Jordi Cussó Porredón
Director de la Universitas Albertiana
Foto: Pixabay
Fecha de publicación: 21 de marzo de 2023
Tras la invasión del Capitolio, por parte de los seguidores de Donald Trump, en Brasilia, los seguidores de Bolsonaro, decidieron copiar la estrategia e invadir los centros de poder del país. El tiempo dirá si tendremos que acostumbrarnos a estos actos vandálicos, cuando los diferentes seguidores de los partidos no acepten, por los motivos que sea, un resultado electoral. A primera vista, podría parecer una pataleta infantil cuando les quitan el juguete de poder, pero con actitudes como estas, nos jugamos demasiado, ya que ponen en peligro la misma democracia.
Según el doctor David Álvarez, los riesgos de la democracia en el presente se sitúan en dos direcciones: 1) Un tipo de cansancio de muchos pueblos por la democracia, fruto de la corrupción pública y el incremento de la desigualdad económica y social. 2) La polarización extrema de los discursos políticos para movilizar las emociones de los votantes en base a consignas que no representan verdaderas necesidades de los pueblos. Alrededor de estos dos factores se articulan argumentos con etiquetas como: populismo, neofascismo, extrema derecha o socialismo del siglo XXI, entre otros, frente a la falta de sentido de los tradicionales términos de derecha, izquierda, socialismo o democracia y todas sus combinaciones.
Y es que muchos de los nuevos liderazgos con discursos radicales centran sus propuestas en argumentos xenófobos, racistas, misóginos con fuertes tintes agorafóbicos y en algunos casos con argumentos nacionalistas vacíos de contenido social. Se busca inventar ‘un enemigo’ que permita consolidar el apoyo de electores hacia un liderazgo con matices de redentor, ante un peligro imaginado. En algunos casos, la propia democracia es presentada como el obstáculo a vencer. La democracia y sus valores se difuminan frente a apelaciones a la patria, la libertad, el pueblo, la raza, la lengua o la religión.
Durante siglos hemos asistido a un relato de blancos-negros, buenos-malos, ricos-pobres, mujeres-hombres, políticos-apolíticos, izquierdas-derechas… y al final, nos hemos creído estas dualidades. Hemos permitido que este sea el gran relato del mundo político. Pero el mundo no es blanco o negro, sino todo lo contrario, es blanco y negro y de todos los colores y sombras e, incluso, los vacíos. Somos todo esto junto: buenos y malos, ricos y pobres, felices e infelices, negros y blancos y mestizos, creyentes y ateos, y todas las anteriores. ¡Es más! Nada de eso es tan importante como ser.
Los relatos dualistas y polarizados ya no nos sirven y nos abocan a guerras y a la destrucción, nos manipulan y a pesar de que lo sabemos, caemos sin darnos cuenta, porque es lo que hemos aprendido a hacer. Incluso, cuando nos proponemos hacer una queja o una protesta, repetimos una y otra vez el mismo relato de dos polos (buenos-malos, víctimas-victimarios, pobres-ricos, conservadores-progresistas…). Por eso, es necesario buscar el equilibrio, retirarse, dejar espacio para serenarse y buscar la virtud, que suele estar en el centro. Debemos cambiar el relato político y eso es una tarea lenta, que implica tomar conciencia y atreverse a dejar algunas seguridades, algunos comportamientos, tener la paciencia para desaprender lo que nos estropea y divide.
Vivimos un momento crucial y muy delicado, en el que ha llegado el momento de dar mayor protagonismo al paradigma sistémico y no al polarizado. Debemos generar relaciones que nos comprometan en la construcción, tejiendo relatos y generando sentido. Si queremos edificar y reconstruir la democracia, es necesario responder desde la misma democracia a sus detractores. Desde las experiencias de la familia y la escuela, pasando por los estamentos organizacionales, medios de toda sociedad, hasta llegar al mismo núcleo de la participación política y la sociedad civil, es necesario promover y fortalecer la democracia como medio y fin, como mecanismo y objetivo, para una vida decente y llena de todos los miembros de la comunidad. Los problemas de la democracia se resuelven con más democracia, con mayor reconocimiento de los derechos y deberes de todos los seres humanos y con un ejercicio lúcido de la política.