Por David Martínez García
Economista y
colaborador de l’Ámbito María Corral.
Barcelona, octubre 2010
Foto: negocio_redondo
La noción del crecimiento ilimitado y la creencia en que un enfoque liberal y salvaje de la economía nos llevaría al mayor progreso de los individuos, así como la idea de que la globalización podría ser el elixir de la inmortalidad de nuestro modelo económico, han sumido a los individuos en un sueño que finalmente se ha convertido en pesadilla.
A la vez, esta percepción de desconcierto crea en el individuo una fuerte sensación de desencanto que nos puede llevar a pensar que es casi imposible encontrar una nueva manera de hacer economía.
Pese al impresionante progreso que ha tenido nuestra civilización en los últimos cincuenta años y la fuerte creación de riqueza, según la mayoría de investigadores, el nivel de felicidad de los individuos no ha aumentado durante este período. Podríamos decir que estamos ante un modelo de desarrollo que no tiene la capacidad de generar más felicidad en las personas.
Asimismo, los principales retos que tenemos planteados en este siglo XXI no dejan de ser tan primarios como evidentes: en primer lugar, el agotamiento de las principales fuentes de energía; en segundo lugar, la escasez de alimentos; y en tercer lugar, una fuerte carencia de agua en el hemisferio sur como consecuencia del cambio climático. Estos retos requieren una visión global en la manera de organizar y de administrar estos recursos.
La necesidad de mejorar el nivel de felicidad de las personas y la urgencia con qué hace falta afrontar esta carencia de recursos a escala planetaria nos obligan a buscar un modelo económico con sentido. Un modelo en qué el crecimiento no sea un objetivo en sí mismo, sino un resultado. En definitiva, una nueva manera de hacer economía que sea capaz de entusiasmar a quienes la piensan, a quienes la practican y a quienes la disfrutan.
Pero ¿cuáles podrían ser los ingredientes que harían de la economía una ciencia capaz de entusiasmar?
1. Después de un fuerte estremecimiento, el primer paso para reconstruir con entusiasmo es despertar desde nuestro interior la capacidad de resiliencia. Por lo tanto, es necesario formar a las nuevas generaciones, que han sido acostumbradas a vivir en el paraguas del confort y la seguridad, a ser más resilientes y a sacar desde su interior lo mejor que tienen para afrontar las situaciones adversas con actitud constructiva y visión de futuro.
2. Para construir una nueva economía se deben repensar las ideas preconcebidas, por tanto, es necesario generar un entorno favorable para que brote al máximo la creatividad de los individuos. Sentirse partícipe de un proceso creativo es siempre motivante, a la vez que potencia y contagia el entusiasmo.
3. Debemos creer que es posible una economía construida sobre el posmaterialismo, en qué la calidad de las relaciones humanas y el equilibrio emocional de los individuos gane protagonismo por encima de lo estrictamente material. El problema que genera actualmente el desequilibrio emocional tiene un impacto tan grande en nuestra sociedad que algunos investigadores consideran que alrededor del año 2025 la depresión será la segunda causa de mortalidad.
4. Debemos pensar una economía reconciliada con el medio ambiente, en la cual el crecimiento no se convierta en una meta en sí misma, sino que sea el resultado de un camino que debe tener en cuenta, dentro la definición de todas las estrategias, la sostenibilidad de nuestro planeta.
5. Es necesario que la economía encuentre unos valores que unan a todos los individuos y por los cuales tenga sentido continuar luchando, con el objetivo de construir una nueva realidad más equilibrada y en paz con nosotros mismos, con los demás y con todo nuestro entorno.
6. Las instituciones y organismos públicos de carácter internacional, debido al debilitamiento que sufren los estados como consecuencia de la dificultad que tienen para tomar decisiones que afectan temas globales, deben crecer en número, en dimensión, en diversidad y en efectividad. Una muestra la encontramos en la pérdida de poder del G8 (grupo de los ocho países más poderosos) en favor del G20 (al cual se incorporan países con economías emergentes).
7. Si queremos gestionar de una manera más eficiente los problemas globales, tendremos que sustituir el individualismo que impera actualmente por un nuevo esquema de relaciones dónde se priorice la cooperación. El modelo competitivo no funcionará en el nuevo escenario, donde se requiere la implicación y coordinación conjunta de todos los países. Un ejemplo lo encontramos en la carrera por la conquista del espacio; actualmente ya no tiene sentido hacerla en solitario, pues no hay suficientes recursos para abarcarla individualmente y, en cambio, sí que es posible hacerlo en cooperación.
8. Una nueva economía sólo se puede construir sobre el esfuerzo. Vivimos en una sociedad que ha cultivado la comodidad y esto ha provocado en los más jóvenes una gran dificultad para lograr retos a largo plazo. Las nuevas generaciones son víctimas de la fragilidad y esto no les permite vivir con serenidad el fracaso.
9. Hace falta buscar una nueva economía donde todas las partes salgan ganando. No podemos seguir viviendo en una economía de ganadores y perdedores. El mundo es global y los retos también lo son; en este entorno es indispensable asumir que para recibir también hace falta dar.
10. Como último punto, en un mundo donde las empresas son multinacionales y obtienen los beneficios en un entorno global, sería lícito pensar que la redistribución de estos beneficios debería ser también global.
En definitiva, debemos construir una economía «con sentido», que sea capaz de entusiasmar. Por eso, ante la consigna que acompaña el desencanto, «no te compliques la vida», hará falta encontrar en nuestra cotidianidad la consigna que acompaña el entusiasmo que nos lleva a «implicarnos en la vida». De esta manera, seguro que nuestra tarea, por compleja que sea, será mucho más gratificante y generará entusiasmo a nuestro alrededor.