Por Natàlia Plá Vidal
Doctora en filosofía
Salamanca, julio 2011
Foto: Calafellvalo
Son muchas y variadas las voces que apuntan que tras la explosión de indignación a la que hemos asistido en los últimos meses, ésta debe saber transformarse en palabra propositiva si quiere llegar a ser algo más que una significativa catarsis colectiva de un sector de la población.
Es prácticamente imposible no hacer una lectura democrática de lo sucedido. Y no resulta improcedente considerar el hipotético papel de ciertos agentes que hacen política no partidista. Offe hablaba de inconvencionales fuerzas políticas. Más que pretender reemplazar las vías institucionales establecidas para vehicular la representación, se trata de buscar áreas de complementariedad, en que los grupos de la sociedad civil —en alguno de sus variados formatos— ejerzan su dimensión política: alentando, nutriendo y sometiendo a control democrático la democracia institucional.
Sin embargo, la sensibilidad participativa que los grupos que han sido aglutinados bajo el nombre de «Movimiento 15-M» ha de hallar —y correspondería que se le ayudara a ello en concordancia a su gesto de implicación ciudadana corresponsable de una democracia— la manera de articular e introducir sus aportaciones en cuanto a análisis y a propuestas, en las instancias reconocidas institucional y constitucionalmente a tal fin. De ahí que sea fundamental el establecimiento de una interlocución efectiva.
Ha sido de una gran habilidad, históricamente, el cómo ciertos grupos de la sociedad civil han sabido traducir lo que en un primer momento eran básicamente acciones «de buena voluntad» que respondían a necesidades concretas de una parte de la población, en exigencias de justicia formuladas en forma de propuestas bien estructuradas y convenientemente pertrechadas. Dichas propuestas podían así entrar en un diálogo digno de ser considerado por los responsables institucionales políticos. En otras ocasiones, sin embargo, se ha producido una debilidad negociadora que Offe considera causada por la enfatización en la naturaleza innegociable de sus reivindicaciones y por la carencia de contrapartidas que ofrecer a cambio de las concesiones de sus demandas.
No es baladí, pues, señalar que hay que ser capaces de dialogar para luego ser también capaces de traducir ese diálogo en efectividad. La comunidad ideal de comunicación de la que hablan ciertos filósofos del lenguaje, necesariamente se construye a través de una comunidad real de comunicación. De entre las personas concentradas en nuestras plazas, hay muchos jóvenes que ya se han educado en centros en los que desde cursos muy tempranos se propiciaba un espacio de asamblea: aprendían a expresar sus opiniones y a escuchar y respetar las ajenas. Tal vez no esté de más señalar un acierto de los educadores de las últimas décadas, a menudo denostados injustamente. Y reconocer que la ciudadanía es algo que se educa en todas las áreas de la vida humana.
Pero volviendo a la conveniencia de establecer una interlocución efectiva —que pasa por expresiones tan distintas como son el diálogo, la denuncia o el clamor—, pensemos que la adquisición de las competencias y habilidades comunicativas adecuadas, son fundamentales para la resolución de conflictos en todos los estadios sociales y pueden contribuir a reconstruir las relaciones entre sociedad y estado desde una clave democrática. No olvidemos que para autores como Cohen y Arato, los derechos a la comunicación son «… precondiciones políticas para la formación de la voluntad democrática».
Dentro de este grupo internamente heterogéneo, pueden hallarse auténticos «contraexpertos», es decir, personas competentes en sus respectivas profesiones que tienen una opinión ponderada y tal vez incluso una propuesta a considerar, acerca de asuntos públicos, que han trabajado desde la implicación en entidades de la sociedad civil. Ellos pueden ser puentes de interlocución entre los «indignados» y las administraciones públicas y las instituciones económicas. Ello no tiene por qué significar venderse a las estructuras de poder sino, más bien, un ejercicio de inteligencia social. El mismo que deberían mostrar nuestros políticos al atenderles y que les validaría como interlocutores verdaderamente democráticos.
Las buenas ideas o sentimientos, las críticas, tienen que poder ser traducidas en propuestas formuladas de modo inteligente para los otros sectores de la sociedad, de modo que merezcan ser consideradas en su viabilidad. Por eso, al igual que las bicicletas, las reflexiones son para el verano: lejos de ser un tiempo para dejar morir lo que puede contener el germen de grandes iniciativas, es el momento para decantar lo que ha sido la explosión expresiva de lo que es el fondo de contenido, y para comenzar a articular las formas de concretar este último en propuestas y acciones. Pero eso debería ser tarea no sólo de los integrantes del 15-M, sino también de nuestros políticos y, por qué no, del resto de la ciudadanía.