Jaume Aymar Ragolta
Doctor en Historia del arte
Foto: Leo-Karstens de Pixabay
Fecha de publicación: 15 de abril de 2024
Decía Paul Valery que «la piel es lo más profundo que existe». Personalmente me gusta esa aparente paradoja. De hecho, la piel es el mayor órgano del cuerpo y los humanos podemos decorarlo (e, incluso, modificarlo) a voluntad para enviar un mensaje a los demás. Ahora bien, para tatuarse es necesario pagar un tributo: es una decoración con dolor. Sin embargo, el ser humano se ha tatuado de muy antiguo. En Ain Ghazal (Jordania), cerca de Ammán, hay esculturas de terracota tatuadas del 6500 aC. También hay pinturas rupestres de Tassil N’Ajjer, en Argelia, del 6000 aC, con mujeres tatuadas en el tórax. Igualmente existen estatuas africanas con escarificaciones relativas al rito de la maternidad. Los reyes escitas del 500 aC presentaban tatuajes con fabulosos peces antropomorfos, quimeras y efigias. Y la momia Ukok (1995, Siberia) era una mujer con un ante dibujado de color ocre amarillo o rojo, colorante natural y vegetal o mineral carbón, aplastados y mezclados con grasa animal aplicados mediante crines de caballo, pluma o dedos. En Egipto los primeros signos de tatuaje y de piercing aparecen sobre el cuerpo de las cautivas (bailadoras tebanas, prostitutas o prostitutos sagrados de Babilonia), a veces sobre momias (funciones profilácticas) y sobre dignatarios presos. Los griegos y romanos transfirieron el simbolismo del tatuaje y de la perforación en marcados signos de servidumbre y de infamia: los bárbaros con el anillo puesto en la oreja serán esclavizados, según Heródoto, en 490 aC, Daríos, rey de los persas, hizo estampar su nombre en la frente de cuatro mil presos griegos. Aristóteles dice que «sólo los bárbaros tienen el cuerpo marcado para siempre». El cuerpo tatuado a la moda escita o sármata es considerado por los egipcios, griegos y romanos como afeminado. Heródoto subraya que el pueblo tracio usa el tatuaje como signo de alta nobleza.
Luego el tatuaje pervivió como signo de identificación de los marineros. Hoy ya no es patrimonio de un colectivo determinado, sino que se ha generalizado especialmente entre los jóvenes. A partir de los años noventa del siglo XX, aparecieron las primeras tiendas especializadas en tatuaje. Si en el 2001 había en el mundo 60.000 tatuados, solo dos años después la cifra se había doblado. Se calcula que hoy (2024) un 38% de la población mundial lleva como mínimo un tatuaje. Alain Blomart, antropólogo, dice que nuestra identidad comienza por los límites de nuestro cuerpo y por la forma de presentarlos.
Según Michel Thevoz, experto en Art Brut (Museo de Laussane), el cuerpo pintado primitivo persigue la siguiente gramática:
1. Aparecer/desaparecer: seducir o amenazar según rituales, juegos de amor y de guerra.
2. Deconstruirse: deshacer la simetría y prever la fragmentación inherente del cuerpo, es decir, arrastrar la muerte.
3. Individualizarse: personalizar y concretar la imagen de uno mismo (nacimiento, adolescencia, sabiduría), en definitiva, convertirse en alguien.
4. ¿Identificarse: vegetal, animal, mineral? El cuerpo se desdobla por encontrarse mejor (en relación con su casta, su sexo o su inconsciente). Encontrar su doble.
En 1979, los adeptos a las modificaciones corporales fueron bautizados como «primitivos modernos» por su líder Fakir Musafar, un californiano que realiza todo tipo de performances artísticas con su propio cuerpo y las publica en BodyArt, una revista dedicada a las modificaciones corporales. Hoy, además del tatuaje, encontramos otras formas de alterar la piel, especialmente entre los jóvenes:
– Strechting: dilatación del piercing para poner una pieza más voluminosa.
– Escarificaciones: cicatrices hechas sobre la piel para dibujar un signo en profundidad o en relieve sobre la piel con un eventual añadido de tinta.
– Cutting: inscripción de figuras geométricas o dibujos de tinta sobre la piel mediante una aplicación de un motivo en chapa al rojo o láser.
– Burning: impresión en la piel de una quemadura deliberada hecha con tinta o con pigmento.
– También hay implantes subcutáneos: incrustaciones de formas en relieve bajo la piel.
Decía el pensador y pedagogo Alfred Rubio, que todas estas deseadas modificaciones corporales parecen responder a una reacción contra una estética injusta centrada en los estrictos cánones que dicta la moda. Como la mayoría no podemos ajustarnos a ella, hay jóvenes más atrevidos que, como reacción, transforman o deforman su cuerpo hasta el límite como protesta, es como si dijeran que quieren ser ellos mismos y que no tienen ninguna necesidad de parecerse a modelos idealizados. Hay que desmontar los cánones estereotipados y reconocer que la belleza abunda en la realidad, como afirmaba el crítico de arte Àngel Marsà: «todo ser tiene un grado muy elevado de belleza por el mero hecho de existir». Una aceptación gozosa de nuestro cuerpo, haría innecesario buscar aditamentos a menudo irreversibles. Sin embargo, es verdad que muchos jóvenes se expresan sin palabras con las historias de vida escondidas tras sus tatuajes. Cuando se les pregunta por su significado, no suelen tener ningún inconveniente en contarlo, les complace e, incluso, es un camino para tejer complicidades.