Per M. Javiera Aguirre Romero
Doctoranda en Ética y Política
Dinamarca, marzo 2009
Foto: J-Flyover-Living
La frase «el respeto a los derechos humanos» contiene tres conceptos que por separado son tan contundentes, que no deberían estar en la misma oración: Respeto, Derecho, Humano (en el sentido de “lo humano”) son conceptos en sí mismos difíciles de digerir y que, sin embargo, parecen llenar conversaciones, titulares, discursos-promesas políticas, libros, columnas como esta, etc.
Existen situaciones concretas que nos remiten o nos hacen pensar en el respeto a los derechos humanos. Desde el aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en diciembre de 2008 hasta las noticias que leemos sobre los asesinatos que se producen diariamente en países africanos, o la información de que existen 1.100.000 personas en el mundo que no tienen acceso al agua potable, o de los inmigrantes que mueren en el océano intentando huir de la situación de precariedad en la que viven, etc. Estas y otras situaciones nos hacen pensar, hablar, leer o escuchar la frase del respeto a los derechos humanos; no obstante, pocas veces intentamos deglutir el significado de cada uno de estos conceptos.
La Real Academia de la Lengua define Derechos humanos como aquellos “derechos fundamentales, los que, por ser inherentes a la dignidad humana y por resultar necesarios para el libre desarrollo de la personalidad suelen ser recogidos por las constituciones modernas asignándoles un valor jurídico superior”. La Real Academia reconoce que por la especial vinculación de este tipo de derechos con la persona y su desarrollo se le otorga un valor jurídico superior. Para profundizar el concepto desglosaremos cada una de sus palabras.
En relación al respeto, me permito tomar una excelente pregunta que Josep María Esquirol plantea en su libro «El respeto o la mirada atenta», para iluminar esta reflexión: ¿Qué nos parece merecedor de –digno de- respeto? ¿Existe hoy en día algo cuya necesidad de respeto sea una exigencia para todos? Las posibles respuestas nos pueden llevar por muchos y disímiles derroteros. Por eso en esta ocasión quisiéramos concentrar la mirada en que se ha convenido que existen unos determinados derechos que merecen respeto.
Respetar, según la Real Academia Española, es considerar, tener deferencia, miramiento por algo o alguien. Pero quisiéramos plantearlo aquí y en este contexto como una actitud moral. En este sentido diremos que respetar es cuidar, que implica reconocimiento pero sobre todo es atender –dirá Josep María Esquirol-, es decir, prestar una mirada atenta, que es por tanto, una mirada ética movida por la atención. En este caso, podríamos decir que hay determinados derechos que, en razón de algo, captan la atención llegando a exigir nuestro respeto.
La filósofa Begoña Román define derecho como un bien universal trascendental y sostenible, e ineludible para la consecución de otros bienes. En el caso de los derechos humanos yo puntualizaría que se trata de una cualidad o atributo que le pertenece a la persona por serlo y que es reconocida en sociedad y -siguiendo a Román- universal, trascendental e ineludible. La transgresión de los derechos humanos vulnera en algo o en alguna medida el reconocimiento de humanidad de ese ser.
Y en este contexto, ¿qué es lo humano de esos derechos?, ¿en qué consiste su humanidad? La humanidad se nos hace evidente en el contacto con otra persona, en el encuentro vital con el otro. En el otro reconocemos ciertas cualidades que definen esa humanidad y que exigen resguardo.
Lo humano es precisamente el reconocimiento de la dignidad de las personas, así como lo decía la definición que antes comentamos de la Real Academia de la Lengua. La dignidad, como dice Immanuel Kant en su libro «Metafísica de las costumbres», es aquello que no tiene precio, cuyo valor es inmensurable y por tanto intransable. Es lo que hace que las personas sean tratadas como fines y no como medios. Y entonces, lo humano, aquello que nos engrandece en lo propio de ser humano es el vínculo con el otro, un encuentro existencial con las personas –ya sea en la grandeza del amor o en la miseria de la post guerra, por ejemplo- es lo que nos permite reconocer la humanidad.
La Declaración Universal tuvo lugar después de unos hechos que hicieron creer a las personas que se había perdido –y por tanto, se podría volver a perder– el respeto por lo humano y que valía la pena recordarlo y explicitarlo diciendo que por el sólo hecho de ser humanos estos derechos se nos deben respetar a todos, sin distinción, en cualquier lugar del mundo.
En 1948 la ONU explicitó en 30 artículos derechos humanos, que van desde el reconocimiento del respeto a la vida, a la libertad, a la igualdad, hasta el reconocimiento de personalidad jurídica, de la propiedad o del derecho a participar del propio gobierno. Y hoy, 60 años después, cada uno de sus enunciados nos exige constantemente actualizar la definición de respeto, de derecho y de humanidad, así como en muchas ocasiones el contenido mismo de los derechos que han sido promulgados.
De tanto repetir palabras en ocasiones se vuelven vacías. Cuando las frases carecen de sentido o se usan sin más, es necesario –y en ocasiones, urgente– preguntarse por su significado. Actualizar conceptos es una tarea llena de sentido en una época donde los significados cada vez parecen importar menos. Las palabras, las declaraciones, los derechos, el respeto y la humanidad, son posibles de instrumentalizar. Repensar todos estos conceptos es una manera necesaria de rescatarlos.