Sara Canca Repiso
Psicóloga
Foto: Sannop de Pexels
Fecha de publicación: 17 de junio de 2024
Si echamos la vista atrás, seguro que encontramos alguna situación adversa, al límite de nuestras capacidades, en la que se han visto superados nuestros recursos psicológicos. Nos hemos sentido estresados, con miedo, con incertidumbre.
Cada persona tiene un umbral de adaptación a esta adversidad y capacidad de salir fortalecida de los traumas, aprender de los conflictos, ser más madura psicológicamente hablando, ya que podemos llenar nuestra mochila de más recursos psicológicos.
Estas adversidades nos hacen sufrir, pero también nos ofrecen una oportunidad de crecer. La capacidad de levantarnos cada vez que caemos y seguir adelante, como decía Romain Gary, es la resiliencia.
La APA (The American Psychological Association) la define como la habilidad que tenemos para adaptarnos al estrés y a la adversidad. La resiliencia es algo positivo, consecuencia de algo negativo, y se puede desarrollar tanto a nivel personal como colectivo.
Desde que la Psicología se constituyó como ciencia, se centró en las patologías, en los trastornos, problemas, sufrimiento de las personas o grupos. Así, esta ciencia psicológica ha mejorado su conocimiento sobre qué es el estrés, depresión, ansiedad u otros. Pero poco se atendía a lo positivo.
Fue a finales del siglo pasado, en 1998, cuando Martin Seligman, profesor de la Universidad de Pensilvania y uno de los padres de la Psicología Positiva, abrió nuevos horizontes en la Psicología, al centrarse en las características positivas y fortalezas humanas.
Estamos aún en una montaña poco explorada. Se practica y se camina. Fortaleciendo conexiones neuronales para nuevos aprendizajes, para crear nuevos patrones cerebrales que van a facilitar esas nuevas conductas.
Para explicar qué es aquello del bienestar psicológico y la felicidad, la psicología positiva estudia cómo aceptar y experimentar lo negativo y cómo focalizarse en lo positivo. Y estudia el agradecimiento, la bondad, el altruismo y también la resiliencia.
Resiliencia proviene del latín resilio, que significa volver atrás, rebotar. En física, es sinónimo de elasticidad, flexibilidad de algunos materiales. En Psicología se usa esa metáfora, pero la resiliencia psicológica no es solo resistir, sino que te permite reconstruir, caracterizando a aquellas personas que, como indicaba el psicólogo Michael Rutter, a pesar de nacer y vivir en situaciones de alto riesgo, se desarrollan psicológicamente sanas y exitosas.
Nelson Mandela estuvo durante 27 años en prisión, para luego ser líder y presidente del país, defendiendo la igualdad y la reconciliación. Charles Chaplin fue hijo de un padre alcohólico y se crio en un orfanato, convirtiéndose en el principal actor de cine mudo gracias a su esfuerzo. Malala luchó por el derecho a la educación en Pakistán; le dispararon y, frente a toda incredulidad, sobrevivió y ejerció una protesta pacífica. Estos personajes nunca se rindieron, porque ejercitaron esta competencia psicológica, inherente en la persona, que es dinámica y que todos podemos desarrollar.
Podemos pensar que, para mostrar resiliencia, hemos de sufrir. Esta sería una visión reactiva de la resiliencia: tuve un grave accidente de tráfico, mi pareja me abandonó, perdí a mis padres cuando era una niña. Y reacciono, de manera positiva.
Sin embargo, es posible desarrollar una resiliencia proactiva, que se anticipa, que sirve de colchón para que la caída no sea tan brusca. Así, no es necesario esperar que sucedan acontecimientos negativos para llevar un mantenimiento resiliente diario. Estrategias como la toma de decisiones adaptativas, con una visión optimista y sentido del humor.
De esta forma, la proactividad no solo sería adaptarnos a la adversidad (que ya es mucho), sino identificar posibles riesgos. Imaginarnos una situación concreta complicada, y revisar si tendríamos los recursos psicológicos suficientes para superar ese obstáculo.
La profesora Golnaz Tabibnia, investigadora en neurociencia afectiva de la Universidad de California, publicó en 2020 un estudio sobre las bases neuronales de las estrategias que incrementan la resiliencia. Y propone tres rutas hacia la resiliencia: regular el afecto negativo, cultivar lo positivo y trascender al yo.
Para regular el afecto negativo, como el estrés o la tristeza, se recomienda exponerse al estresor, por ejemplo, subiendo al ascensor si nos da miedo, de una manera pautada e incremental, o tomando perspectiva del asunto, es decir, preguntarnos qué importancia le daríamos al cabo de diez años. Esta práctica nos ofrecerá la reducción de cortisol, la famosa hormona del estrés.
A la hora de cultivar lo positivo, buscamos aumentar la dopamina y el sistema de recompensa. Y aquí, podemos recordar las 4D del bienestar (descanso, dieta, deporte y disfrute).
La sabiduría milenaria y la ciencia moderna están de acuerdo en que dormir entre siete y ocho horas es beneficioso a nivel cognitivo y emocional. Una dieta equilibrada aportará los principales nutrientes para mejorar el ánimo, la memoria o el aprendizaje. El deporte, el ejercicio físico, reduce el estrés y mejora el estado de ánimo, siendo el ejercicio aeróbico en particular el que produce células en el hipocampo y mejora aprendizaje y gestión del estrés. Y, por último, el disfrute. Saber disfrutar de los pequeños placeres de la vida, coherente con tu propósito de vida.
Trascender al yo, muy ligado a la espiritualidad, es ir más allá de la propia identidad, sabiéndose parte de un todo más complejo. La autotrascendencia se consigue a partir de la fe en Dios o cualquier tipo de espiritualidad.
Si recordamos la jerarquía de necesidades del psicólogo Abraham Maslow, encontramos la autorrealización como la más alta necesidad humana. Sin embargo, y aun siendo crucial, este psicólogo dio un paso más en la cima y señaló, como experiencia cumbre, a la autotrascendencia, enfocada a cuidar a los demás, a la naturaleza, al cosmos.
Cultivar la resiliencia requiere dedicación y esfuerzo. Merece la pena entrenarse, aprehender y desarrollar estrategias para adaptarnos, de la mejor forma posible, a nuestra realidad concreta.