Por Natàlia Plá i Vidal
Doctora en filosofia
Salamanca (España), julio 2009
Foto: Art
Ha vuelto a suceder. (La historia tiene ese tipo de curiosas coincidencias que nos facilitan contrastar la vida.) Hace años murieron con pocos días de diferencia la princesa Diana de Gales y la Madre Teresa de Calcuta. Recientemente, lo han hecho Vicente Ferrer y Michael Jackson.
No se trata de hablar de gente buena y gente mala, de quién es mejor y de quién peor, de juzgar tendenciosamente la vida de unos y otros. El maniqueísmo que divide el mundo en blanco y negro empobrece la riqueza —y la belleza— de la realidad. Pero también basta de caer en el relativismo del «todo es lo mismo». Sobre todo en tanto que el ser humano tiende a buscar referentes entre sus congéneres, modelos a la hora de soñar y gestionar la propia vida. Y porque, como bien es sabido, la coherencia de muchos es extraordinariamente débil, y a quien promocionamos como superhombre en un momento dado, lo convertimos en un pobre desgraciado cuando ya no nos es útil. Ya saben, cultura de «usar y tirar» que se va extendiendo a todas las áreas de la vida, realidad virtual que desprecia la realidad concreta y efectiva…
Pero sigo. Más allá del tratamiento mediático que recibieron unos y otros decesos, interesa el tipo de perfil humano que suponen. Si prescindo del aparatoso disfraz del dinero y la fama, Diana de Gales y Michael Jackson se me hacen auténticos muñecos rotos de nuestra sociedad. No quiero victimizarlos para culpar a otros de su alrededor; cada uno tiene su parte de responsabilidad en qué hace con su vida. Pero al intentar mirarlos desprejuiciadamente, provocan verdadera conmiseración porque no parecen haber sido gente feliz ni plena. Nadie en sus cabales, con una mínima capacidad de reflexión, diría «yo quiero ser como ellos». Cuidado, que he dicho ser y no tener lo que tuvieron ellos.
El contraste se hace dramáticamente gráfico cuando confrontamos a ese innegable maestro del pop con el no menos incuestionable maestro de la solidaridad.
Michael Jackson dicen que sufría el síndrome de Peter Pan, es decir, no quería crecer, madurar, hacerse responsable… (vamos, el prototipo de muchos de los jóvenes adultos de hoy.) Por eso vivía en Neverland, el país de Nunca Jamás, una tierra inexistente donde nada es de carne y hueso, donde nada acaba de ser de verdad, ni siquiera los afectos que se viven en ella.
Vicente Ferrer vivía en Anantapur, un mísero lugar de la India, rico en humanidad. Y si algún síndrome tenía, era el de la responsabilidad para con el sufrimiento de sus hermanos en la vida, la gente de carne y hueso que nosotros conocemos por estadísticas sobre la pobreza mundial y a los que él conocía por su nombre.
No sé qué hacía vivir a Jackson ni qué le hizo morir, pero tengo claro que a Ferrer lo alimentaba el amor que daba y recibía en cada minuto de su vida, y que su muerte ha gozado de la naturalidad de llegar dando vida hasta el final.
Epílogo
Termino. En mi opinión, Rafael Nadal ha jugado y ganado uno de sus mejores torneos en esta pasada edición de Wimbledon.
Sí, ya sé que en realidad no la ha jugado, y que, por tanto, no ha convalidado el título. Pero, repito, creo que ha ganado el mejor de sus torneos gracias a su buen juego, dotado de una templanza y fortaleza difícilmente alcanzables. Cuando alguien es capaz de decir en público, mirando de frente, con sobriedad y sin artificios que «ha tocado fondo mentalmente», quiere decir que se trata de alguien con una mente lúcida y fuerte precisamente por asumirla limitada y no dejarse llevar a engaño. Es de campeones saber parar porque ningún éxito a la luz del mundo compensa la experiencia cotidiana del dolor físico que puede carcomerte.
El entorno humano es crucial para el desarrollo de todo el mundo. No somos setas aisladas; somos seres convivientes que nos configuramos unos a otros, tanto a través del amor como del odio, de la compañía como de la soledad, de la comunicación como del aislamiento… Cuando a uno pueden nublarle la ambición y la vanidad, es fundamental que los de tu alrededor te recuerden que tú, en tu desnudez, eres lo más importante; y que te aman por quién eres y no por tus títulos, tus discos, tu glamour ni tu capacidad de generar ganancias para todos.
«Mi única fecha es cuando esté bien» dijo tajante en la rueda de prensa. ¿Sabes, Rafa? Yo creo que estás muy, pero que muy bien. Te esperaremos en las pistas cuando pueda ser. Pero lo que nos has dado hasta ahora ya ha sido un gran regalo y tiene sentido en sí.