Por Natàlia Plá Vidal
Doctora en Filosofía
Salamanca, diciembre 2009
Foto: F. Freitas
Forma parte del código comunicacional de una cultura el modo en que las personas se saludan. Sabemos que los orientales rara vez se besan en público; por contra, en algunos países europeos, la costumbre es besarse hasta tres veces seguidas. En ciertas culturas, mirarse directamente a los ojos está completamente censurado, sobre todo entre personas de distinto sexo; en cambio, una mirada huidiza es motivo para la desconfianza en otros contextos.
Malo es pasarse de cercano y parecer confianzudo, como lastimoso el quedarse corto perdiendo la oportunidad de comenzar afablemente una relación. La etiqueta, la cortesía o las costumbres indican lo más oportuno en cuanto a gestos y palabras para cada ocasión desde un criterio más bien convencional. En cualquier caso, cada forma responde a razones variopintas y no igualmente fundamentadas. A veces, son circunstancias ambientales temporales las que han hecho desaparecer a unas y surgir otras nuevas. En este caso, conviene detenernos sobre ellas para tomar conciencia de las implicaciones –buenas y malas– que pueden conllevar.
En algunas empresas, comercios o locales públicos han ido apareciendo a lo largo de los últimos meses, algunas circulares, notas o carteles a raíz de la denominada gripe A. En ellas se hacen indicaciones respecto al trato que debe mantenerse entre los usuarios y los empleados, y de éstos entre sí. Se advierte especialmente sobre el contacto físico o la distancia a mantener para no inhalar el aliento ajeno al conversar. Igualmente, se han acentuado ciertas medidas de tipo higiénico que van desde evitar darse la mano o besarse, hasta el número de veces que hay que lavarse las manos o con qué secárselas.
No voy a entrar en la discusión de cuánto de acertado hay o no en la consideración que se le está dando a esta enfermedad en cuanto a su gravedad. Voces autorizadas van hablando lo suficiente como para que cada quien se haga un criterio al respecto y actúe acordemente. Sin embargo, sí parece pertinente notar algunas implicaciones culturales que pueden tener las medidas señaladas. No sea que, como ha sucedido en otros momentos históricos, cuando la vigencia de los datos objetivos haya quedado atrás, perduren las formas adoptadas para hacerles frente.
Pues bien, ésta puede ser una coyuntura propicia para los neopuritanismos. En el último siglo se han superado muchas barreras de desconfianza, prejuicios o clasismo que se expresaban a través de la gestualidad. Como resultado de ello, nos hemos acercado unos a otros con mayor naturalidad, partiendo del presupuesto de que, mientras no se demuestre lo contrario, el otro es un igual y potencial amigo. El contacto físico ha dejado de ser prerrogativa de la privacidad más íntima y ha accedido a diversos niveles del ámbito público o semipúblico (no hace falta irse muy atrás para recordar que en el seno de las familias al padre no se le besaba). Cierto que no siempre se ha dado con las expresiones más apropiadas, pero ello forma parte del proceso de aprendizaje del manejo en un nuevo código comunicacional. O sea, igual que aprendemos a decir «no quepo» en lugar de «no cabo», «gracias» o «por favor», tenemos que aprender el grado y expresión de cercanía física adecuado en cada ocasión.
Quienes sigan a rajatabla estas medidas aconsejadas y, por exceso de celo preventivo, las vayan ampliando a más círculos de sus relaciones, dejarán sucesivamente de darse la mano, besarse, abrazarse, etc. cada vez con más personas, quizás con sus propios amigos. Si esto dura demasiado, perderemos la sana normalidad de trato que habíamos alcanzado y que ha llevado, por ejemplo, a que algunos varones se saluden amicalmente con dos besos tal como hacen las mujeres entre sí o con ellos.
Sin embargo, se me ocurre al menos un efecto secundario benéfico de esta situación. El tacto es sólo uno de los sentidos de que disfrutamos los seres humanos. Sabido es que cuando uno de ellos falla, los otros se desarrollan mucho más; la ausencia de vista, por ejemplo, supone agudizar el oído y desarrollar la percepción táctil.
Pues bien, si vamos a dejar de tocarnos, de acariciarnos, de besarnos físicamente, ¿por qué no aprovechar la ocasión para aprender a tocar, acariciar y besar, por ejemplo, con la mirada? Si hay miradas que matan, tiene que haberlas que den vida. La mirada marca distancia como puede mostrar intimidad. La mirada puede expresar nuestro aprecio y solicitud por el otro tanto o mejor que cualquier ofrecimiento verbal.
Quién sabe si desarrollar los ámbitos comunicativos de la vista pueda ser incluso un modo de preparar el contacto físico que a algunos cuesta más de encajar. La mirada, con la debida prudencia, sería una especie de tacto a distancia. Y a veces, ¡hasta más elocuente que cualquier palabra! El cariño se expresa a través de todos los sentidos y códigos de comunicación del ser humano. A lo mejor, hasta sacamos algún provecho de esta especie de «cuarentena» gripal en que anda metida nuestra sociedad.