El jueves 21 de mayo tuvo lugar la 215 Cena Hora Europea moderada por Assumpta Sendra, directora del Ámbito María Corral, que empezó haciendo resaltar que la alegría es una de las emociones básicas para transformar y superar situaciones difíciles, además de ser una actitud ante la vida.
La primera aportación fue a cargo de Marian Baqués Trenchs, doctor en pedagogía, que estructuró su aportación en cinco secuencias, en las que cuestionaba si la alegría es educable. Consideró que para hablar de alegría hay que poner la autoestima como fundamento: «Dicen que la autoestima es el resultado de la discrepancia entre la percepción de uno mismo –la visión objetiva, digamos real– y el ideal de uno mismo
–aquello que la persona valora, aquello que le gustaría ser. Con otras palabras: es el valor que doy a cómo me veo. De esta valoración decimos autoestima. Me atrevería a decir que la autoestima se da cuando el yo real está en paz con el yo ideal».
Como pedagogo, Baqués se preguntaba cómo educar ante las dificultades, y partiendo de su experiencia dijo: «Durante veinte años he aprendido enseñando una asignatura llamada “Dificultades de aprendizaje”. ¿Cómo ayudar a niños con dificultades en el aula? Y te convences que las dificultades en la lectura y la escritura, las dificultades de conducta, las dificultades sensoriales, motrices, cognitivas… son todas superables. La dificultad más difícil de superar es la del corazón. Si el amor está herido, lo tenemos mal». Concluyó diciendo que todos tenemos dificultades, puesto que son precisamente patrimonio de nuestra vida. Por este motivo «resulta necesario trabajarnos interiormente para que la alegría, se dé en nosotros como un estado natural. Que en nuestra vida haya unidad entre lo que somos, lo que hacemos, lo que decimos, como nos relacionamos… Una conexión que vaya más allá de nosotros mismos. Y así en lo que respecta a nuestra vida estaremos capacitados para mirar hacia el pasado con gratitud, podremos vivir el presente con pasión y abrazaremos el futuro con esperanza».
David Martínez García, economista y socio director de Addvante, inició su aportación precisando como la alegría es capaz de generar cambios positivos en las personas y cómo esto hace que se puedan construir organizaciones más adaptables y más eficientes utilizando la alegría de las personas como elemento motivador y transformador. En su intervención daba respuesta a la pregunta de si se puede educar a las personas y a las organizaciones para la alegría: evidentemente, sí; y esto requiere desarrollar herramientas y estrategias encaminadas a potenciar personas y organizaciones más alegres. El aspecto clave que remarcó es que para poder disfrutar de la vida es necesario hacer un trabajo «de arqueología de nuestro ser», que quiere decir hacer un viaje en el tiempo hacia nuestro interior para reencontrarnos con nuestra autenticidad.
Martínez presentó cuatro aspectos para ayudar a mejorar nuestra relación con el mundo del trabajo y conseguir estar alegres en el trabajo a pesar de las dificultades: 1) evitar compararse; 2) cultivar una actitud positiva; 3) mejorar nuestra autoestima, y 4) trabajar el sentido del humor. Una nueva pregunta fue si se puede contagiar la alegría dentro de una organización, y esto le sugería dos temas más: 1) si la alegría se puede contagiar y de qué forma se puede hacer, y 2) el modelo de comunicación como canal de transmisión de la alegría. Una nueva pregunta era si la alegría es viral. «En este sentido, la alegría también se contagia, pero funciona más como un anticuerpo que como un virus. Precisamente, su trabajo es atacar a los virus que se propagan dentro de una organización y que impiden a ésta, crecer o desarrollarse. El virus más mortal que hay en las organizaciones es la toxicidad que contagian algunas personas y que precisamente se propaga por todas partes generando una organización tóxica que queda paralizada, porque sus miembros pierden la capacidad creativa y la fuerza emprendedora». Concluyó diciendo que «la alegría es fuente de vitalidad, y la vitalidad es absolutamente necesaria para lograr los nuevos retos que nos plantea el futuro».
