Por: Ámbito Maria Corral
Foto: Assumpta Sendra
Fecha de publicación: 17 de octubre de 2023
El jueves 5 de octubre de 2023, dentro del Espacio de Formación, tuvo lugar la conferencia: «Por un futuro compartido: la confianza como tarea ética», a cargo de la filósofa Begoña Román, que nos invitó a pensar juntos sobre este tema, ya que vivimos en una sociedad desafectada, incrédula, descreída y desconfiada.
Planteó distintos puntos de discernimiento y de reflexión. Hay que abordar el futuro, que sólo será posible si es compartido. El futuro siempre es distópico, es un sitio al que no queremos llegar porque es peor que el presente. Citó el libro Calamidades de Ernesto Garzón Valdés, que distingue entre catástrofe y calamidad. La diferencia es que en la catástrofe estamos en el ámbito de lo que no está a nuestra disposición, que no está bajo nuestro control, es un mal imprevisible, inevitable e inemputable. Pero la calamidad es evitable, es previsible, es imputable y requiere responsabilidades.
Nos hemos instalado en un presente que es totalmente catastrofista. Anunciamos la catástrofe para sencillamente anunciar una muerte inevitable, sin poder hacer absolutamente nada. Cuando la reflexión que debería hacerse es si podríamos aprender de las catástrofes, a cómo evitarlas y cómo prevenirlas, éste es el progreso. El despropósito y la inmoralidad es hacer pasar la calamidad por catástrofe y hacer una lectura de las catástrofes como si nada se pudiera hacer. No podemos transformar las catástrofes en calamidades, puesto que esto comporta unas consecuencias trágicas. Desarmar, desmotivar a la agencia moral te somete a un determinismo mucho mayor de lo que en realidad es. Podemos liberarnos de esta catástrofe en tanto cuanto tomamos conciencia de que juntos podemos, en conocimientos, en construcciones, en políticas, por lo que ya no estamos condenados a un destino fatídico. El conocimiento, el construir conjuntamente, nos libera.
Los que hemos disfrutado de una vida más o menos plácida, continuó diciendo, en que el futuro es cada vez más corto y el pasado más largo, porque ya hemos vivido una vida y lo que queda por vivir ya lo encontrarán las generaciones futuras. Nosotros ya no estaremos. Y nos dedicamos a vivir el presente, a vivir al instante, sin cambiar ninguna de las causas que han llevado a ese estado de descrédito y de catástrofe. Pero, la consecuencia más catastrófica que estamos constatando es que los jóvenes, que son los protagonistas del futuro, no quieren ir, y por tanto se instalan en el instante, sin tener pasado y sin tener futuro ni presente, sin historia.
También hizo referencia a un texto de Paul Ricoeur, El sufrimiento no es el dolor, en el que hace una reflexión de la mano de San Agustín, para hacer una distinción entre vivir el instante y vivir el presente. Aquel que se instala en el instante, consume compulsivamente los instantes que se disuelven. Esto genera un consumismo del tiempo. Vivir el instante no te permite vivir el presente, ya que este implica prestar atención. No solo hay que tener pasado para saber de dónde vengo, hay que tener futuro para saber dónde ir. El futuro está en el proyecto, en la esperanza. Max Frisch, en su novela Digamos que me llamo Gatenbein, destaca cómo el protagonista busca la historia de la experiencia y hasta que no tiene la historia no tiene la experiencia.
La profesora Román continuó constatando que hemos perdido la credibilidad, la fe en nuestra capacidad de construir un mundo mejor. Por lo tanto, nos dedicamos a consumir, a acumular experiencias sin historia. El futuro no puede ser si no es compartido, es decir, mundial y global. Y no podemos hacerlo si no creemos de nuevo en un humanismo que requiere de una agencia colectiva.
Tenemos que recuperar la conciencia de interdependencia colectiva. Solo podemos vivir como humanos, construyendo y manteniendo, generando y regenerando ciudades, estructuras… Hay que restablecer la confianza que siempre tiene que ver con un acto de compartir confidencias y por tanto de acción comunicativa, que requiere de la verdad. La principal institución que debemos cuidar es la del lenguaje, la del diálogo como el arte de buscar la verdad a partir del punto de vista del otro. Debemos cultivar la amistad cívica, el arte de conversar. Por otra parte, el acto de comunicación requiere de interlocutores válidos, alguien en quien confiar y hacerle confidencias porque esto nos cuida, nos cura.
Necesitamos confianza en la capacidad del sujeto de buscar una vida buena, que requiere de brújulas que son los valores. Y no hay brújulas sin querer llegar a algún sitio, que es el futuro. Confianza grande en la humanidad, sin ser ingenuos. Esto ocurre por el cuidado de las instituciones, que nos sobreviven, para aceptar nuestra constitutiva precariedad, vulnerabilidad y fragilidad.
Hizo referencia al libro Lo indisponible de Hartmut Rosa, que dice que debemos confiar en nuestra capacidad de gestionar la incertidumbre. Existen dos tipos de incertidumbre, la de la ignorancia y la de la ignotancia. La ignorancia es decir no tenemos conocimientos pero nos ponemos a realizar equipos de investigación, a cooperar, aportando testimonios, porque el conocimiento, la verdad, nos hará libres. La incertidumbre es lo ignoto, lo que es un misterio, lo que nadie conoce. Queremos un futuro abierto, donde haya incógnita, donde haya misterio, donde exista la posibilidad de inventar cosas nuevas. La utopía es el sitio que no llega nunca. Pero, lo que es un deber es que nos aproximemos cada vez más y la distopía no ayuda a caminar. Necesitamos asumir que la vida es indisponible, que existe una dimensión que no depende de nosotros. Cuando creemos que todo está descontrolado o controlado, que nada se puede hacer, es cuando sucumbimos como humanidad.
Es la primera vez que la sociedad tiene la capacidad de destruirse a sí misma y es la primera vez que la humanidad tiene la capacidad de salvarse. Esta capacidad emancipatoria del ser humano de discursos catastrofistas pide recuperar lo que Hartmut Rosa llama la ‘resonancia’, que es de esas cosas indisponibles. Si el futuro está abierto, es porque hay misterio, hay indisponibilidad, hay algo ignoto, existe la esperanza de que encontremos momentos de ‘resonancia’.