Por Gemma Manau Munsó
Licenciada en Químicas
Matosinhos. Oporto. Marzo 2011
Foto: Isralejandro –
A veces me gusta detenerme y observar lo que tengo a mi alrededor. Tengo la suerte de estar escribiendo mientras disfruto de la puesta de sol sobre el Atlántico. Pero hay momentos en los que me gusta también mirar hacia la calle y ver a las personas que me rodean. Todas son en cierta manera un misterio, no podemos captar lo que hay detrás de cada mirada, de cada sonrisa, o de cada gesto de alegría, de preocupación o tristeza.
Me sorprenden de forma especial las historias de vida de las personas mayores. Algunas de ellas han vivido situaciones muy duras.
José vive en una residencia; después de muchas turbulencias disfruta de una situación estable. Es alegre y servicial. Sueña con aprender a leer y a escribir algún día, sobretodo a leer, ya que su placer más grande sería ir a un bar, pedir un café, coger un periódico y leer la crónica deportiva para saber los progresos de su equipo favorito de fútbol.
Teresa es elegante y delicada, durante un tiempo quería aprender a escribir su nombre, a pesar de sus ochenta años largos. De pequeña ya quería ir a la escuela, pero no podía. Hace poco pedía que le enseñaran a hacer letras pequeñas porque después en los documentos no hay tanto espacio como para firmar. Ahora la vista ya se le cansa.
¡La cara de Rosa era de una satisfacción tan grande el día que consiguió leer y entender la primera frase entera! ¡Está convencida de que siempre se está a tiempo de aprender!
Leer y escribir nos parecen unas cosas tan banales y naturales. Leemos continuamente. A menudo leemos hasta incluso cosas que ni nos interesan ni nos son útiles para nada. A veces tengo la sensación de que yendo por la calle leo por vicio.
Nos encontramos en la era digital, donde aquellos que no se manejan con las nuevas tecnologías son los «analfabetos digitales», y aún a pesar de ello hay todavía quien no puede enviar un sms para felicitar el cumpleaños a alguna persona querida, no por falta de móvil, sencillamente porque lo que no sabe es escribir.
Personalmente, conocer a estas personas, a José, Teresa, Rosa y otras, me ha hecho tomar conciencia de todo aquello a lo que no tienen acceso por no saber leer, pero han aprendido a vivir harmónicamente con este hecho, aunque sin resignarse.
Son ejemplo de valentía, de asumir los propios límites y de saber aprovechar las circunstancias para superarlos en la medida que les es posible. ¡Aún tienen el entusiasmo y la humildad de saber que hay cosas por descubrir y por aprender!
Siempre hemos pensado que el entusiasmo era propio de los jóvenes. Y, si acaso, cuando nos encontrábamos con alguien que, a pesar de la edad, continuaba sonriendo y teniendo un carácter alegre decíamos que tenía el corazón joven. Cuando les miro a los ojos y escucho sus relatos, veo la experiencia de una larga vida vivida con más o menos dificultades. No veo un corazón joven, sino el de un adulto o el de un anciano. Ahora bien, siento en ellos la alegría de continuar existiendo, a pesar de las dificultades de la edad. De alguna manera me hacen descubrir que todas las etapas de la vida son importantes y buenas y que, si las sabemos aceptar, pueden ser gratificantes.
No deseo ser eternamente joven, soy incluso consciente de que estoy en el límite de la generación digital, por no decir que ya estoy fuera de ella. Pero lo que sí que espero es ir aprendiendo a aceptar cada nueva etapa de mi vida, como es, sólo así las podré ir viviendo con alegría y entusiasmo, consciente de todo lo que aún hay para aprender y para descubrir, y hacerlo pasándolo por el tamiz de la experiencia y la madurez que comporta haber hecho ya un largo camino.