Por Caterine Galaz
Doctora en Filosofía de la Educación
Barcelona, marzo 2009
Foto: H. Ismail
Hace tan sólo unos días, se desmanteló una de las tantas fábricas ilegales en New Delhi, India, que explotan laboralmente a niños y niñas de ese país. En total, 35 niños fueron rescatados de esta red; un número menor si se consideran los más de 218 millones de niños y niñas que se estiman trabajando a jornada completa en el mundo, sin sueldo en muchos casos.
Desde variadas organizaciones no gubernamentales y de la Organización de Naciones Unidas (ONU) se desarrollan permanentes campañas que intentan atajar esta grave situación, que se ha consolidado en muchos países como fórmula económica. Los ojos están puestos sobre todo ante el trabajo infantil esclavo en el sureste asiático, pero también en otros países en vías de desarrollo de África y América Latina.
La sensibilización está en pos, en primer lugar, de las trasnacionales que para abaratar la cadena de producción desarrollan acuerdos con agentes locales a quienes se les da carta blanca para actuar en materia laboral. El uso del trabajo infantil puede poner en cuestión los méritos del comercio internacional, sobre todo, si vemos que el beneficio del libre intercambio proviene de tener precios más bajos gracias a la mano de obra barata. Pero ¿qué perdida para la humanidad estamos promoviendo?
Se estima que sólo en el sur de Asia trabajan más de 100 millones de niños y niñas, a veces sin sueldo, o bien con sueldos de entre 15 a 20 euros al mes. En Latinoamérica la cifra, según la Fundación Intervida, puede llegar a los 17 millones de niños y niñas, cuyo ingreso supone hasta el 20% de la economía familiar.
Por su masividad y por el efecto que tiene en la superación de la pobreza a nivel mundial, esta violación de los derechos humanos debería estar en el centro de la preocupación de todas las personas. Por ello, las entidades apelan no sólo a generar conciencia en los gobiernos y entidades públicas y privadas para garantizar que los productos sean elaborados en unas condiciones dignas de trabajo, salario y edad; sino también potenciar la sensibilización ciudadana para que se desarrolle un comercio justo, asegurándose que en cada compra que se realiza, aunque sea un producto conveniente económicamente, no esté hecho a base de la explotación infantil.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), «el trabajo forzoso, la esclavitud y el tráfico criminal de seres humanos en especial mujeres y niños están creciendo en el mundo y adoptando nuevas e insidiosas formas». Cabe decir, que la utilización de la infancia en conflictos bélicos, lamentablemente también está en auge en algunas naciones.
Las condiciones económicas y sociales de los países, sobre todo la desigualdad existente, crea el clima propicio para que se consideren como una estrategia económica, el trabajo de todos los miembros del grupo nuclear, incluidos los niños y niñas. Sin embargo, las condiciones de precariedad económica y social, posibilitan también el abuso y la explotación de la infancia. Por otra parte, en algunos países, existen razones culturales y sociales que brindan otro piso propicio para la emergencia de este tipo de explotación: en sociedades fuertemente jerárquicas y con un carácter machista, las mujeres y la infancia sufren diversos tipos de desigualdades y maltratos. Existen factores culturales, como por ejemplo en India, donde gran parte de la infancia que trabaja ha nacido en lo que se considera como una casta inferior, además de las condiciones económicas deficitarias de ciertos sectores en este país
Kailash Satyarthi, presidente de la Marcha Global contra el Trabajo Infantil -que reúne a dos mil ONG en el mundo- considera que ni la pobreza, ni la desigualdad económica existente en muchos países, ni la supervivencia obligan a aceptar la explotación y el trabajo infantil, sobre todo, considerando que los niveles de paro de las personas adultas supera muchas veces el índice de niños y niñas trabajando a menor coste. Para este grupo de ONG, el trabajo infantil no es el resultado de la pobreza, sino parte de sus causas.
Hasta ahora se han llevado a cabo diversas campañas mundiales para denunciar este tipo de explotación. Entre ellas, está la campaña contra abusos de empresas deportivas en el año 2006 en la que participaron grandes figuras del fútbol para que la FIFA comenzara a exigir garantías en la procedencia de sus balones. Desde esa fecha, empresas como Reebok y Nike anunciaron que sus pelotas llevarían la inscripción “hecha sin trabajo infantil”. También se cuenta la denuncia permanente de la esclavitud infantil en las plantaciones de cacao, llegando a que el congreso de EE.UU. firmara un protocolo con las principales compañías del sector -incluidas Nestlé, M&M Mars, Hershey’s, Cargill- los gobiernos de los países involucrados y la sociedad civil para frenar este problema en Costa de Marfil y Ghana. Este año, UNICEF lanzó una campaña, sin la alusión directa de marcas, para evitar que las empresas se gestionen indirectamente a base del trabajo infantil. Como en India, es un secreto a voces la existencia de empresas que utilizan este sistema, el proyecto RugMarg agrupa a fabricantes de alfombras en este país, en Pakistán y Nepal que garantizan que no se trabaja con niños. Asimismo, el Parlamento Europeo solicitó a la Comisión Europea que se exija un etiquetado de los productos con la frase “libre de trabajo infantil” que ingresan en la zona.
Quizás sean sólo pequeños pasos, pero necesarios mientras tomamos conciencia y evitamos reproducir con nuestras compras cotidianas una cadena en cuyo extremo hay niños y niñas atrapados en la pobreza y a merced de inescrupulosos intereses económicos.