Por: Letícia Soberón
Psicóloga y cofundadora del Innovation Center for Collaborative Intelligence
Barcelona, febrero 2017
Foto: Noscoworking
Se está extendiendo en las organizaciones la moda de crear espacios abiertos, desmontando las oficinas individuales, con el ánimo de facilitar los flujos de colaboración y evitar el trabajo en «silos» y compartimentos estancos que hasta hace muy poco eran la regla general en gran parte de las instituciones, surgidas casi todas antes de Internet.
La urgencia de favorecer la creatividad de los equipos, para lograr la supervivencia de las organizaciones, parecía exigir esos open spaces, a la vez que se generalizaban las «redes sociales de empresa» y el software colaborativo para intercambiar información de manera continua e instantánea entre los empleados.
Ahora, tras unos años de haber emprendido este camino, se está tomando conciencia sobre los costos de esta opción. No se había previsto algo evidente: todo el mundo necesita tiempo para pensar. Y no hay creatividad sin momentos vacíos de ruido y estímulos. El silencio es indispensable para que cada persona elabore en su interior la información recibida; para que imagine posibles salidas a los problemas a los que se enfrenta, para que pueda centrar su pensamiento sobre un tema sin interrupciones que lo esterilizan.
Los procesos creativos –nos referimos a los más cotidianos y normales, pero también a los de los grandes genios– son resultado de una combinación acertada de estímulos, elaboración propia, diálogo creativo con otros y aprendizaje sobre pruebas.
Así pues, ya empiezan a proponerse momentos de silencio en esas oficinas abiertas, imponiendo un tiempo prolongado en que no está permitido tocar el hombro del vecino para preguntarle cosas, ni hablar por teléfono ni establecer conversaciones. Es necesario pensar y dejar pensar.
Recientes investigaciones sobre el cerebro parecen demostrar que el silencio, a diferencia del ruido, ejerce un efecto duradero y facilita la proliferación de células en el hipocampo, estructura cerebral asociada con la memoria y otras funciones importantes. Algo que quizá todos habíamos experimentado en la vida cotidiana, pero que se empieza a confirmar con los avances en el estudio del cerebro.
La colaboración y el diálogo inteligente son una meta importante en el momento actual, tan marcado por un vertiginoso cambio que no sabemos a dónde nos lleva exactamente, y nos coloca en escenarios inciertos.
Pero ni la colaboración ni el diálogo no pueden aparecer si las personas están abotagadas, dispersas y empachadas de información desorganizada. El silencio es el indispensable punto de partida sin el cual estaremos dando, individuos e instituciones, palos de ciego.