Por Olga Cubides Martínez
Periodista
Barcelona, España, febrero 2008
Foto: O. Cubides
Las fronteras, antes bien definidas entre niñez, juventud y adultez, hoy parecen desdibujarse, cuando no borrarse por completo, ante lo que los expertos empiezan a llamar la globalización de las edades.
Las características de estas etapas vitales se entremezclan y no es extraño ver adultos que vistan exactamente igual que sus hijos adolescentes –algunos se quejan de que sus padres les quitan la ropa–, que jueguen de manera compulsiva con videojuegos o sencillamente que hayan abdicado de sus responsabilidades. Al mismo tiempo, «hay más casos de adolescentes y niños que deben asumir roles de adulto, que manifiestan dificultades propias del mundo adulto y empiezan a aparecer trastornos y patologías que no corresponden a su edad cronológica», aseguró Gustavo Daniel Levit Iritz, Coordinador de la Unidad de Adolescencia del Centro Médico Teknon, en la Cena Hora Europea organizada por el Ámbito María Corral.
Hoy parece haber prisa por empezar cuanto antes la adolescencia y, por el otro extremo, se intenta alargarla todo lo posible, porque el mundo adulto se ve como algo aburrido, sin emoción y desorientado, incluso algunos expertos hablan de ¡adolescentes de sesenta años!
Ante este vacío de presencia adulta, algunas veces los hijos toman el poder de la casa, deciden cuándo y cuánto tiempo ven la televisión o se quejan de que les quiten la televisión de la habitación con la excusa de evitar el acceso a información sobre temas como el sexo, cuando en realidad ya la reciben por otras vías.
«En nuestra sociedad hay una confusión entre las funciones que le atañen al adulto y las que son propias de los hijos. Hoy en muchos hogares estas funciones están desdibujadas o invertidas. Hay una cierta renuncia y algo de abdicación de parte de los adultos, por comodidad y porque los recursos que tienen a su alcance son inferiores a los retos que deben afrontar», afirmó Eva Bach Cobacho, pedagoga, maestra y escritora. Añadió que al parecer el valor está en una adolescencia perpetua, en no asumir responsabilidades, en tener “subidones” y en pasar por la vida un poco “de puntitas”. «Quizás resulta más cómodo no hacer de adulto y dejar que los niños hagan de adultos», puntualizó.
Se asegura que pasamos por uno de los momentos con una menor presencia y capacidad educativa de los padres. Hay autores que incluso hablan de «la orfandad colectiva de la infancia»: «vivimos una madurez prematura enfrente de un infantilismo perpetuo. A los catorce años los jóvenes salen hasta las no se cuántas horas de la madrugada, pero viven en casa de los padres hasta los treinta años. Vivimos muchas más experiencias positivas, y también traumáticas, pero nos faltan defensas ante la frustración», dijo Imma Marín Santiago, especialista en juego, educación y creatividad.
Otra consecuencia de esta indefinición de las etapas vitales es que se acentúa el abismo entre los dos mundos: el adulto y el adolescente, lo que impide, de rebote, establecer relaciones de cooperación y de amistad, pues la identidad del adolescente existe en contraposición a la del adulto.
Referentes
Ante este desdibujamiento de las fronteras, se plantea la necesidad de revalorizar el mundo adulto para que sea referente de lo que es ser adulto. Además hay que descargar a los niños de tener que asumir funciones adultas antes de tiempo. Cuando el adulto asume el lugar que le corresponde, automáticamente los niños, preadolescentes o adolescentes se ubican en su lugar y ejercen su rol.
¿Qué es ser adulto? Para Eva Bach es saberse contener, no desbordarse fácilmente ante cualquier situación, saber asumir lo que se presenta, con esperanza aunque sea algo negativo, con humildad para buscar ayuda si la necesita y con la convicción de que tiene recursos para salir de la situación.
También es propio de los adultos establecer límites, normas y condiciones de juego, y establecerlos sin miedo y de manera firme y sólida. Un adulto no tiene miedo a decir un no sereno, claro y apropiado, aunque pueda equivocarse.
Además tiene unas cuantas ideas claras, que lo definen como adulto, pero no muchas, para evitar ser rígido, inflexible y dogmático. Es capaz de tejer vínculos profundos y saludables, sabe ser «ingeniero de caminos y de puentes» que vayan del mundo adulto al de los niños y jóvenes, y de nuestro corazón a su corazón. «Esto se logra haciendo de puente entre nuestro mundo y el mundo de nuestros padres y abuelos, conjugando la gratitud por el pasado y por lo que se ha recibido de los abuelos con la esperanza y la confianza puestas en los jóvenes de hoy», dijo Eva Bach.
Por otra parte, hay que encontrar un espacio suficientemente lejano como para dejar crecer a los preadolescentes y suficientemente próximo como para que se sientan seguros y confiados. Se necesitan actitudes positivas que ayuden a mirar el futuro con ilusión y con esperanza; adultos capaces de gestionar el conflicto y de hablar a sus hijos o alumnos mirándolos a los ojos; adultos que acepten incondicionalmente a sus hijos, los escuchen y se interesen profundamente; adultos capaces de reconocer sus propios errores y de aprender a gestionar las emociones; en definitiva, adultos que amen incondicionalmente. «Esto es lo único que nos legitima ante sus ojos para decirles lo que pensamos y poder discrepar sin el menor asomo de duda», aseguró Imma Marín.