Por Pau Vidal
Observatorio del Tercer Sector
Barcelona, junio 2011
Foto: L. C. Diaz
En estos momentos la actividad en el mundo social está orientada con fuerza hacia la acción directa. Todo el mundo tiene claro que estamos en un momento de crisis y, por lo tanto, lo más importante es ofrecer atención, contra más inmediata mejor, a aquellas personas que lo pasan más mal. Es lógico. Pero esta preponderancia de la actuación directa es tan marcada que en los últimos tiempos se ha dejado totalmente de lado el valor de la reflexión. Por ejemplo, no es extraño escuchar de boca de responsables políticos que los cajones están llenos de estudios que sirven de poco. O se puede ver en casi todas las convocatorias cómo quedan excluidas de financiación las jornadas, publicaciones, o estudios. Parece que el mensaje general es «no es hora de reflexionar sino de actuar».
Ya hace unos años que alguien de una entidad nos hizo llegar un mensaje diciendo que éramos afortunados de poder dedicarnos a pensar, porque en su organización no tenían tiempo de hacerlo: las exigencias diarias les hacían centrarse únicamente en la respuesta inmediata. Hablando después con la persona que nos había enviado el mensaje, en seguida nos pusimos de acuerdo en que la acción directa tiene que ir acompañada de reflexión para mejorar la eficacia, la eficiencia y el funcionamiento general. Si no, aún se estaría trabajando como hace cincuenta años, y es evidente que el trabajo social ha evolucionado notablemente desde entonces.
El riesgo de hacer sólo acción directa con las personas destinatarias es llegar a perder de vista el marco más global. Hay muchas situaciones de primera necesidad que justifican la prioridad de la actuación, pero sin reflexión existe el riesgo de que ésta se vaya haciendo más asistencial, más voluntarista y más puntual. Todos los que trabajan en este campo saben que hay mucho margen para mejorar la coordinación de las actuaciones y conseguir una visión más general de la persona y de las unidades familiares. El margen de mejora es grande y podría ser que el ahorro de detener todo lo relacionado con la reflexión al final acabara saliendo más caro.
Evidentemente no todos los estudios, las publicaciones y las jornadas son iguales. Es cierto que ha habido excesos y algunos estudios han sido demasiado teóricos o alejados de la situación real de nuestra sociedad, pero en nuestro entorno hay una búsqueda de calidad que ha ayudado a conocer realidades y a fortalecer tanto la acción social como las organizaciones del tercer sector que trabajan en ello. El error es el arrinconamiento de todo lo que huela a reflexión. Como en todos los campos, se debe escoger y separar la investigación aplicada, que es útil y ayuda al conocimiento de la realidad y a la mejora, de aquella otra que poco aporta.
No hay que olvidar que esta tendencia a priorizar la acción directa como única actividad válida también debilita a las mismas organizaciones que actúan. El otro día la directora de una entidad social me explicaba la presión que recibía de los financiadores para centrar todos los recursos disponibles exclusivamente en las personas de la plantilla que se dedican a la atención directa debilitando la estructura organizativa y olvidando que es necesaria para funcionar bien. Esta directora estaba muy preocupada porque no encontraba recursos para fortalecer sus sistemas TIC, los programas de calidad o la eficiencia administrativa, por ejemplo, cuando precisamente estos elementos también son necesarios para que las entidades puedan ofrecer una atención de calidad.
En definitiva, es una mala época para reflexionar y pensar. En cierta medida, resulta irónico que en unos momentos en los que la limitación de recursos para atender la demanda social fuerza a actuar con más creatividad y eficiencia, se olvide el valor que tiene la reflexión y el conocimiento para hacer que la acción directa funcione mejor.