Personas
Por: Anna-Bel Carbonell
Educadora
Barcelona, noviembre 2016
Foto: Creative Commons
«Todas las personas son como el resto de las personas,
como algunas personas y como ninguna otra»
Speight
Escucho, interiorizo y miro de comprender. A menudo me interrogo a menudo sobre qué está pasando en nuestro mundo, en nuestro entorno más inmediato y en nuestros hogares. Es un ejercicio vital para mí y también para la modesta tarea educativa que llevo a término.
Leo que es el día «internacional» de… y pienso que, al fin y al cabo, eso de los días internacionales acaba siendo simplemente el nombre que se da a la celebración o conmemoración de una causa promovida por alguna organización internacional. Día internacional de las niñas, de la erradicación de la pobreza, de la no violencia, de la mujer… Me da igual cual sea el motivo porque la pregunta que me surge continua siendo la misma: ¿realmente necesitamos los días internacionales? ¿Nos hacen más conscientes de las necesidades o de los colectivos que supuestamente los protagonizan?
También leo que se ha puesto de moda implantarse xips para hacer pagos o para abrir puertas o que hay alguien que se ha comprado un animal por miles de dólares. No entiendo la finalidad de algunos sucesos que me parecen de ciencia ficción, y me pregunto si los que se supone que son tan ricos en dinero, lo son también en felicidad.
Mis alumnos son adultos y acostumbro a debatir con ellos temas de actualidad que generan dilemas morales y ponen ciertos valores en terreno pantanoso. Un año más, intento explicar que trabajar en el ámbito social es hacerlo con y desde las personas. Es creer en la PERSONA en mayúsculas, sin culpabilizarla, sin juicios previos y sin catapultarla despiadadamente al saco de los «marginados». Acompañar y escuchar cada persona sea cual sea su edad, condición, carencia o necesidad, será una de sus prioridades cuando inicien las prácticas y posteriormente entren en el mundo laboral. Por encima de cualquier idea preconcebida, tienen que saber ver en aquella persona sin techo, en el niño maltratado, en aquella mujer víctima de la violencia de género, en un joven inmigrante, en una familia con problemas, en aquellos abuelos con demencia, en el refugiado que lo ha perdido todo, en aquel adolescente absentista o en un enfermo mental, una persona valiosa por sí misma, simplemente por ser quien es, por existir, a la cual no le hacen falta etiquetas de días internacionales, ni las últimas extravagancias de los nuevos ricos o de aquellos que quieren ser diferentes persiguiendo una moda o una tendencia.
Personas como cualquiera de nosotros que nos mal llamamos «normales». Personas con sus «más y menos», con sus diferencias y sus valores, llenas de ilusión y de anhelos, de miedos y de angustias, de vida y de muerte. Personas que, a veces, más con buena voluntad que con acierto, tratan de ordenar y ser protagonistas de sus vidas, de tomar decisiones y tener criterio, a pesar de los numerosos «inputs» sociales que no siempre lo ponen fácil. Seres humanos que desean vincularse y formar parte de un grupo, de una comunidad o de una sociedad que llena sus discursos de palabras bonitas y políticamente correctas, de celebraciones de días internacionales, pero que no siempre se cree sus propias proclamas y se olvida de poner por delante de cualquier otro derecho, el hecho que todos sean reconocidos con el estatus de persona.