Por: Sara Canca Repiso
Ingeniería Informática y Grado en Sociología y Psicología
Cádiz, febrero 2021
Foto: Assumpta Sendra
De pronto, el transcurrir de la vida te da una sacudida. En pleno siglo xxi, con un gran avance tecnológico, cuando todo parecía estable y con grandes pretensiones, llega el movimiento –que no se queda quieto cuando de cambios se trata– y lo revuelve casi todo. Aquello que habías previsto y preparado de manera minuciosa, lo que, soñando, se atisbaba factible y seguro, no acaba de aterrizar real. Te deja sin saber qué hacer ni por dónde continuar en el tedioso mundo de lo incierto. Pero bien sabemos que estos cambios son consustanciales a la vida y que tendremos mucho terreno adelantado si la aceptación de lo posible se convierte en base de nuestras emociones.
Ciertamente, a lo largo de estos meses pandémicos, han sucedido cambios en los hábitos diarios que eran inimaginables. Muchos de nosotros teníamos nuestra rutina perfectamente programada y, aunque estresados, nos parecía que controlábamos parte de la vida: nuestra agenda, nuestras decisiones y nuestros encuentros offline. Sin embargo, era un espejismo: el tiempo, la inmediatez y el relleno eran los que administraban nuestra paz.
Pudiera parecer que, consciente de esta locura, cualquier persona en su sano juicio hubiera optado por bajarse del mundo y abrir nuevas vías. Desde fuera se ve obvio: en la única vida que tenemos, hemos de tomar las riendas y ser lo que verdaderamente nos apasiona y alegra. Con todo, era bastante complicado ir a contracorriente. Se necesitaba dar un giro de 180 grados.
Y este giro ha sobrevenido bruscamente. Ha sido inevitable, llegando impuesto del exterior, con lo que el esfuerzo es más alto si cabe, porque carece de motivación intrínseca. Aquellos que ya venían con la resiliencia bien desarrollada, han abanderado movimientos espontáneos de apoyo social, psicológico y personal, tomando la batuta para que a las 20:00 afináramos al compás; otros, se han superado y han aprendido a tararear, con convicción, la letra de «resistiré»; y algunos, ya nos hemos olvidado de cómo se cantaba.
Dicen los expertos que cuando te encuentras en arenas movedizas, puedes salvarte. Cuando la pisas, el agua y la arena se separan y la mezcla se convierte inestable, provocando en un primer momento, el hundimiento. Pero se puede salir airoso si mantenemos la calma. Si no entramos en pánico y no vamos excesivamente cargados, podemos mantenernos a flote. Recomiendan deshacerse de todo lo que nos carga y tranquilizarnos. Incluso en arenas movedizas, cuando toda la estructura se tambalea, tenemos la última decisión. Y en esto, la mesura es importante.
Es recomendable extrapolar estos parámetros a la propia vida, asumiéndolos como posibles vehículos para una mejor conciliación entre la realidad y la aceptación de la misma: darnos tiempo y respirar a ritmo sosegado. En un espacio acotado –varios meses, por paredes–, y en un tiempo tan incierto, sale a flote una capacidad intrínseca del ser humano, su instinto de supervivencia. Ahora, el día a día queda marinado con la tasa de contagios y la heroicidad radica en mantenernos a salvo. De hecho, no es de extrañar que las abreviaturas aC. y dC. parezcan indicar antes y después de la COVID-19, creando cicatrices profundas de tipo económico y psicológico que la tendrán como referencia, por largo tiempo.
A la par, el escenario donde nos movemos es compartido con el resto de contemporáneos y las decisiones y acciones de unos influyen de manera determinante en la vida de los otros, a nivel personal, social o sanitario. Precisamente porque compartimos un mismo planeta. Ya no depende solo de nosotros, de nuestros movimientos y de nuestros aleteos por salir del terreno pantanoso. Hemos de calmarnos en comunidad y proponer una estrategia conjunta. Antes era igual, siempre ha sido igual de hecho, pero no nos percatábamos de la fuerza que se tiene cuando se trabaja grupalmente y no de manera individual.
Además, podemos sacar otra conclusión más a largo plazo. Volver a construir no ya sobre arenas movedizas, sino desde la solidez que te da el propio ser, sin dependencias ni manipulaciones externas. Y liberarnos de las cargas innecesarias que vamos adquiriendo.
Hay que seguir. Sin duda, hay que seguir, puesto que la experiencia nos muestra, al revisarla, los hermosos sucesos que ocurren tras el negro avatar. No lo cuento yo, ni lo cuenta nadie, lo cuenta la vida que de eso sabe un rato.