Por Marta Miquel Grau
Colaboradora del Ámbito María Corral
Salamanca, septiembre 2009
Foto: L. Sarabia
De nuevo llega el mes de septiembre, con la vuelta al colegio o a la universidad y el retorno al trabajo para aquellos que han podido disfrutar de unas vacaciones o, dicho de otra forma, el regreso a la cotidianeidad. Un cambio de ritmo que, para un gran número de personas, viene acompañado de una lluvia de dolores de cabeza, irritaciones, molestias estomacales o dificultad a la hora de conciliar el sueño, como consecuencia del ya conocido síndrome post-vacacional.
Según el “Informe sobre el síndrome post-vacacional” elaborado por Invesco Información Psicológica –un grupo de psicólogos del departamento de Personalidad Evolutiva y Tratamiento Psicológico de la Universidad de Valencia–, este fenómeno creciente en nuestra población en los últimos años, afecta ya a un 35% de los ciudadanos españoles entre 25 y 40 años, lo cual deja evidente que algo no funciona bien en nuestra sociedad. ¿Quizás tenemos los valores y contravalores un poco desordenados?, ¿o las prioridades en nuestra vida alteradas de tal forma que entorpecen nuestra salud tanto mental como física? Además de tener en cuenta, y sin restarle importancia, que la convivencia en el trabajo muchas veces es más complicada de lo que desearíamos y que se mezclan intereses de toda índole: personales, sociales, económicos…
Para empezar podríamos detenernos a contemplar si nuestra escala de valores es la misma durante todo el año, si actuamos de forma coherente siguiendo unos mismos parámetros durante las vacaciones o en espacios de ocio, y durante el tiempo laboral
En la sociedad actual, y en concreto en el campo de la educación, desde hace unos años se está haciendo especial hincapié en la formación para el tiempo libre. Valores como la libertad, la solidaridad, la creatividad o el respeto en la convivencia, que se trabajan en las distintas escuelas de educación para la formación en el ocio, se cultivan después en las actividades lúdicas ya sean para niños, jóvenes o adultos. Si eso es así, y la verdad es que no funciona mal, ¿no podríamos aplicar estos mismos valores en el mundo laboral? Probablemente esto supondría un giro de 180 grados en toda nuestra vida, pero valdría la pena, ya que favorecería una mejor incorporación al trabajo después de las vacaciones y un mejor rendimiento con menos dolencias psico-físicas. Me explico.
Un gran número de adultos imbuidos en el mundo laboral se dejan arrastrar, como consecuencia probablemente del alto grado de consumo que “necesitamos” alcanzar, por la competitividad, la esclavitud al mayor rendimiento, el individualismo o la intolerancia social, la soberbia y demás, al cruzar la puerta de la oficina. Es obvio que todo ello tiene que inducir a la persona hacia algún tipo de síndrome o enfermedad que la desvirtúe y que le provoque, cómo no, irritaciones y depresiones, si además somos conscientes de que podríamos vivir –así lo hacemos en otros espacios– según otros parámetros.
Pero, ¿en qué debería consistir ese giro de 180 grados? De entrada en valorar a cada ser humano por lo que es y no por lo que tiene o por los peldaños que puede llegar a subir, ni por la cantidad de artilugios que es capaz de producir por minuto. Los espacios de tiempo libre en esto llevan la delantera. Esto seguramente ayudaría a que cada uno trabajara más a gusto y con menos tensiones, sin tener como prioridad alcanzar un nivel económico concreto sino en pro de un bien individual y social. De esta forma las relaciones en el trabajo también serían distintas, se reduciría el individualismo en aras al respeto y la solidaridad en esas horas de convivencia, aun sabiendo que no somos ángeles, que todos somos hijos de nuestra madre y de nuestro padre, y que los límites de unos siempre chocarán con los límites de los otros.
Además, si uno logra apearse de ese deseo desesperado por consumir –ya que no tiene que demostrar nada a nadie, ni a sí mismo, porqué se siente valorado por lo que es– quizá se podrá apear también de la necesidad de trabajar 16 horas al día para mantener un ritmo de gastos innecesarios, y por lo tanto podrá disfrutar también de esos pequeños espacios de tiempo libre de forma cotidiana. Así mismo, y siendo consciente de que estamos en un momento de crisis, el trabajo podría quedar más repartido y por ende quizás disminuir el paro.
Queda un curso por delante, con un reto más que podremos añadir a nuestra “cesta de la compra” y con unas listas personales de valores y prioridades que seguramente valdrá la pena revisar para equilibrar estos espacios de nuestra vida –el laboral y el lúdico– que tan a menudo podrían ir de la mano y que nos empeñamos en separar.