Por: Sofía Gallego
Psicóloga y pedagoga
Barcelona, julio 2016
Foto: Creative Commons
El calendario nos indica que hay que hacer el cambio de la ropa de invierno a la ropa de verano en la primavera, o la de verano por la de invierno en otoño. Este hecho siempre nos pone cara a cara con la disyuntiva de qué tirar o qué guardar. A menudo nos preguntamos por qué guardamos tantas cosas que con el tiempo se revelan inútiles. La respuesta acostumbra a ser siempre la misma «por si acaso», y demasiadas veces este «si acaso» no llega nunca y cada año vamos cayendo en esta trampa. Tenemos los armarios llenos a tope, pero nos acostumbramos a vivir en esta situación de ir almacenando objetos y a considerarlo, si no normal, sí habitual.
Si bien la palabra ‘guardar’ puede tener diversos significados, aquí usaremos el de conservar; lo contrario de guardar es tirar y aquí se tomará en el sentido de deshacerse de lo que no nos es útil. A muchas personas les cuesta mucho tirar, y hacerlo les representa una experiencia un tanto molesta. Ponemos afecto a los objetos y también creamos dependencias; parece como si nos sintiéramos más seguros rodeados de una retahíla de objetos o de ropa que en un momento determinado tuvieron un significado en nuestra vida, o que compramos pensando en la felicidad o bienestar que nos podrían facilitar, o bien alguna persona apreciada nos regaló. El paso del tiempo se ha encargado de demostrar que nuestras expectativas excedían las posibilidades. No hay que olvidar que el hecho de tirar objetos es propio de la sociedad de la opulencia y del consumo como la nuestra. Una gran parte de la humanidad no vive esta situación, sencillamente porque no tiene nada que desechar.
Últimamente se ha oído mucho hablar del libro La magia del orden. Herramienta para ordenar tu casa y… ¡tu vida!. Este libro, que tan solo he hojeado, pone de manifiesto la importancia que tiene el orden en nuestro ambiente. De hecho, el libro solo enfatiza en qué bien se vive cuando las cosas están cada una en su sitio. Cosa que no es nueva para muchas personas. Para conseguirlo, y según su autora, hay que tirar las cosas que no nos son útiles. Recomienda, antes de tirar cualquier cosa, agradecer el hecho de haberlas podido gozar. De alguna manera es visualizar la ruptura de la relación que hemos tenido con el objeto. Cosas bien evidentes pasan a ser novedad no se sabe bien por qué.
Si desechar cosas materiales nos cuesta, no es más sencillo desechar recuerdos, porque éstos forman parte de nuestro pasado y de nuestro presente, pero no todos son buenos ni nos generan buenas sensaciones, y son precisamente estos recuerdos molestos los que hemos de eliminar porque entorpecen el orden del presente y nos hacen daño. Tirarlos todavía nos cuesta más porque a veces parece que encontramos satisfacción recreándonos en los malos recuerdos. Hemos de conservar los buenos, hacerlos nuestros para mejorar nuestro presente. Tirar también quiere decir dejar que el aire pase en medio de las cosas y de los recuerdos, y no hay que olvidar que el aire es vida. Si falta el aire corremos el riesgo de morir asfixiados. No permitamos, pues, que nada nos asfixie, ni en los armarios, ni en el espacio de los recuerdos.
Después de cantar las excelencias del hecho de tirar, quiero remarcar que hay cosas que siempre nos serán útiles y que, por tanto, no deben tirarse nunca: los buenos recuerdos, el recuerdo de las personas que hemos querido y nos han querido, el amor, las ganas de vivir, la alegría…, cosas, todas ellas, que nos pueden ayudar a tener una vida más plena.