J. Corbella Duch
Abogado
Foto: Assumpta Sendra
Fecha publicación: 11 de marzo de 2024
Suelo leer las entrevistas que el diario La Vanguardia publica en la última página bajo el título de La contra. Antes de realizar la transcripción se encabezan con una breve presentación de la persona entrevistada, que acaba con la respuesta dada sobre si tiene creencias.
Pienso que la pregunta, hecha así, sin concretar el tipo de creencias por las que se pregunta al entrevistado, es incompleta, salvo que queramos dar por sobreentendido que se pregunta sobre las creencias religiosas, o el posicionamiento sobre la religión, haciendo un tipo de elipsis, o de reserva mental, en relación con el contenido de la pregunta.
Pero si esta es la finalidad de la pregunta, entonces tenemos un pequeño inconveniente, dado que la Constitución establece que nadie está obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias. Y, en consecuencia, si no se está obligado a declarar, tampoco debe preguntarse sobre estas materias.
Pero no sigamos por este camino, porque la pregunta sobre creencias no ha sido el motivo de ponerme en el teclado, sino la respuesta, en el sentido de no tenerlas que, de alguna manera, me ha golpeado.
Me pregunto cómo es posible que alguien pueda vivir sin creer en nada. Ir a dormir sin tener la certeza de que vendrá un mañana, ni confiar en la correspondencia del otro, ni creer nada de lo que nos digan o expliquen, salvo que se pueda comprobar por sí mismo. En definitiva, vivir una situación de aislamiento.
Contemplado desde esta perspectiva, un absoluto no creer en nada equivale a desconfiar de todo y de todos, y a vivir permanentemente a la defensiva, lo que, al fin y al cabo, se convierte en un posicionamiento imposible.
Seguramente la respuesta es sintética y apresurada, en la misma línea de la pregunta, que también quiere llamar la atención del entrevistador, y resaltar la propia singularidad.
Por eso me inclino a pensar que el nihilismo que manifiesta la respuesta debe verse como una negación de los valores y de las creencias que conforman la sociedad, la disconformidad en el sistema social, con las bases ideológicas y los valores sobre los que se fundamenta.
Visto así, en la línea del pensamiento de Nietzsche, podemos entender la respuesta, dado que en nuestra sociedad hay muchas cosas qué cambiar. También valores a potenciar, algunos a definir y, sin duda, incorporar nuevos.
Esta puede ser una actitud de superación activa o positiva de los valores que configuran la sociedad en la que vive cada uno. Pero mantenerse en la negación, sin más, sin una reflexión que nos lleve a conocer y delimitar lo obsoleto, y/o lo que se ha degradado y no sirve para mejorar la convivencia social y el progreso individual, no lleva nada positivo, y tampoco es un modelo de pensamiento, o de posicionamiento que pueda tomarse en consideración y ser seguido.
Necesitamos creer. No podemos vivir sin creer en la vida, en la persona, en sus potencialidades, en su racionalidad, y, desde aquí, ir en busca de un Dios creador, porque si no creemos, no somos.