Por M. Neus Calleja
Psicóloga, y Directora del Teléfono de la Esperanza de Barcelona
Barcelona, noviembre 2013
Foto: http://cort.as/7Sm_
El cuerpo, único y irrepetible. El continente más preciado y a la vez más vulnerable. El sustrato de las funciones orgánicas que nos posibilitan la vida. El gran desconocido por mucho que creamos conocer sus secretos más insondables. Siempre sorprendente. Aquello que aloja nuestra mente y nuestra alma.
Y aquí hemos chocado con el órgano más complejo y más fantástico a la vez: el cerebro. Él es quien nos facilita la capacidad de comunicarnos. Es quien hace posible las relaciones con los demás e, incluso, con nosotros mismos.
Los seres humanos somos sociales por naturaleza. Necesitamos el contacto con los demás para desarrollar nuestras capacidades. Y es con la comunicación que conseguimos contactar con el exterior.
En este proceso de comunicación la palabra es el principal vehículo, pero no el único. Como la vestimos y la presentamos es tan importante o más que ella misma. Pero si todos estos factores son aquellos que permiten el diálogo con el entorno, es evidente que este mismo entorno tiene que saber interpretar correctamente estas señales. Y esto sólo será posible conseguir a través de una buena escucha.
No es suficiente con sentir. Para escuchar tenemos que estar atentos a los tres componentes de la comunicación: el lenguaje verbal o contenido lingüístico de nuestro mensaje, el lenguaje gestual o expresión corporal con el que lo acompañamos y el lenguaje paraverbal o como transmitimos este mensaje a través de la voz.
El cuerpo y la mente conforman un binomio inseparable. No se entiende uno sin el otro. Por lo tanto, es evidente que nuestro cuerpo se expresa a través de la mente, pero también la mente se expresa a través del cuerpo. Son un todo indivisible.
A través del cuerpo manifestamos diferentes estados de ánimo. Observando la expresión corporal de una persona sabemos interpretar cuando está tranquila y relajada o nerviosa y angustiada. Y a menudo lo percibimos de forma consciente. Son señales que identificamos automáticamente, sin pensar. Incluso podemos sintonizar con ellas y, sin darnos cuenta, encomendarnos para bien o para mal del estado de ánimo del otro.
De la misma forma que podemos entender al otro cuando se quiere comunicar con nosotros, somos también capaces d’ejercer una influencia en el a través de nuestro estilo de escucha. En este proceso comunicativo, la persona que habla también registra de forma no consciente como es nuestra calidad de escucha y en función de ésta se mostrará más o menos receptivo al mismo proceso comunicativo.
Hay una serie de características y condiciones que se tienen que dar para que esta escucha sea un medio facilitador de serenidad y bienestar emocional. Son aquello que conforma el concepto de escucha empática y que va más allá del registro, el reflejo o incluso de la comprensión de las palabras.
Escucha empàtica
En la escucha empática se implica alguna cosa más que el oído. También intervienen los ojos y el corazón. Se escuchan los significados, los sentimientos y las conductas. Y para que todo esto sea posible, tenemos que centrarnos totalmente en la persona que escuchamos, dejando de lado nuestros planteamientos, nuestras creencias y nuestras actuaciones. Si no lo hacemos así, estaremos anulando internamente el mensaje que nos llega y no podremos comprender al otro en su totalidad. La consecuencia será que esta persona no sentirá escuchada ni comprendida. Habremos perdido una oportunidad única y a menudo irrepetible para conseguir que quien nos habla se sienta reconfortado en cuerpo y alma, de la misma forma que la persona que escucha se pueda sentir gratificada en el componente más humano de la comunicación.
Centrándonos ahora en el concepto y las características fundamentales de la escucha empática. Este estilo de escucha implica tener la capacidad de ponerse en el lugar del otro y comprender lo que siente en cada momento, entrar en su mundo y ver las cosas desde su punto de vista. Pero esto no significa opinar lo mismo, ni sentir lo que la otra persona siente. Se trata de aceptar y respetar sus ideas y emociones, esforzándonos para comprender el significado global de aquello que nos quiere transmitir.
