Por Àngels Roura Massaneda
Coach de equipos, ejecutiva y personal. Máster Trainer en PNL
(Programación Neurolingüística). Psicopedagoga y maestra.
Barcelona, julio 2017
Foto: Àngels Roura
La vida, a veces, se nos hace cuesta arriba. Vemos la subida tan en perpendicular que nos da una especie de vértigo en medio de sensaciones de vacío, altura, agujero negro absorbiéndonos, frío en el cuerpo… Y en este embate sentimos que queremos cerrar los ojos –como quien desaparece de escena por unos momentos– para aligerarnos un poco.
Al ver estos caracoles, osados caracoles, trepando por este árbol que mide centenares de veces su medida, me pregunto:
- ¿Estos caracoles deben avanzar sólo mirando adelante?
- ¿Se les debe ocurrir mirar atrás para ver el tramo de camino hecho y desafiar la gravedad, el viento, el propio peso y el calor extremo de los días de verano?
- ¿Qué los mueve a asumir este reto tan grande? ¿Qué debe ser? ¡No lo sé, pero lo debe de valer!
- ¿Tienen el mismo objetivo todos estos caracoles? ¿Lo han decidido conjuntamente o cada uno ha decidido emprender camino solo, por separado?
No sé si ellos saben o intuyen que los beneficios de trepar árbol arriba serán muy grandes. Imagino que son mucho más inteligentes de lo que supongo y que, escuchando su sabiduría interior, deciden asumir todo lo que venga por delante.
A veces, las personas no sabemos de lo que somos capaces hasta que no hemos hecho la travesía al completo. Al ver la imagen de los caracoles en la corteza, presento la satisfacción de estos al llegar a lo alto del tronco, donde pasa más aire y donde las hojas dan humedad y frescura; donde el paisaje que se puede ver desde esta altura es mucho más amplio y bonito que no a ras de tierra. Siento esta satisfacción y la relaciono con la experiencia de conciencia del momento en que te das cuenta de lo que has transcurrido. Te das cuenta de todas aquellas imágenes que relacionas con la transición, con cómo has superado y de lo que has sido capaz de hacer y aprender en el trayecto.
La sensación es tan placiente y tan expansiva que cuesta describir. Es como si tus pulmones crecieran tanto que incluso se expandieran más allá de tu propio cuerpo. Seria cómo si una burbuja enorme de oxígeno te englobara haciéndote sentir plenamente satisfecho del trabajo hecho. Satisfecho de ti.
No sabemos qué nueva perspectiva nos espera. Nunca la sabemos. Sólo tenemos la perspectiva del momento. Quedarnos con la actual como buena u optar para subir tronco arriba es una decisión que depende de nosotros. De hecho, la cosa más difícil que tenemos los humanos es aceptar la gran capacidad de decisión que tenemos. Nos ofuscamos con relativa facilidad y nos parece que no tenemos margen de decisión cuando en el fondo de posibilidades hay muchas. Serán pequeñas, quizás. Muy pequeñas, quizás. Incluso pueden ser muy pocas, cierto. Pero un pequeño cambio, un pequeño movimiento de un grado de diferencia en la dirección nos puede traer a un destino muy diferente.
Asumir que tenemos responsabilidad en el cambio de perspectiva nos supone un peso y un esfuerzo que no siempre estamos dispuestos a asumir. Preferimos conformarnos, lamentarnos, quejarnos antes que coger el testigo de la responsabilidad del próximo tramo con salto de vallas.
Nadie nos pide que seamos campeones olímpicos en salto de vallas, ni de escalada por la corteza de los árboles. Nadie nos tiene que pedir nada que nos haga sentir pequeños. En todo caso, justo lo contrario; seamos nosotros quien dispare el pistoletazo de salida cuesta arriba, pendiente arriba porque estamos convencidos que nuevas perspectivas nos esperan, nuevas posibilidades, nuevos horizontes. Y que lo hacemos conscientes que es necesario esfuerzo, perseverancia y confianza en nosotros mismos, tal como lo hacen estos moluscos. Confiar en el proceso es confiar, también, en nosotros.
Cómo podéis ver, me quedé atrapada en la foto que hice. La llevo incorporada en el archivo de metáforas que me recuerdan la importancia de la valentía, la perseverancia y la autoconfianza.
¡Adelante con la convencida perseverancia!