Per: Josep Just Sabater
Poeta
Barcelona, noviembre 2019
Foto: Pixabay
Tenemos que aprender a vivir con problemas, del tipo que sean, sin dejar que estos nos endurezcan y obsesionen. Incesante lucha diaria. Pero negarlos, descartarlos o rechazarlos nos pone en una pésima situación para no vivir engañados. Lo cual es una apuesta segura, consciente o inconsciente, de autoengaño.
Hay personas para quienes nada es bastante fácil y de todo hacen un problema, como un obstáculo que se pone por delante o en medio del camino. Y así dejan de hacer muchas cosas y de emprender quién sabe cuántos proyectos. O se quedan solo en un intento, mera tentativa. Cuando no los aplazan y se autoexcusan creándose impedimentos y dificultades externas y, por lo tanto, ajenas a su voluntad. Para tales personas los problemas son una ocasión, o mejor dicho, un pretexto para no tener que afrontar, paradojalmente, ningún problema. De soluciones, no es necesario hablar. Esta actitud, en el fondo, muestra una extraña lucidez para captar no ya los problemas, sino su total falta de solución. Hay que decir que no negativa en ella misma.
También hay gente a quien todo le parece bastante fácil y los problemas son una oportunidad para mejorar, avanzar, superarse, crecer, como peldaños de una escalera que no hace sino subir. Por cada problema presuntamente resuelto, un peldaño más arriba en la ascensión hacia la autorrealización, la fama, la riqueza, el éxito, el triunfo, la gloria… Los problemas, para tales individuos, son la excusa perfecta para hacer cosas, cuantas más mejor, en el orden cuantitativo, y cuanto más exitosas mejor, en el orden cualitativo.
El «problema» que no ven, pero, es precisamente aquel que los conduce a afrontar los otros problemas desde la simple convicción que toda ambición es buena si conlleva los resultados deseados y esperados, sin cuestionarse nunca el gran problema que supone creer que todo tiene solución menos la muerte, como vulgarmente se dice. Pero, ¿no es justamente la muerte la «solución» de todo problema?
Los problemas, ciertamente, no hay que conjurarlos como si fuesen maleficios o maldiciones, ni por otra parte creer que caigan del cielo, a modo de bendiciones y favores divinos para nuestro beneficio. Asimismo, preocuparse por si llegarán a afectarnos poco o mucho, complicarnos demasiado la vida y temer incluso que puedan arruinarla, es claramente excesivo, innecesario y contraproducente. Pues nunca vamos a frenar los problemas, graves o leves, por más que luchemos. Lo menos que podemos hacer, pues, es dejar que nos vengan, a su manera, solos, uno tras otro y a su momento, que es siempre ahora y aquí. Quizás esta es la mejor forma de no acabar nunca de resolver del todo nada a la primera. Y de no frustrarse. No se puede pedir más de los problemas que nos ocupan diariamente y los cuales nos preocupamos de solucionar. O quizás solo una cosa: no darlos nunca por cerrados.
Lejos de problematizar negativamente toda nuestra existencia, creo que eso no deja de ser bastante valioso en sí mismo. Y, como mínimo, nos puede ayudar a ser menos acríticamente realistas. Es decir, aprender y aceptar a vivir con los problemas.