Fotografía: Esther Borrego
Fecha de publicación: 20 de octubre de 2025
El martes 7 de octubre, el Ámbito María Corral inició las actividades de este curso en el Recinto modernista de Sant Pau, ofreció una conferencia sobre El combate contra el desencanto. Algunas claves, a cargo del profesor Francesc Torralba. La directora del Ámbito, Assumpta Sendra, dio la bienvenida i planteó la cuestión de cómo hacer frente al desencanto que genera un sentimiento de tristeza, de sufrimiento, de incertidumbre, para poder tener una mirada esperanzadora.
El profesor Torralba introdujo su intervención diciendo que el desencanto es un combate que tiene lugar dentro del alma humana, que puede vencerse o perderse. El drama es cuando uno ha perdido este combate. A veces puede ser alguien cercano o lejano, pero nos sentimos impotentes de qué manera podemos ayudarle cuando ha sucumbido al desencanto, al desánimo o, sencillamente, a la desesperación.
Introdujo algunas claves, no como si fueran un recetario, sino que surgen de su propia experiencia y se las ha aplicado en circunstancias de desencanto, de pena o de desesperación, porque si para él han sido valiosas, quizás puedan serlo para otros. Hay discursos que nacen de lo que hemos leído, escuchado o consultado en una gran biblioteca, pero otros surgen de la experiencia y que los maceramos con lo que hemos leído. Son los discursos que tienen mayor legitimidad intelectual. Recordando la frase de Santa Teresa de Jesús en Las Moradas pero que también repite en Castillo interior del alma, en Vida, en Fundaciones: «No voy a hablar de nada que no haya experimentado una o muchas veces». Esto es el principio de humildad. Cuando hablamos de lo que no hemos vivido o de lo que no nos ha traspasado, es extraordinariamente fácil hacer el ridículo. En cambio, cuando hablamos de lo que nos ha pasado, como una enfermedad que no plantea soluciones científicas, la muerte de un ser querido, un fracaso laboral o la ruptura traumática de una relación de pareja, la pregunta es qué te sostiene si hay algo que te sostenga, o se produce una caída al vacío sin poderse aguantar en nada. Cuando uno articula un discurso desde la experiencia, sabe de lo que habla. Si el lector no ha hecho una experiencia análoga a la que relatan los escritos de Santa Teresa, por ejemplo, se queda fuera, no es capaz de descifrar qué significado tienen esas palabras y qué evocan, ya que para él están vacías de sentido.
Hacer un discurso sobre la esperanza es casi una tarea titánica. Los informes que nos llegan a nivel regional, local o de las Organizaciones Internacionales, como de la FAO, la OMS, la UNESCO nos encogen el corazón. En cualquier caso, aquel que está bien informado lo tiene difícil para hacer un discurso sobre la esperanza. Hacer un discurso sobre el no hay nada que hacer te lleva hacia una pendiente resbaladiza. Si el discurso sobre la esperanza solo se sostiene sobre una ingenuidad o positivismo pueril o, sencillamente, sobre la ignorancia o el desconocimiento, ¿qué legitimidad intelectual tiene? Es necesario buscar razones para dar esperanza. Afortunadamente, tenemos algunos referentes presentes que nos ayudan, y algunos pasados, que se han articulado en épocas en las que había más oscuridad que ahora.
Resaltó que había que hacer una aclaración terminológica. Cuando se habla de esperanza, no se habla de ingenuidad ni de espera pasiva. Esta distinción la hizo Pedro Laín Entralgo en un ensayo que distinguía la espera, que es pasiva, de la esperanza que es activa y mueve a la acción. La esperanza siempre es un movimiento dinámico, aunque no tenga ninguna garantía de que se haga realidad nunca. O quizá se realice mucho más allá de mi muerte. Así se explica el desarrollo de la ciencia, unos siembran y otros recogen. Existe otra actitud que es la evasión, muy vigente hoy. Ante el drama del mundo, tratar de encerrarse en una cápsula hermética, lo que decía Voltaire: cultivo mi pequeño jardín y me olvido de todo lo que me llega porque es muy difícil procesar, porque al fin y al cabo nosotros somos permeables. Si uno consume cada día noticias que hablan de atrocidades, crueldades, genocidios, naturalmente, se hunde. La solución no es poner una membrana hermética entre yo y el mundo. Es una vía de evasión.
