Por: Laia Batlle i Viñas
Estudiante de primero de Bachillerato
Barcelona, setiembre 2016
Foto: Creative Commons
Todo estaba oscuro, una extraña sensación de humedad rodeaba todo el cuerpo… ¡Cuerpo! No tenía cuerpo, no podía ver nada, me sentía perdido, desorientado… Repentinamente, empiezo a avanzar, ¿cómo? No lo sé. Lo único que sabía en aquel momento, era que un impulso involuntario me hacía avanzar, ¿hacia dónde? Tampoco lo sabía. Es cierto, que pocas cosas conocía, pero una cosa tenía clara, y era que me movía por un motivo… mejor dicho, hacia un motivo. En aquel momento, noté que una cosa, látigo, me golpeó las piernas o lo que fuera que tuviera. Por un segundo descarrilé, y perdí la orientación, incluso llegué a chocar contra una pared o algo parecido. Pude enderezarme, y por suerte, tranquilizarme. La cabeza, acrosoma núcleo, se me inundó de preguntas sin respuestas: ¿cuál era mi meta? ¿Por qué? ¿A dónde iba? ¿Cómo?
Alguien empezó a empujarme. Era como una fuerza que me llevaba. Las infinitas preguntas se desvanecieron de mi cabeza mientras pasaba por un nuevo medio en el que fluía. ¿Qué lugar? Por mucho que no lo pudiera ver, lo sentía. Percibía que no estaba en el mismo lugar que antes, lo intuía. Pero lo que no sabía todavía eran las dificultades para llegar a la meta, óvulo, y que tendría que pasar por varias «pruebas», en forma de las defensas del sistema reproductor femenino. En aquel instante, empecé a marearme, todo me daba vueltas, empecé a perder el conocimiento, no podía orientarme, había perdido cualquier referencia, pero la fuerza que me impulsaba era superior. Por suerte me tambaleaba entre unes bolas grandes, moléculas, que me guiaban en el camino, rodeado de una temperatura confortable que facilitaba mi desplazamiento. ¿Adónde iba? No lo sé. Seguí avanzando, sin pensar. ¿Cómo? Ni lo sé.
En aquellos instantes, a pesar de los interrogantes sin respuestas que tenía, y que seguramente volverían a mi cabeza una vez fuera de esa locura, había una cosa de la que estaba seguro: tenía que seguir las bolas, moléculas, dejándome conducir ignorando incluso dónde me llevarían. Cuando creía que todo había finalizado, pues las circunstancias habían mejorado… alguien o alguna cosa impedía mi avance, tenía grandes dificultades por seguir el camino marcado. Tenía una sensación brutal y me pesaba todo el cuerpo como si una cosa muy espesa me dificultara los movimientos. Empecé a sentirme impotente. Cuando estaba a punto de darme por vencido, sentí que retornaba mi energía. Volvía a avanzar sin dificultades. Recuperaba la normalidad y los interrogantes volvían a instalarse en mi cabeza ¿Cuánto duraría esta tranquilidad?
Me sentí atraído por una fuerza vital, ovulo, en el que lentamente fui penetrando, sin gran esfuerzo. ¿Por qué? ¿Cómo? No lo sabía, mejor dicho, no sabía nada, volvía a estar desorientado y perdido. Era como si una parte de mí se fuese, como si me partiesen por la mitad, pero sin notar ningún tipo de dolor. Finalmente conseguí penetrar completamente. Mi cabeza siguió generando interrogantes. ¿Y ahora qué? ¿Qué ha de suceder a partir de ahora? Antes de que tuviera tiempo de pensar mucho más allá, pasó algo inesperado. Lo que quedaba, de mí se fusionó con otra cosa desconocida hasta aquel momento, núcleo del óvulo. Una sensación de presión me invadió todo el cuerpo, me sentía como un ying que ha encontrado su otra parte, su yang, la pieza que faltaba para finalizar el puzle.
Ya no era el mismo que antes, me había transformado y era un puzle finalizado, óvulo fecundado. ¿Cómo podemos sobrevivir a tantas situaciones diversas y extrañas? ¿Qué nos estaba pasando? A medida que pasaba el tiempo íbamos creciendo, mejor dicho, nos íbamos formando. ¿En qué nos convertíamos? No lo sabemos, lo único de lo que estábamos seguros, era de la calidez y confortabilidad de nuestro entorno, y no desaprovechábamos ninguno de los nutrientes que nos alimentaban de manera continuada por medio de un tubo, cordón umbilical. De repente una día, se acercaron unas ayudas en forma de pelotas que nos eran totalmente desconocidas hasta ese momento, moléculas. Gracias a este hecho, empezamos a generar una estructura, mucho más densa y fuerte. Ya éramos uno solo. Podía sentir el «crac» de la formación de mi estructura. Cuando creía que ya me había formado completamente, o esta era mi percepción, sentí un impulso por salir del lugar donde me encontraba. Empezaba a ser demasiado grande y ya no tenía tanto espacio como antes. Yo ya quería salir. Quería respuestas a miles de preguntas. Así que empecé a empujar para salir, con todas mis fuerzas, utilicé todas las partes que tenía para empujar por todos lados hasta que vi un rayo de luz que se iba haciendo mayor. Noté que alguien me cogía por la cabeza, y cuando lo vi todo blanco me asusté y grité con todas mis fuerzas. Abrí los ojos y vi la cara de mis padres y sus ojos asustados. Mi madre estaba sudando, aunque yo no entendía nada… pero por suerte no necesité mucho más tiempo para darme cuenta de que todo había sido una pesadilla. Mejor dicho, había sido un sueño. El sueño de la vida que hizo que por primera vez pudiera tomar consciencia de que existo. Valoré la vida y la existencia, estaba agradecido. Me di cuenta de que mis padres, desde hacía un rato, me preguntaban qué me estaba pasando, pero las únicas palabras que podía articular eran: ¡existo, pudiendo no haber existido!