Por Javier Bustamante Enríquez
Poeta
Barcelona, junio 2011
Foto: A. Farias
Al abrir los ojos una mañana, el primer pensamiento que tuve fue: ¿en dónde me quedé? En aquel momento de somnolencia no sabía a qué me refería. Si se trataba de la lectura de la noche anterior, una conversación que no concluyó, un sueño a medias… Esta frase me acompañó largo rato: en dónde me quedé.
El hecho de irnos a dormir es un simbólico anticipo de la muerte. Se interrumpe todo aquello que veníamos haciendo. Al llegar el sueño, perdemos la conciencia hasta de nuestro propio cuerpo. Incluso, casi todos tenemos algunos rituales para cerrar el día: aseo personal, lectura, relajación, revisión de lo hecho durante la jornada, preparación de la siguiente, despedirnos de aquellos con los que convivimos, oraciones… Siendo realistas, no sabemos si despertaremos al día siguiente, si estarán las mismas personas o si habrá cambios en la realidad que conocemos.
Después de ese misterioso paréntesis que es el sueño, cada mañana es la ocasión para retomar la vida donde la dejamos la noche anterior. El ocaso del día ojalá fuera un momento de liberación del ajetreo y tensión cotidianos, el inicio del descanso, el reencuentro con nosotros mismos y otras personas. La mañana, pues, se plantea como un buen momento para retomar esa libertad que ha reposado durante la noche.
«En dónde me quedé» es una frase que también sugiere un extravío, un no sé dónde estoy ahora con respecto de antes. Sugiere un reencuentro con lo que soy. El hecho de perder la certeza de dónde estamos es una buena ocasión para replantearnos lo que somos, lo que estamos haciendo, hacia dónde queremos dirigirnos. En estos enclaves de la existencia es donde la libertad puede filtrarse en nuestras vidas y abrirnos los ojos para enfocar nuestra realidad con más tacto o de manera diferente.
Este cuestionarnos dónde estamos es un alto en el camino que puede ayudarnos a contemplar mejor la trayectoria vital que hemos recorrido, nuestro entorno inmediato y el horizonte que se abre ante nosotros. También en esta toma de conciencia, la libertad asume un papel importante. En la medida en que, con más realismo y honestidad, me acerco a lo que soy, más crece mi capacidad de ser libre.
Cuando me pregunto en dónde me quedé, estoy haciendo el ejercicio de ponerme en contexto. No soy un ser aislado, la trama de mi vida se entrecruza con la del resto de seres existentes. Y, en el mismo sentido, mi libertad necesita y depende de la libertad de lo que me rodea para sostenerse y crecer. Evidentemente, cuando exclamo «en dónde me quedé», estoy poniendo en relieve la continuidad de la existencia. Todo momento presente es fruto del que le ha precedido y tendrá repercusión en el siguiente.
Me alegra haberme despertado esa mañana con la incógnita de saber en dónde me quedé. Es una cuestión que puede tener respuestas inmediatas, respuestas que requieren tiempo y madurez o respuestas que dependen de la ayuda de otras personas.