Por M. Javiera Aguirre Romero
Periodista, doctoranda en Ética y Política
Dinamarca, abril 2009
Foto: Patrick
Hace unos días leí en Internet que una clínica de fertilidad en Estados Unidos ofrecerá a sus clientes elegir los rasgos físicos de sus bebés. The Fertility Institute ofrecerá una técnica basada en el diagnóstico genético preimplantacional, procedimiento según el cual los médicos analizan una célula de cada embrión ya fecundado para detectar patologías de origen genético y así, implantar en el útero de la madre sólo los embriones sanos. La novedad es que ahora se incluirá la posibilidad de elegir también características estéticas como el color de pelo, de ojos o la estatura. El tema da para reflexionar muchísimo, por de pronto planteo la pregunta evidente: ¿es ético hacer este tipo de selecciones? El sólo hecho de que el avance de la ciencia o de la técnica permita realizar algo ¿hace que eso sea éticamente realizable?
Mientras leía la noticia sobre The Fertility Institute me acordé de una escena de la película Gattaca (1997). Gattaca es una película de ciencia ficción –bueno, eso creíamos- protagonizada por Ethan Hawke, Uma Thurman y Jude Law. La película muestra un mundo donde, además de los niños que nacen de manera “natural”, nacen niños que son el resultado de la selección genética que permite que sólo nazcan bebés libres de problemas físicos o enfermedades. Ello genera a su vez una sociedad de castas donde los que han nacido seleccionados pueden optar a mejores trabajos que los que han nacido naturalmente. Por supuesto, todos saben quién es quién, es decir, si eres natural o artificialmente originado; constantemente se realizan controles de identidad –que incluyen el origen– a través de exámenes de sangre express realizados en la calle o donde haga falta.
El personaje de Hawke, Vincent, nace en forma natural y mediante un examen de sangre hecho al nacer se le advierte de todos los problemas de salud que tendrá. Sus padres deciden tener otro hijo pero esta vez de forma artificial, es decir, seleccionado, para asegurarle un mejor futuro. Sin adelantar el desarrollo ni desenlace de la película, quisiera comentarles una escena que fue la que recordé al leer la información sobre la “nueva oferta” de The Fertility Institute. El pobre Vincent, acostumbrado a perder en todas las competencias deportivas o intelectuales con su hermano Anton, se enfrenta a él nuevamente –no sé por qué seguía haciéndolo– en una carrera nadando. Para sorpresa de ambos hermanos, en esta ocasión Anton se rezaga y tiene dificultades para seguir nadando. Lo que podría haber sido una escena fraternal en la que el hermano mayor rescata al más pequeño se transforma en una especie de epifanía para Vincent: constata que si lucha, que si se esfuerza puede superarse a sí mismo, a su hermano así como a la lista de limitaciones con la que fue encasillado al nacer ¡Una maravilla!, una verdadera revelación para quien con mucha conciencia llevaba una vida limitada por ese examen de sangre que se le hizo al nacer. Recomiendo ver la película: Vincent toma sus cosas y después de recortar su cara de una foto familiar, se va a construir su vida. Qué hizo y cómo, merece el comentario de otra columna, por ahora me quiero quedar con esa escena luminosa en la que el joven toma sus cosas y se va cuando se da cuenta de que puede ser lo que quiera ser, no tiene por qué seguir siendo lo que se supone tiene que ser.
Es un momento muy lúcido de la película, en el que sin grandes diálogos, un atormentado Vincent despierta a la vida al darse cuenta de la capacidad de reformularlo a partir de los dones –limitados o no– que tiene, al darse cuenta de que nada le esta vetado y que él es material para trabajarse a si mismo. Nada está dicho sobre las personas, todo puede suceder, a partir de ciertos dones y características con las que contamos al nacer.
Esta escena me hizo recordar la idea de que la libertad es tanto “de” como “para”: somos libres “de” opresiones, “de” prejuicios, “de” la cárcel o “de” odiosidades, etc. Pero también somos libres “para” hacer de mi vida un proyecto único, “para” comprometerme, “para” luchar por una idea o “para” amar, etc. La libertad “de” no tiene sentido sin el “para”, y era ésta la que a Vincent se le negaba en la película.
La buena noticia es que se dio cuenta de que no podía verse limitado por lo que se suponía iba a suceder con él. Es evidente que si un examen médico dice que tengo la glucosa alta sería recomendable cuidar el consumo de azúcar. No se trata de ignorar lo que los avances de la ciencia o la técnica han proporcionado a las personas y a la mejora en sus vidas, sino más bien se trata de pensar en la ciencia y en la técnica como herramientas al servicio de las personas y no como ejes independientes que gobiernen la vida de las personas según sus avances.
La noticia de las novedades de The Fertility Institute me hizo recordar a Vincent y su historia, pero también me hizo pensar en esos padres que pretenden decidir todo en la vida de sus hijos; desde protegerlos de una eventual enfermedad, hasta cuál será el mejor color para el pelo o el ancho de la nariz. Porque una cosa es que una persona de ojos marrones decida usar lentillas de color azul, pero distinto es que los padres hagan una selección genética para asegurarse que su hijo los tendrá de ese color. Creo que en general convenimos en que no corresponde que nadie –ni siquiera los padres– intervenga en el destino o la vida de una persona; convenimos también en que es improcedente que un padre decida con quién se va a casar su hijo, pero pareciera que nos escandaliza menos pensar en que ese mismo padre decida si su hijo tendrá los ojos azules, verdes o marrones.
No es poco relevante preguntarnos por qué hoy es o sería tan importante para los padres tomar una decisión de este tipo; que un padre evite que su hijo nazca con un problema de salud resulta más comprensible –aún cuando la reflexión sobre el cómo y a qué costo también está pendiente–, pero con el planteamiento de elegir las características físicas no sucede lo mismo. ¿Será “mejor” persona mi hijo si mide un metro y noventa centímetros en lugar de uno y cincuenta centímetros?
Y finalmente, ¿cuántos embriones serán fecundados hasta dar con el que tenga las características que calcen con la escala de valores de cada padre?, ¿qué sucederá con los embriones “descartados”? Detrás de estas preguntas está la duda sobre el comienzo de la vida, dado que no existe claridad científica al respecto. Demasiadas preguntas sin respuesta mientras la ciencia y la técnica siguen avanzando.