La empatia supone saber sentir, entender e interpretar el mensaje del interlocutor. Es una destreza básica de la comunicación interpersonal. Es el único estilo de escucha que tiene la capacidad de facilitar serenidad al cuerpo de la persona que sufre, sea de forma física o mental. Sabemos que todo sufrimiento tiene sus manifestaciones verbales. Este hecho es muy frecuente en los niños. Aunque no tengan una capacidad verbal suficiente para expresar su malestar, podemos observar comportamientos no habituales o bien, cambios en su manera de ser o de comportarse que nos alertan de que sucede algo a lo que debemos prestar especial atención. Si posibilitamos un buen marco de comunicación a través de la escucha empática, estaremos facilitando esta comunicación y podremos actuar en consecuencia.
Escucha verbal y no verbal
Los medios que nos permitirán llevar a cabo la escuela empática pueden ser verbales o no verbales. Entre los verbales encontramos como herramientas el hecho de solicitar aclaraciones puntuales conforme la persona nos va hablando, siempre formulando preguntas abiertas, facilitadoras del discurso y huyendo de actitudes de encuesta, que se producen cuando encadenamos preguntas una detrás de otra. También es muy importante verificar la comprensión de aquello que nos quieren transmitir mediante breves resúmenes, paráfrasis o reformulaciones, o sea, devolver a quien nos habla parte de sus mensajes con nuestras propias palabras, así como hacer intervenciones que demuestren que tenemos en cuenta sus aportaciones.
Entre los medios no verbales destacan el contacto visual sostenido y natural con la persona que habla, así como el respeto a los silencios que surgen a lo largo de la conversación y que a menudo implican una reflexión interna sobre aquello que se está diciendo. La postura corporal de quien escucha también es esencial. Anteriormente ya ha quedado entendido que registramos inconscientemente estas señales comunicativas. Por lo tanto, mostrar una actitud receptiva y abierta a través de la disposición de nuestro cuerpo es muy importante. Hacer gestos de asentimiento o de acompañamiento nos puede ayudar a mostrar una actitud de proximidad emocional. Pero cuidado con las distancias físicas. Tenemos que procurar mantenernos cercanos físicamente, pero sin invadir el espacio del otro. La distancia adecuada es aquella que nos permite un contacto físico puntual, pero siempre manteniendo un contacto visual. Estar a demasiada distancia nos aleja también mentalmente, a no ser que estemos físicamente en el mismo espacio, como puede pasar en el caso de una conversación telefónica.
Actitudes que es necesario evitar
Hay un último aspecto que es fundamental en la escucha empática: la actitud de quien escucha. Hay una serie de actitudes que conviene evitar siempre que queramos escuchar empáticamente. Tenemos que evitar, por ejemplo, distraernos a los largo del discurso, aunque éste sea largo. Interrumpir a quien habla sin esperar que nos de paso es una actitud claramente significativa del hecho de que centremos la conversación en nosotros mismos y no en la persona que escuchamos. Tampoco no nos tenemos que posicionar ni a favor ni en contra de lo que estamos escuchando, huyendo de emitir juicios personales; solo así estaremos mostrando un respeto total hacia el otro.
Una atención especial merecen las emociones manifestadas por la persona que habla. Tenemos que mantener una actitud de alerta constante para nuestros comentarios o actitudes faciliten la libre expresión de estas emociones. El problema es que no siempre sabemos como reaccionar ante ellas. Decir a una persona que no llore, cuando el lloro puede ser una manifestación de diferentes emociones (rabia, pena, desesperación…) limita la calidad de nuestra escucha, a la vez que implica un rechazo hacia la emoción que tiene derecho a manifestar y nos impide descubrir que emoción hay detrás de dicha manifestación.
En ocasiones también tenemos tendencia a hablar de nuestra propia experiencia cuando nos sentimos identificados con lo que estamos escuchando. Eso también es un error. Nuestra atención tiene que estar centrada en la vivencia de quien nos habla, si queremos llevar a cabo una escucha empática y no en nosotros mismos. Lo mismo sucede cuando damos razones que van en contra del discurso, hecho que se conoce como “contra argumentación”, o bien mostramos una actitud de experto, cuando queremos convencer a la persona que nos habla de nuestra opinión o consejo.
Así pues, ofrecer una escucha de calidad que contribuya a dar serenidad al cuerpo de una persona que sufre no siempre es fácil, pero sin duda también facilitará una serenidad a nuestro propio cuerpo, que vendrá de la satisfacción personal al ver que podemos influir positivamente en el bienestar del otro.
Publicado en la Revista RE