Angie Rosales, fundadora y directora de Pallapupas, presentó su aportación fruto de quince años de experiencia en hospitales. Explicó: «Son conclusiones mías, resultado de las visitas de payasos y de dinamizadores teatrales dentro de los hospitales. Todo esto ha sido una lección de vida. Realmente, muchas de las cosas que han ido pasando y que he aprendido como persona y como profesional no las esperaba, pero me han cambiado la vida». Precisó que huye de la risa frívola, puesto que el acto de reír es muy serio, porque implica todo un esfuerzo personal.
Rosales subrayó que Pallapupas contribuye a humanizar situaciones de sufrimiento: «No se puede pasar por encima del dolor, sino que el dolor se tiene que atravesar y, cuando se ha atravesado, de vez en cuando vas abriendo ventanas, que son las puertas hacia el humor. Estás en un ambiente gris y de repente abres una ventana y entra el aire fresco y hay un césped muy verde; luego, aquello se vuelve a cerrar y vuelves a estar en aquel ambiente gris. Pero empezamos a ver que esto pasaba dentro los hospitales, siempre desde el más profundo respeto por las personas que visitamos, que están en una situación muy difícil y que tienen todo el derecho del mundo a estar agotadas». Afirmaba que la alegría es una actitud ante la vida y no tiene nada que ver ni con el género, ni con la edad, ni con nada: «Encuentras a personas muy jóvenes que parecen viejos de pensamiento y de corazón y en cambio, encuentras a gente mayor que tiene una gran vitalidad y que está totalmente dispuesta a modular el cerebro y el conocimiento. Creo que esto es lo que proporciona el humor y la alegría, el hecho de estar abierto y aceptar que la vida es cambio permanente y que, cuando te piensas que ya lo sabes todo, no sabes nada».
La última aportación fue a cargo de Miquel Vilardell Tarrés, catedrático de patología médica y jefe del servicio de Medicina Interna del Hospital Vall de Hebrón, que habló sobre el último tramo de la vida, empezando con una pregunta: «¿Se puede estar bien durante los últimos años de la vida, cuando parece que la vida activa ya la dejas y empieza un tramo que todavía puede ser muy largo, y que es, en todo caso, el último tramo? ¿Puede uno estar bien y sentirse bien?». A lo largo de su exposición argumentó que cuando pasan los años se producen unos cambios que son normales, fisiológicos, cambios del propio envejecimiento, que todos sufrimos sin ninguna diferencia. Todos nos adaptamos, modificamos ciertas conductas y vamos haciendo el camino de la vida hasta el final cuando nos toque. Y, evidentemente, queremos hacer este camino todo lo bien que podamos y con calidad de vida. Afirmaba que «uno envejece cuando pierde la capacidad de sorprenderse. En la vida hace falta en cada momento tener un proyecto, puesto que quien no tiene proyectos lo tiene mal, y este último tramo no lo hará suficientemente bien». Decía que siempre hay que tener proyectos, y que es mucho mejor tenerlos que no vivir de los recuerdos.
Vilardell decía que cuando vamos haciendo ese camino, en el último tramo «se producen muchos cambios en nuestro entorno, cambios por pérdidas, cambios estructurales… Y que, evidentemente, nuestra piel se arruga, pero que lo más importante en la vida es que no se te arrugue el alma». También sugería la importancia de mantener la curiosidad, porque nos enciende una emoción, que hace que se abra la ventana de la atención; sea a la edad que sea, nos permite aprender en cada momento y nos permite memorizar, y esto es algo muy importante en esta etapa de la vida. Dio muchas pautas que dan sentido a la vida y acabó con la frase de Diderot: «El hombre más feliz es aquel que hace la felicidad de más gente».
Durante el coloquio se hicieron muchas aportaciones y preguntas a los ponentes evidenciando una vez más que las dificultades están, pero que tener una actitud alegre, es decir, ser alegre ante las dificultades facilita avanzar y aceptar la realidad que nos toca vivir.
Ámbito María Corral