicaciones de la denominada ‘inteligencia artificial’ (IA), que ya afecta a todos los ámbitos de la vida, por tanto, también a la educación.
Recientemente he participado en un congreso internacional organizado en Perú –en versión on line, como se hacen casi todos ahora– donde la preocupación de un dirigente sindicalista era si la IA sustituiría a los maestros. Dejando ahora a un lado si la principal preocupación de un sistema educativo como el peruano debe ser la incidencia de la IA, el caso es que de nuevo nos encontramos en una situación donde los docentes, como el resto de profesionales de los diversos sectores laborales, habrán de reencontrar su papel en el momento de generalización de la aplicación de la IA. Y entonces no puedo evitar recordar la afirmación que en los años sesenta del siglo pasado hizo el difusor de las llamadas ‘máquinas de enseñar’, cuando dijo que ‘si un maestro puede ser sustituido por una máquina, merece ser sustituido’. Cuando se empezaron a crear máquinas para sustituir ciertas funciones cerebrales, se inició un camino que, inevitablemente, debía conducir hacia útiles que cada vez harían funciones más complejas. Los primeros ordenadores, no en vano denominados ‘computers’, sustituyeron la capacidad humana de calcular numéricamente, y a partir de ahí los ordenadores han llegado a realizar muchas otras funciones mentales, al igual que otras máquinas habían sustituido las manos y las piernas en las labores de desplazamiento y manipulación de objetos.
Las máquinas son cada vez más complejas y, por tanto, se parecen cada vez más a la complejidad de nuestro cerebro. La cuestión de fondo es si seguirá siendo un cerebro humano quien las controle o ya se podrán controlar, por tanto, tomar decisiones, por sí mismas. Si no hay un descalabro grande, todo parece indicar que así será. También debe decirse que mantener la última decisión en un cerebro humano no es garantía de nada, como la historia y la realidad cotidiana nos demuestra. Por tanto, las próximas generaciones tendrán que vivir esta situación y buscar las soluciones pertinentes. Un personaje bastante entendido en tecnología, Bill Gates, hace pocos meses hizo unas consideraciones respecto a la aplicación de la IA en la educación, en el sentido de que surgirán asistentes personales digitales que podrán llevar a cabo diversas tareas, por lo que se revolucionará la manera de aprender y enseñar, pues estas aplicaciones «conocerán los intereses y estilos de aprendizaje de los alumnos, medirán su comprensión, advertirán cuándo están perdiendo interés y comprenderán a qué tipos de motivación responden». Por tanto, toda una ayuda para los docentes de todos los niveles, los cuales tendrán que seguir determinando qué vale la pena aprender y, especialmente, qué tipo de valores hay que fomentar en cada lugar y momento.
Y no olvidemos que, en la educación, el ejemplo, las vivencias directas de los modelos de personas y sociedades que quieren fomentarse, son el factor más decisivo para que lleguen a ser adquiridos por los educandos. La educación es básicamente socialización, es preparar para integrarse y ser activo mantenedor de la sociedad, a la vez que actor de su progreso. Los conocimientos y habilidades que son necesarios en cada etapa evolutiva deben ser adquiridos, lógicamente, con las herramientas disponibles y propias de los tiempos vividos, y ojalá que estas herramientas sean eficaces en la búsqueda y adquisición de los conocimientos y habilidades que se consideran valiosas; esto haría realmente equitativa la educación. Pero de la misma forma que no somos solo racionalidad intelectual, sino también sentimientos y emociones –independientemente de que el cerebro intervenga en ellos, lógicamente–, que son propios de nuestra especie y su situación en un contexto socio-familiar determinado, los aprendizajes seguirán necesitando de la vinculación emocional con el modelo a seguir.
Todo esto con la posibilidad de poder decidir entre varias respuestas posibles, naturalmente, situación esta que por ahora no se da por todas partes. Peligros posibles, ¿precauciones a tomar sobre la IA? En cada momento será necesario considerarlas en función de su grado de desarrollo y ámbito de aplicación. Por el momento la UE ya ha intervenido prohibiendo su utilización para la identificación indiscriminada de personas. Deberemos estar dispuestos, como también deberíamos estar ante las redes sociales, los teléfonos móviles y cualquier herramienta que nos quiere conducir hacia caminos interesados por algunos, sustituyendo nuestra capacidad de reflexión y de toma de decisiones.
Artículo autorizado por el autor, publicado en BellaterraDiari, 22 agosto 2023