Javier Bustamante Enríquez
Poeta
Foto: Javier Bustamante
Fecha de publicación: 20 de octubre de 2025
En catalán se conoce como terrissa de volta (cerámica de bóveda), aunque en otras latitudes se le llama ‘loza quebrada’. Desde que se comenzaron a construir bóvedas, pero sobre todo a partir del siglo XV, se hizo necesario rellenar aquellos espacios vacíos que se generaban entre la curvatura de dichas bóvedas y el plano liso que correspondía al nivel superior. La solución que se planteaba era la utilización de material ligero, como la ceniza o piezas de cerámica rotas, que ya no servían para su función original.
A partir de obras de restauración y reforma en edificaciones antiguas, se han encontrado al interior de las bóvedas restos de cerámica o piezas enteras con ‘defectos’. Estas piezas resultan de procesos fallidos en la cocción del barro, los cuales ocasionan grietas o fracturas, haciéndolas no practicables para el uso al cual serían destinadas. Son piezas generalmente completas que presentan gran resistencia al estar totalmente cocidas.
Suelen encontrarse cántaros, jarras, botijos, cuencos, morteros, orinales… formas que ocupan el máximo espacio con el menor peso posible. Son piezas funcionales, generalmente de factura popular, hechas en serie, sin mayor cuidado estético y acabados sencillos.
Los constructores solían encargar a los alfareros partidas de estas piezas defectuosas. Aunque la cerámica perdía su valor de mercado, los productores la conservaban cuidadosamente porque adquirían un valor de ‘relleno’. Tanto a los alfareros, como a los constructores interesaba que no sufrieran daños, ya que su estructura era importante para el nuevo uso de soporte que adquirirían dentro de las bóvedas.
Una reflexión antropológica nos hace cuestionarnos sobre cómo también hay personas que sufren fracturas en su vida por fallos del sistema. Estas personas pierden su ‘valor de mercado’ dentro de la lógica capitalista. Son condenadas a ser piezas de relleno, escondidas a la vista de la estética social, cumpliendo una función de soporte para que no se nos caiga el techo ni se nos hunda el suelo.
Traslado esta lectura al hecho migratorio. En este siglo XXI miles de personas se desplazan anualmente desde sus lugares de origen buscando oportunidades laborales. Salen de países que fueron colonizados y cuyos recursos naturales fueron y siguen siendo explotados por intereses extranjeros sin que ellos vean los beneficios. Gravando también sobre aquellos territorios daños ecológicos irreparables. Estas ‘fracturas’, estos ‘fallos de origen’ expulsan a las personas de sus tierras, orillándolas a viajes que sirven de colador para que solo lleguen los más fuertes o los que corran con suerte.
Convertidos en migrantes, llegan a los mal llamados países desarrollados para convertirse en esas piezas de cerámica que sirven para soportar las cargas pesadas de nuestras sociedades de consumo. Y aquí viven escondiéndose como jarros rotos por no tener papeles, pero llevando a cabo trabajos duros y mal pagados.
Cuando estas personas migradas consiguen un mínimo de ingresos, lo destinan a sus familias, aún a expensas de vivir en situaciones infrahumanas entre nosotros. Para ellas es más importante cumplir con este deber moral de ser proveedores, aunque descuiden su propia integridad.
Además de realidades como la migración, nuestras sociedades presentan muchas otras grietas. Es importante despertar una sensibilidad que se atreva a mirar a través de estas fracturas, que también son las nuestras. No hay sociedad perfecta, porque todo lo humano es falible. Y, porque es humano, es digno de ser mirado a los ojos y ser llamado por su nombre. Ninguna persona estamos aquí de relleno, aunque estemos pasando por algún proceso vital que comporte fracturas.