Por Francisco Javier Bustamante Enríquez
Psicólogo social
Barcelona, España, febrero 2008
Foto: A. San
Hoy, ciertamente, somos millones de seres humanos en el planeta, con millones de necesidades. La industrialización ayuda a ir satisfaciendo estas necesidades. Pero, al mismo tiempo, este proceso, por sus características de división del trabajo y, por ende, fragmentación en la manera de relacionarse con la vida, tiende a crear en las personas dispersión, parcelación. Las grietas que se van abriendo en la existencia de cada uno contribuyen a esa sensación de vacío que calma falsamente el consumismo. Y, consumismo de todo tipo: de bienes materiales, pero también de relaciones personales, de tiempo, de energía, de sentimientos…
Para vivir hay que consumir. La cuestión se desequilibra cuando pasamos del consumo al consumismo, generando efectos colaterales. Uno de ellos es el ruido. Y no sólo el que podría entenderse como un sonido desagradable, sino el ruido existencial. Este ruido es aquel que no permite escucharnos unos a otros, ni escuchar a la naturaleza, ni escucharse cada quien a sí mismo. Quien no se escucha, no sabe cómo se encuentra, o por qué es como es, o cómo ha llegado a donde está.
Dostoievski expresó acertadamente que la belleza puede salvar al mundo. Si nos detuviéramos más a contemplar la belleza de lo que nos rodea, nos sentiríamos más integrados al mundo. Si el arte nos enseñara a escuchar el silencio, a estar a solas, nos acercaríamos de manera nueva a la realidad.
En una ocasión leí que la poesía comienza en el último verso del poema. ¡Precioso! Si al terminar de leer un poema, éste produce silencio en nuestro interior, si nos deja contemplando, el poema habrá cumplido con su ciclo de vida. Es fácil que el arte, cuando nace de la contemplación de la realidad, pueda llevar también a la contemplación a aquellas personas a las cuales lleguen sus manifestaciones.
No toda obra de arte nace de la soledad y el silencio o de una reflexión o contemplación de la realidad. Sin embargo, creo que cuando la soledad y el silencio son el germen de la obra, es más probable que inviten al público al que se ofrece esta obra a acercarse a experiencias de soledad y silencio.
La persona que crea, cuando es capaz de escucharse, de escuchar a la sociedad que lo conforma, de escuchar a la naturaleza, de escuchar su dimensión espiritual, también se vuelve un ser más universal. Cuando uno sale de sí mismo, puede situarse en el lugar de los otros y entender un poco mejor su manera de percibir la realidad. En este sentido, su obra llegará con más claridad a más personas sin importar sus gustos, porque en realidad les estará hablando de la vida que compartimos todos, más allá del lenguaje que ocupe.
Como decía párrafos atrás, las sociedades en que vivimos actualmente producen en nosotros dispersión, fragmentación, sensación de falta de tiempo… Creo que, por el contrario, el silencio y la soledad congregan, unifican a la persona que los practica.
Un compromiso social del artista en nuestros días es, justamente, acompañar a las personas a las cuales ofrece su obra para que entablen vínculos realistas y bellos con la vida que compartimos.
Esto implica para el artista recorrer caminos de soledad y silencio y, con su obra, invitar a más personas a hacerlo. Esta tarea le llevará toda la vida. A actitudes como ésta debe referirse aquella frase tan conocida: «dar la vida por los demás».
La soledad y el silencio no son una meta, una finalidad en sí. Son un medio, un camino que nos lleva al encuentro con la humanidad (la nuestra y la de los otros), con la creación en su conjunto, con la trascendencia, con la libertad.
Hay una anécdota que cuenta Lluís Permanyer: «Primeros de siglo, Bruselas, Théatre de la Monnaie. Primera parte y mucha gente tose, incluido el director. Para la segunda parte Pau Casals tiene programado a Bach. Visto el ambiente, Casals pregunta si es posible cambiarlo. Ante la negativa, sale al escenario. Al comprobar que prosiguen las toses, interrumpe el concierto y dice: ‘Señores, yo también estoy resfriado y necesito toser, pero por respeto a Bach y a ustedes, me abstengo. En adelante, les ruego que por respeto a Bach y a mí, ustedes también se abstengan de toser’. El silencio, hasta el final, fue milagrosamente absoluto».
Me parece que es cuestión de invitar a las personas a hacer silencio para que se produzcan «milagros» en sus vidas.