Por: Montserrat Puigbarraca
Maestra
Noviembre, Barcelona 2019
Foto: Pixabay
Los niños y las niñas, ya de pequeños, pasan muchas horas en la escuela, un taller privilegiado de descubrimiento, aprendizaje y experimentación de valores que, a lo largo de los años, les ayudará a vivir en la sociedad. La escuela es un taller de vida social a la medida de los niños y niñas, de chicos y chicas, un espacio privilegiado para aprender a ser con los otros. Por eso se le ha ido pidiendo que abriera nuevos aspectos a educar: educación sexual, educación de la alimentación, educación vial… ¿y la educación de la ecología?
No, la educación de la ecología no es una novedad que se pide últimamente, sino que va implícita en el hacer de la escuela des de hace ya muchos años. Si educar el valor de la ecología es ayudar al niño y al joven a sentirse bien en el entorno que vive, con uno mismo y con los compañeros, respetando lo que es de todos, esto hace mucho tiempo que se trabaja en las escuelas, aunque a lo mejor ahora está más programado, se hace de una forma más visible.
Cuando piensas en el valor de la ecología enseguida te vienen a la mente otros valores que la acompañan: valoración de lo que se tiene, tener cuidado de lo que nos rodea (orden, limpieza, respeto y cuidado de los seres vivos de nuestro entorno…), responsabilidad ante el consumo (agua, papel, luz…). Todo eso lo trabajamos en la escuela. ¿Cómo?
Me gustaría explicar algunas de las actividades que se hacen en clases de Educación Infantil (de tres a seis años), puerta de entrada de los niños a la escuela, para trabajar la ecología. Desde de pequeños, el primer curso en que llegan a la escuela, los niños y las niñas comparten un espacio durante muchas horas: el aula. Este sitio ha de ser un espacio donde nos sintamos a gusto, donde nos sintamos cómodos. Es un espacio donde jugaremos, hablaremos, trabajaremos, cantaremos y donde haremos amigos. El aula es de todos, no solo del maestro o maestra, y por eso es tarea de todos tenerla bien dispuesta, bien ordenada y recogida. Cada cosa tiene un lugar y no podemos dejarlas fuera de su sitio porque, si lo hacemos así, después nadie las encontrará. De todos y de todas es tarea tenerlo todo bien dispuesto.
Además del aula hay otros espacios que utilizamos más personas y que hemos de tener bonitos porque nos ayudan a estar bien: los pasillos, el gimnasio, el comedor, los patios… También, desde su entrada en la escuela, los hacemos sentir corresponsables de cuidarlos.
Qué suerte que en la escuela tengamos juguetes e instrumentos para compartir. Cada niño o niña no tiene sus juguetes o instrumentos de trabajo, sino que son colectivos y, así, con la práctica, aprendemos otro valor que va de la mano de la ecología: compartir. Para poder tener los objetos que necesitamos cuando los necesitamos, los hemos de cuidar, porque si se rompen nos quedamos sin ellos. A veces sí que se rompe algo. Entonces estamos un tiempo sin él y así nos damos cuenta de cómo de importante es tener cuidado de las cosas.
Hay muchas escuelas que trabajan este aspecto de una manera muy práctica: con la presencia de una mascota de la clase, de la cual se encargan los niños y niñas de una forma organizada y que, además, es el punto de inicio para estudiar algún animal. En la misma línea también hay escuelas que llevan a cabo un proyecto de huerto urbano y así los niños y niñas entran en contacto con lo que presupone cuidar un huerto: los tareas que hay que hacer, las necesidades de lo que hay plantado…
A los niños y niñas les gusta mucho jugar con las cosas de los mayores. La escuela es un lugar donde es fácil reutilizar ropa, cajas, envases… que nos acercan a la realidad del exterior; reutilizar y reciclar objetos y desarrollando la imaginación, convertir las cajas de hojas de fotocopiadora en un supermercado, unas cajas redondas en ruedas de coche… Me contaron de una escuela donde la mayoría de los juguetes estaban confeccionados con cajas de embalaje de diferentes medidas.
Estos son algunos ejemplos de las actividades que se hacen. Pero si la ecología también nos habla de estar bien con nosotros mismos y con los otros, cada vez más la escuela se da cuenta de la necesidad de ayudar a los niños a escuchar su cuerpo, a escuchar el entorno que nos habla, a mirar hacia su interior y a gozar del silencio y de la tranquilidad. Así, podemos ir descubriendo otra forma de relacionarnos con los otros y también con el entorno.
Por último, me gustaría decir que la ecología, como todos los demás valores, no se enseña, sino que se contagia. Para conseguir que los chicos y chicas, los niños y niñas se conviertan en personas con sensibilidad ecológica es necesario que los adultos que los acompañamos en su crecimiento vivamos una existencia ecológica.
Estribillo de la canción «La seva vida és la vida»: El nostre jardí és la terra./ La terra és la nostra llar./ La seva vida és la vida/ dels que arribaran més tard.(A. Rubio & J. Lladó)