La esperanza es ese dinamismo que te propulsa a persistir, aunque no veas claro si saldrás adelante. El diálogo entre Bloch y Marcel es muy iluminador. Bloch defiende la esperanza y se sitúa en el terreno del agnosticismo, y Marcel, en la fe o la filosofía pascual, la muerte no es la última palabra en la vida humana, sino que el amor puede más que la muerte. Esto es objeto de fe. Fueron capaces de ver una esperanza humana compartida. No solo es una virtud teologal, sino que es una fuerza intrínseca que necesita todo ser humano para cualquier proyecto que comience. Vislumbraron el campo de intersección, en este caso entre creyentes y no creyentes, esa fuerza enigmática que hace que una persona, un pueblo, una comunidad persista en la lucha por alcanzar sus propósitos. Mientras que en la desesperación se detienen porque no ven posibilidad alguna. La esperanza no es un patrimonio solo de aquellos que creen. Hay un argumento histórico en el que se sostiene la esperanza. Lo que hemos conquistado gracias al trabajo de otros y que nos ha sido dado, a menudo lo olvidamos. Hay todo tipo de argumentos que dan legitimidad a la esperanza. Es lo que expresó Albert Camus en el mito de Sísifo, esto es una lucha constante, llegas arriba y vuelve a caer la piedra, no avanzamos nada, pero de tanto subir el camino es más trillado, ya no te arañas tanto, se ha hecho más llano porque otros te han abierto el camino. Por tanto, existe el argumento histórico.
En ocasiones la esperanza se sostiene en el conocimiento, la ciencia y la tecnología. Se ponen en la ciencia y la tecnología la resolución de todos nuestros males y vulnerabilidades, y no cabe duda de que comparativamente, gracias al desarrollo científico y tecnológico, hemos paliado un montón de patologías, pero aparecen nuevas, la lucha persiste, pero hay situaciones en las que el científico con humildad debe decir que se siente impotente. En la medida en que existe una inteligencia cooperativa, encontramos más soluciones. Es esperanzador que el talento se sume para tratar de encontrar solución a problemas complejos. La estrategia es compartir la experiencia. El desánimo aumenta en sociedades fragmentadas, hiperindividualistas, atomizadas. ¿Cómo combatimos el desánimo cuando falla la ciencia, la tecnología y los demás? La contrariedad es la ocasión de examinar a fondo la calidad de los vínculos que tenemos. Esto ya lo expresó Aristóteles en la Ética a Nicómaco. Hay que tener en cuenta la esperanza como virtud teologal. Hay dos opciones, una es la resignación estoica, lo que imaginábamos, lo que esperábamos no se ha hecho realidad ni se hará. En la resignación existe un duelo no elaborado, en la aceptación no. Al llegar a la aceptación debes aceptar la finitud. Hay otra opción que es la esperanza, que no estamos solos, esto presupone fe en la que alguien nos sostiene.
Para concluir, volvió a incidir en la pregunta inicial: ¿Cómo combatimos el desencanto? Es un combate interior ondulante. Montaigne dice que la vida es ondulante. Los matemáticos nos ayudan a veces a entender los movimientos del alma humana. La vida no es una línea, es un segmento que siempre está acotado en ambos extremos, el nacimiento y la muerte, pero no es rectilíneo, es ondulante. Ante el desencanto, la deferencia, la cooperación de los demás son como muletas que te ayudan.
A continuación, se dio paso al coloquio, que fue muy participativo y permitió profundizar aún más en el tema.





