Por Ramón Santacana
Profesor de la Universitat Providence. Taiwan, septiembre 2015
Foto: Creative Commons
Actualmente es ya habitual, en algunos barrios en que se concentran jóvenes profesionales, el poder participar en espacios de trabajo que son comunes. Se trata de centros que proveen los servicios necesarios para trabajar, servicios como wifi o fibra de internet ultrarrápida, mobiliario e iluminación adecuados, climatización, cafetera, máquinas expendedoras, etc. Los más sofisticados incluso pueden contar con gimnasio, lugar para bicicletas, salas de conferencias, etc. En estos espacios se concentran jóvenes emprendedores para trabajar en sus propios proyectos o actividades profesionales. Un ambiente sin muros –dicen– ayuda a la comunicación e intercambio de ideas. La filosofía de estos espacios es que los efectos sinérgicos creados por el contacto directo sobrepasan los beneficios de los espacios privados.
Dichos espacios ayudan a nuevos emprendedores no solo a abaratar los costos que supondría el tener una oficina o taller privado, sino también a conocer las últimas tendencias y recursos, contactar con posibles colaboradores, conocer potenciales clientes, incluso, encontrar inversores dispuestos a auspiciar nuevas iniciativas. El coworking –como se llama esta forma de trabajar–, es una tendencia ya consolidada que cuenta con centenares de espacios en ciudades como Tokio, Nueva York o Hamburgo.
Pero actualmente ya está empezando a desarrollarse un nuevo fenómeno. Todo empezó cuando hackers, deseosos de progresar en sus conocimientos y a falta de enseñanzas en centros formales, se trasladaron a la zona del Silicon Valley buscando otras personas de intereses similares para compartir experiencias y adquirir nuevos conocimientos. Espontáneamente se fueron concentrando en algunos conocidos hostales en los que no solo se alojaban sino que buscaban momentos y espacios de coworking. Y de ahí surgió la cuestión: ¿Por qué no ampliar esta experiencia del coworking a un espacio conjunto en el que se pueda vivir y trabajar a la vez?
Con esta idea se ha desarrollado un nuevo concepto de centro en el que los participantes comparten espacio común para trabajar, pero, además, tienen un espacio privado para vivir. La zona de vivienda funciona como un apartotel, en que una empresa se encarga de la limpieza semanal, reparaciones y otros trabajos domésticos. La ventaja de esos centros es que no necesitas transporte para ir a trabajar lo cual abarata costes, mantiene las ventajas del coworking y facilita flexibilizar al máximo el horario de trabajo.
No faltan detractores de esta idea, pues esa organización de la vida difumina cada vez más las diferencias entre vida privada y actividad profesional. Las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación tienden a disolver los horarios de trabajo y la actividad profesional va invadiendo otros ámbitos de la existencia como pueden ser la vida personal y familiar, el descanso, la reflexión solitaria… Esos centros –afirman dichos detractores- no hacen más que agudizar esa tendencia.
Pese a todo ya hay varias empresas que han apostado fuerte a ello, la más conocida, WeWork, que tiene el apoyo de empresas financieras de primer rango como JP Morgan y Fidelity Investments. Con un capital de diez mil millones de dólares WeWork ya posee centros de coliving –así se le ha dado a llamar– de más de diez plantas en ciudades como Nueva York o San Francisco y está en proceso de acelerada expansión para ocupar cuanto antes lo que ellos vislumbran como un gran potencial de mercado. Otras empresas también establecidas se dedican a la expansión no únicamente en el ámbito de los EUA sino por Europa y Asia.
Por el momento dichos centros sólo están pensados para un determinado perfil: personas más o menos jóvenes, que viven solas, sin familia ni niños, y muy dedicadas a su trabajo. No sabemos si ello obedece a una etapa inicial en la formación de esos centros en evolución y que luego se irán acomodando a medida que estos jóvenes formen una familia. O acaso se pretende, bien respaldada desde el capital, una ingeniería social de modo que dichos profesionales no formen familias, no necesiten tiempo para dedicarlos a la pareja y los hijos y puedan, por tanto, dedicarlo a trabajos competitivos que cada vez les demandarán más y más. En ese caso, We Work que significa “Trabajamos” me parece un nombre sugerente.
Ante las demandas crecientes del llamado «mercado de trabajo» o de la «tecnología», habría que estar alerta para reivindicar el espacio familiar como espacio humano necesario, humanizador y liberador de esclavitudes. Cuando hablamos del ser humano no podemos referirnos a individuos solos.