¿Mar o montaña?
Por: Joan Romans
Físico
Barcelona, febrero 2018
Foto: Rocío Muñoz
He leído el eslogan de una entidad bancaria: «Contigo hasta el infinito y mucho más». Hay que reconocer que es atractivo. Parece difícil llegar al infinito, ¡pero ir más allá ya lo veo imposible! Dejando de lado la ironía, es un reclamo muy atractivo que nos ilusiona y da coraje para ir siempre más lejos, más allá del objetivo previsto y es un estímulo para no quedarse quieto.
Miramos el mar, observamos el horizonte y nos preguntamos si está muy lejos aun sabiendo que nunca lo alcanzaremos porque siempre se nos escapa y no se deja atrapar. El horizonte del mar es como una metáfora del camino inacabado que hacemos por la vida. Un paso tras otro, un día tras otro con todo lo que la vida nos lleva: momentos alegres y tristes, esperanzados y desilusionados, con amor y sin, con tiempos de gozar y otros para sufrir, momentos de acompañar o sentirse acompañado, de comprender y de no ser comprendido… Una lista inacabable de sensaciones y emociones que van llenando la vida. El camino es largo, no tiene fin. Sentimos un impulso profundo que nos hace ir adelante a pesar de todos los obstáculos previstos y los imprevistos. Se requiere mucha fortaleza para seguir avanzando y no morir ahogado en medio de las dificultades, de las dudas, del miedo, en medio del mar. Quizás querríamos regresar a la seguridad que nos da el puerto, quizás lamentaremos haber iniciado una aventura incierta. Pero la convicción que hemos de seguir más allá está presente y nos hace avanzar. Avanzar hasta el infinito.
Miramos la cima de una alta montaña y nos proponemos alcanzarla. Empezamos a hacer el camino y con ritmo prudente y constante superamos los obstáculos que vamos encontrando. Llegamos a un claro del bosque y con suerte podemos ver la cima y observamos que, aunque quede lejos, ya no lo es tanto. Vamos subiendo, venciendo obstáculos y volvemos a mirar a la cima: ya está más cerca. Giramos la vista atrás, vemos el llano de donde hemos salido y nos damos cuenta que hemos hecho camino, el valle ya queda lejos. Nos animamos al mismo tiempo que pensamos en lo que queda por subir y quizás nos vienen tentaciones de dar marcha atrás porque no sabemos si tendremos suficientes fuerza para llegar, si nos faltará el agua o el alimento. A pesar de eso decidimos seguir subiendo. Llegar a la cima es un objetivo definido, concreto y no incierto como llegar al horizonte del mar. Cuando finalmente lo conseguimos nos invade un gran gozo y nos recreamos viendo el espléndido paisaje que la naturaleza nos ofrece. Ya no recordamos los malos momentos pasados. Hemos alcanzado la cima. Hemos conseguido el objetivo. Teníamos una meta y la hemos logrado.
¿Qué modelo hemos de seguir en la vida? ¿El modelo mar o el modelo montaña? Cuando nos sentimos en plenitud de fuerzas el modelo mar parece adecuado: siempre adelante hacia un horizonte inalcanzable. Hay que tener coraje, ir bien preparado, venciendo los inevitables obstáculos. Vamos adelante hacia una utópica meta que por el hecho de resultar imposible nos incita a conseguirla. Cuando las fuerzas flaquean o las circunstancias vitales no son favorables el modelo montaña es de más ayuda. Nos proponemos alcanzar pequeñas o medianas cimas y sentimos un gozo gratificante cuando lo conseguimos. Los pequeños pasos que vamos haciendo también nos llevan lejos.
¿Mar o montaña? Esta pregunta no es correcta.
Digamos, sencillamente, mar y montaña.