Por Marta Burguet Arfelis
Doctora en pedagogía
Barcelona (España), junio 2008
Foto: Orianomada
La curiosidad hizo que me zambullera en los diarios virtuales a la búsqueda de casos del mea culpa. Me explico. Mi interés estaba focalizado en encontrar noticias, en los medios de comunicación, en las que un grupo, un colectivo, una entidad… expresara su reconocimiento de haber metido la pata, de haber malogrado alguna gestión, de haber errado, de haber cometido alguna incorrección. No ha sido una búsqueda fácil. A veces, bajo noticias de este cariz, vemos un recurso mediático: lavar la cara de la empresa, el país o el colectivo, con una voluntad de mostrar buenas intenciones y actitudes éticas que, en definitiva, son fáciles de hacer públicas si no van acompañadas de ninguna reparación del daño ocasionado.
Me he remontado a noticias de hace unas semanas. En materia intercultural, el 12 de marzo aparecía un titular «Australia se disculpa ante los aborígenes por el dolor y el padecimiento causados», y en la noticia se explicaba que el primer ministro pedía perdón a los miles de indígenas que habían sido forzados a separarse de sus familias en virtud de políticas asimilacionistas a favor de la integración cultural.
Con respecto a asuntos de otro cariz, el 20 de marzo, se publicaban titulares que expresaban que dos diarios británicos pedían perdón a los McCann por haber difundido falsos rumores sobre la desaparición de su hija, en los que se les inculpaba de asesinato. A la vez, ambos diarios, además de publicar sus disculpas, habrán de pagar 700.000 euros a la familia por difamación; este dinero irá a parar a la fundación destinada a la búsqueda de la niña.
En otro ámbito, la cadena alemana de supermercados Lidl pedía disculpas a sus trabajadores por haberlos espiado con minicámaras, reconociendo a la vez que de esta actitud han aprendido a trabajar conjuntamente con los trabajadores ante posibles casos de robo, y no sin contar con ellos.
Últimamente el mismo Papa ha pedido disculpas a los afectados por casos de pederastia que sufrieron violaciones por parte de curas de la Iglesia católica en los Estados Unidos.
Ni el primer ministro australiano ni los directivos de los diarios británicos ni los representes de la empresa Lidl ni el mismo Papa son los actores directos de estos agravios. Aun así, dan la cara en nombre de la institución que representan y saben que, a pesar de no ser los culpables, son responsables por el cargo que ocupan. Lo concretan pidiendo disculpas, no sólo por agravios cometidos por antepasados, sino por contemporáneos suyos.
Independientemente de los motivos del agravio, y los tenemos de muchos tipos, el caso es que pedir disculpas nos puede parecer unas veces una voluntad ética real, pero también, a veces, una herramienta propagandística. Cuando menos, parece que quien pide disculpas, pero no da el paso de querer enmendar en la medida de lo posible el agravio ocasionado, no completa este círculo de reconciliación y la disculpa queda meramente en un «lavarse la cara». Pero si estos representantes lo hacen por acontecimientos del presente, sí tienen la posibilidad de reparar el daño hasta donde sea posible. Así, el círculo de la reconciliación se puede ver cerrado: reconocimiento del daño, voluntad de pedir perdón y reparación del agravio en la medida de lo posible.
El interés de esta búsqueda ha sido motivado por la última afirmación que hace la terapeuta de la película La vida secreta de las palabras, en la que muestra la grabación de las revelaciones de los acosados durante la guerra de los Balcanes (entre los cuales está la protagonista, Jana). Ella dice que el olvido hace que la historia acabe repitiéndose. Así pues, la voluntad de reconciliación no va ligada a la voluntad del olvido, cuando menos porque hasta ahora era un proceso imposible como no fuera por que sufriéramos de amnesia. Pero, recientemente, han aparecido noticias sobre la posibilidad de borrar de la mente, a escala neuronal, recuerdos negativos del pasado con tal de conseguir un mayor bienestar y felicidad. Ciertamente, hay recuerdos que no nos dejan conciliar el sueño, y en algunos casos su impacto emocional nos conduce a alimentar un resentimiento muy profundo.
Reafirmando las palabras de la terapeuta, será necesario que nos aseguremos de que en algún lugar permanecen escritos o grabados los horrores de la historia, no con voluntad de poner el dedo en la llaga, sino de no caer en la ingenuidad de no saber hasta dónde puede llegar el afán de causar mal y la atrocidad humana. Al mismo tiempo ojalá podamos dejar una puerta abierta a la esperanza ante estas actitudes de pedir perdón.