Por Natàlia Plá Vidal
Doctora en Filosofía
Salamanca, septiembre 2012
Foto: Creative Commons
Leí en algún lugar una frase de Fiódor Dostoievski: «Hay personas a quienes damos las gracias sólo por haberse atravesado en nuestro camino.» La expresión, sencilla y llana, suena a confesión de un sentimiento íntimo. No sé si llega a decir en quién está pensando, pero es obvio que en su corazón late la imagen de alguien cuya presencia quizás es lejana; quizá simplemente, es conciencia de despedida tanto como de bien.
Resulta interesante y agradable pensar en las personas que dentro de nuestras vidas podrían encajar en esta descripción. Es una especie de repaso por nuestra historia de aquellos a quienes agradeceríamos «…haberse atravesado en nuestro camino…» No dice que sean personas con quienes hayamos tenido una relación demasiado larga, ni siquiera dice que sea intensa. De hecho, ahora que lo pienso, no dice que hayamos llegado a tener una relación propiamente dicha, aunque esto podría ser sin que implicara llegar a hablar de amistad o relación afectiva de algún tipo. Todas estas, por supuesto quedan incluidas. Pero lo interesante es caer en la cuenta de la importancia de gente que en su paso cerca de nosotros —fugaz o duradero— ha sido significativa, es decir, portadora de significado para alguna dimensión de nuestra vida.
Me hace pensar en la escena final de El príncipe de las mareas, cuando el personaje de Nick Nolte cruza un puente que le lleva hacia casa, al encuentro de su familia. Mientras va avanzando, dice: «noto que unas palabras me brotan de dentro, no puedo detenerlas ni sé por qué las digo. Pero al llegar a lo alto del puente, esas palabras llegan a mí en un susurro, las digo como una oración, como un lamento, como una alabanza. Digo: “Lowenstein, Lowenstein…”» Es el nombre de la psiquiatra interpretada por Barbra Streisand que trató a su hermana después de un intento de suicidio y que también hizo que él superara un trauma de infancia (con quien, además –todo sea dicho– mantuvo un breve pero intenso affaire amoroso).
Es revelador contemplar las personas que se han atravesado en nuestro camino desde esta perspectiva. Además, permite reconciliarnos con la contingencia de la presencialidad, con su limitación. No estamos hablando necesariamente de gente que permaneció a nuestro lado. A veces, es alguien a quien conocimos en una ocasión, y cuyas palabras o forma de actuar nos causó un fuerte impacto. Puede ser de este tipo de gente que te muestra que hay distintas maneras de vivir la vida, y que a veces el camino menos previsible es el más adecuado. Conversaciones casi fortuitas que aportaron un punto de luz valiosísimo…
Recuerdo la historia de Tim Guénard, narrada en Más fuerte que el odio. Tras una infancia de maltrato y abandono, y siendo un adolescente en la calle, recuerda al policía que le recogió de la calle y le regresó a la cárcel. Recuerda que le trató como un ser humano; recuerda su mirada y afirma: «Doy fe de que una mirada amable puede cambiarte el destino. Es muy importante que te miren cuando tú no sabes ni mirarte a ti mismo.» Es obvio que Guénard da gracias por que aquel policía se cruzara en su vida.
Como no pensar en tantos maestros y profesores, de la enseñanza regular o de la extraescolar (también, pues, los monitores) que nos contagiaron la pasión por alguna disciplina o actividad; los que encarnaron valores que tendrían que acompañarnos toda la vida; los que fueron acompañamiento discreto pero efectivo en momentos de crecimiento. También cabrían algunos compañeros de trabajo que incidieron en nuestro inicio o formación laboral, o que estuvieron cerca en momentos difíciles. Médicos y sanitarios, agentes sociales, incluso algún empleado de banca (ahora que parece que todo el mundo habla mal de ellos) que nos aconsejó adecuadamente…
Entra, por supuesto que entra, la gente querida de una época. Los que estuvieron y ahora no están por motivos de toda índole. Incluso cuando ha habido una ruptura, no dejan de ser personas que aportaron cosas preciosas a nuestra vida. Que ahora sea una relación muerta no significa que no fuera llena de vida en su momento.
Pero también entra toda aquella gente que nos atiende o a quien atendemos en cualquier encrucijada de la vida cotidiana. Son momentos socialmente delicados. La presencia de cualquier persona puede convertirse en significativa para nosotros tal como la nuestra puede serlo para ellos. Es momento de extremar la delicadeza y la atención para tratar de reducir el sufrimiento de muchas personas.
La sensación que me transmite la frase de Dostoievski es de fortuna, de alegría con un punto de sorpresa ante lo que ciertas personas han significado, inesperadamente, para el transcurso de la propia vida. Sí, consciencia de regalo y, por tanto, de gratuidad.
Piensen, piensen a quién darían gracias por haberse cruzado en su vida…